Nos encanta suponer; pensar qué pasaría si ocurriera esto o aquello. Cuando a principios del siglo XX James M. Barrie creó a ese eterno niño llamado Peter Pan, envalentonado y socarrón, capaz de volar y hacer frente a un siniestro capitán pirata, pero incapaz de crecer y por tanto de madurar, creó un clásico de culto. Planteó una cuestión que nos ponía en contacto con nuestro niño interior: pregunta qué sucedería si pudiéramos vivir una niñez eterna. Qué pasaría si pudiéramos evadir las responsabilidades de la adultez y salir huyendo al país de Nunca Jamás justo antes de que el egoísmo infantil comience a abandonarnos y nos deje a merced de los códigos y reglas de la sociedad.
Peter Pan fue adaptada al cine por primera vez en 1924 por Willis Goldbeck para una película de Herbert Brenon. Entonces las obras del británico Barrie ya habían sido llevadas al cine desde 1913 y, de hecho se les siguió adaptando con regularidad hasta los años cincuenta; The Admirable Crichton y Rosalind fueron las más retomadas. Pero fue en 1953 cuando Walt Disney realizó un largometraje animado con muchas canciones que la historia de Peter Pan se volvió famosísima (y el nombre de Wendy también, por cierto). Y aunque hubo otras adaptaciones, la historia de J. M. Barrie tomó aire en este siglo a partir de derivaciones hechas por los estudios Disney que han edulcorado a personajes complejos y ambivalentes como el Capitán Garfio. Lo hicieron más imbécil que malvado en la serie animada para preescolares Jake y los piratas de Nunca Jamás.
Esas derivaciones, sin embargo, no fueron las primeras. Steven Spielberg atacó el tema de la pérdida de la imaginación al suponer qué pasaría si Peter Pan hubiera sentado cabeza y decidido crecer muy lejos de Nunca Jamás. En Hook, el retorno del Capitán Garfio (1991) aparece un Peter Pan ya crecidito (Robin Williams) convertido en un ejecutivo consumido por su trabajo, casado con Moira, la nieta de Wendy, y con dos hijos a los que prácticamente nunca ve pero que Garfio (Dustin Hoffman) secuestra. Campanita (Julia Roberts) trata de hacerle recordar quién era antes de volverse un adulto responsable que prioriza su chamba tal y como hacía el papá de Wendy cuando él decide llevársela a su mundo junto con sus hermanos.
Hace más de 20 años Spielberg abordó el supuesto futuro y ahora en Pan, Joe Wright, un director con bastantes recursos, aborda el supuesto pasado. ¿De dónde vino Peter Pan? Jason Fuchs, guionista de Ice Age 4, ubica la historia en la Segunda Guerra Mundial, en un orfanato de Londres del que comienzan a desaparecer niños. Peter (Levi Miller) y su amigo Nibs (Lewis MacDougall) descubren lo que pasa, pero demasiado tarde: a Peter también se lo llevan los piratas que llegan en un barco volador.
Acostumbrado a las películas de época (su ópera prima fue Pride & Prejudice y en 2012 hizo Anna Karenina) y con claridad para balancear ritmo, drama y tensión, como hace en el escape de Peter, Hook y Smee de las minas o en la invasión pirata al refugio de la tribu, Wright hizo una película entretenida, que aprovecha a su favor el recurso del 3D, que divierte e incluso da un trasfondo mágico y hasta divino al pasado de Peter (como Pan, el semidiós de los griegos).
Wright consigue generar atmósferas opresivas e inquietantes (el orfanato siempre tétrico, la mina desoladora) y hacer que nos olvidemos por un buen rato, gracias a ese Barba Negra, que Hugh Jackman puede hacer personajes bonachones: este pirata literalmente no tiene un pelo de bondadoso. Pero hay algo que Wright omite: no hay una conexión de su historia con el planteamiento de la obra de Barrie, ese que habla de un niño que ha decidido no crecer. Quizá eso sea tema de una segunda parte de Pan, que se antoja difícil dado el fracaso que ha sido en la taquilla.
A la película no le interesa saber qué pasaría si pudiéramos vivir una niñez eterna alejada de responsabilidades. Y a Peter no parece preocuparle seguir creciendo. Es más: Peter y James Hook (Garret Hedlund) son amigos. La niñez y la madurez conviviendo sin confrontaciones. Vaya contradicción al espíritu de la obra de J. M. Barrie. Además de entretener, lo que Wright enfatiza es la amistad y su poder para cambiar a un hombre que se las da de indiferente. A nadie parece convencerle este planteamiento o, al menos, eso se percibe en la respuesta del público. Y es que cómo olvidar ese planteamiento que incluso ha llevado a los psicólogos a hablar del síndrome de Peter Pan para diagnosticar a las personas que, a pesar de su edad, no tienen la capacidad emocional para volverse adultos.