Pobre Jones

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ANYTHING GOES

Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal es la decepción del año. Una trama inverosímil (aún para los estándares del famoso arqueólogo), repleta de guiños a otras cintas que más bien parecen caprichos de dos niños –George Lucas y Steven Spielberg— con demasiado dinero y demasiados juguetes. Claramente, a Lucas no le bastó con poner a los Wookies brincando de las lianas como Tarzán; ahora también Jones Jr. hace lo mismo en lo que tiene que ser la secuencia de acción peor dirigida de la década. ¿Marlon Brando en una cinta de Indiana Jones?, ¿animales digitales?, ¿un personaje meciéndose entre los árboles de la selva?, ¿alienígenas dentro de la mítica ciudad de El Dorado? Pregúntenle a Lucas.

Hace poco menos de un año escribí una entrada para este blog en la que predecía que la cuarta entrega de la saga de Indiana Jones sería un fiasco. Mencioné, entre otros puntos, la propensión de George Lucas a destruir lo que, en su momento, fue bueno. Va a intentar matizar el pasado del personaje principal, dije. Tanto él como Spielberg llenarán huecos que no necesitan ser llenados: nos explicarán qué pasó con el Dr. Jones entre la última vez que lo vimos y el comienzo de la nueva cinta. Aseguré que el currículum reciente de ambos evidenciaba un probable final desastroso. Se van a ir por la tangente de lo cursi. Y aunque me equivoqué en el papel que jugaría dentro de la cinta, condené la inclusión de Cate Blanchett en el reparto.

Me hubiera encantado equivocarme. Me hubiera encantado que George Lucas aprendiera de los errores cometidos en las inefables precuelas de La Guerra de las Galaxias y tuviera a bien darnos una aventura similar, en tono y estética, a las anteriores películas. Me hubiera encantado que Spielberg embridara su propensión hacia la cursilería y hacia la dinámica -bastante gastada ya- de hijos en busca de sus padres.

Por todo esto, la cuarta cinta del famoso arqueólogo se hace acreedora del dudoso honor de ser la primera película atestada de efectos visuales que, fuera de parecer moderna, se asemeja a una reliquia del pasado. Y no lo hace de manera convincente: atrás quedó el espíritu de los seriales de los treinta que fueron usados tan efectivamente en las primeras cintas. Esta es una película insular, que parece ignorar lo que ha ocurrido a su alrededor en el universo de las cintas de acción de los últimos veinte años, como si Spielberg jamás hubiera visto un sólo episodio de Los Expedientes X o una sola película de Jason Bourne. La acción es particularmente opaca y confusa: jamás sabemos qué está en juego o si el peligro es real. Por su parte, los diálogos sufren de la misma enfermedad que aquellos de las precuelas de La Guerra de las Galaxias. Es un mal que parece ser exclusivo de Lucas: la incapacidad, absoluta, de crear un sólo diálogo que parezca provenir de un ser humano y no de un personaje que está inmerso en el acto de deletrear: deletrear cómo se siente, deletrear su misión, deletrear su pasado. Ningún personaje en la cinta sufre más de este mal que la pobre de Cate Blanchett, extraviada debajo de una peluca de príncipe valiente y un acento que no se decide entre ser australiano o ruso (Vat I vant to knouuuuu…). El resultado: claramente, el peor villano en la historia de la saga.

Pero más que eso, Indiana Jones es un película que parece haber sido hecha sin los fans de la serie en mente. Esta no es la primera vez que Lucas comete ese pecado. En el filme no veo siquiera un atisbo de interés por descifrar lo que nosotros, quienes hemos esperado veinte años para ver esta secuela, esperamos del personaje. O lo que, simplemente, nos tiene sin cuidado. Podría perdonar esto, si tan solo pareciera que Spielberg y Lucas estudiaron –antes de lanzarse a la filmación- quién diablos es Indiana Jones. Por lo que se ve, no tienen idea. Indiana Jones, ¿héroe de guerra?, ¿doble agente en Berlín?, ¿preocupado por la educación de su hijo?, ¿aprendió quechua al lado de Pancho Villa?… Ése no es el que yo conozco. Sr. Lucas y Sr. Spielberg: Indiana Jones no es un patriota. No le importa su gobierno (“Fools, bureaucratic fools!”), le importa la arqueología. ¿Ir a la guerra? ¡Ja! Se hubiera quedado dando clases, buscando el Arca de Noé en los Himalayas o los restos del último emperador maya. La educación de su hijo le hubiera importado un bledo, primero, porque nunca tuvo un hijo. Nunca estuvo a punto de casarse. Indiana Jones, Sr. Lucas y Sr. Spielberg, es un mujeriego: es la aventura hecha hombre (¿se acuerdan de su campaña publicitaria?… if adventure has a name, it must be…), un tipo que cambia de mujeres como nosotros cambiamos de calcetines: James Bond con un poquito más de alma, con problemas con su padre y sin esa afición por los martinis. Y de lo de Pancho Villa ni hablemos… en el nuevo universo de Indiana Jones, anything goes (como cantaba Willie Scott), y la coherencia y la magia se fueron a long, long time ago, to a galaxy far, far away…

– Daniel Krauze

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