Netflix, Paramount y Warner Bros.: el día después de la venta

La venta de Warner Bros. implicará cambios profundos en la industria cinematográfica. Algunos podrían beneficiar a la cartelera mexicana.
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A finales de octubre de 2025, Warner Bros. Discovery (WBD) publicó un comunicado en el que señalaba que, aunque seguía avanzando la separación de Warner Bros. y Discovery Global, “a la luz del interés no solicitado recibido por parte de múltiples partes, tanto por la compañía entera como por Warner Bros.”, su junta directiva evaluaría “alternativas estratégicas” para “maximizar el valor para los accionistas”. Traducido del corporativés al español, el mensaje era simple: Warner Bros., con o sin Discovery, estaba a la venta.

Los postores no demoraron en aparecer. Poco más de un mes después, Netflix anunció su intención de adquirir la parte de Warner Bros.; tres días más tarde, Paramount Skydance (PS) presentó una contraoferta pública, con un precio superior, por la compañía completa. WBD informó que evaluaría ambas propuestas en las semanas siguientes. Estos momentos que vivimos son esas semanas. Tras ellas emergerá el nuevo dueño de una de las bibliotecas audiovisuales más importantes de la historia del medio. Ante nosotros se abren unos cuantos senderos que se bifurcan; trataré de avanzar un poco en cada uno de ellos para vislumbrar algunas de las posibilidades de lo que podría suceder a partir del día después de la venta de Warner Bros.

Conviene, en primer lugar, que explique qué implica WBD, en conjunto y por separado. Según la propia compañía, la división se organizaría en dos bloques: Streaming & Studios, que incluye DC Studios, la producción de cine y televisión, HBO y HBO Max, así como la biblioteca audiovisual; y Global Networks, que comprende CNN, TNT Sports en Estados Unidos, Discovery y Discovery+. Un auténtico imperio en venta.

Más por motivos dramáticos que lógicos, comencemos por la oferta más voluminosa: la de Paramount Skydance. La propuesta es demoledora: más de cien mil millones de dólares por toda la compañía, una diferencia cercana a los veinte mil millones respecto a la oferta de Netflix. Detrás de PS se encuentran Larry y David Ellison. Larry, uno de los hombres más ricos del planeta, es el fundador de Oracle Corporation, una de las compañías más grandes del mundo. David, su hijo, es el fundador de Skydance, productora responsable de franquicias como Terminator, Misión Imposible o G.I. Joe. Juntas, Paramount y Skydance amasan una biblioteca audiovisual ya de por sí considerable, a la que se sumarían propiedades como Transformers, Scream o Indiana Jones.

Padre e hijo han manifestado su apoyo al proyecto del partido republicano mediante voluminosas donaciones de Larry y, según The Wall Street Journal, a través de la promesa que hizo David al presidente Donald Trump de realizar “grandes cambios” a CNN si se concreta la venta a su favor.

Estos antecedentes me permiten imaginar un escenario. En el terreno de la exhibición cinematográfica y la transmisión de noticiarios y deportes, Paramount no tiene mayores razones para transformar radicalmente el negocio de Warner. Junto a Disney, Paramount y Warner son dos de las compañías más grandes y poderosas del planeta en materia de taquilla: atraen millones de espectadores, operan con estrellas de primer nivel y combinan rentabilidad con prestigio. La fusión implicaría recortes y proyectos cancelados, pero también una continuidad razonable del modelo industrial vigente.

Pero ese sería el único terreno donde no habría cambios profundos. Un vistazo a algunas propiedades de Paramount hace evidente una robusta vena propagandística. Algunas de sus producciones, como Transformers, Top Gun o G.I. Joe son realizadas con la literal colaboración de distintas ramas del ejército norteamericano. Esta lógica difícilmente sería ajena a futuras producciones de Warner. Un comentarista de The Daily, el pódcast diario producido por The New York Times, afirmó que, bajo la supervisión de Ellison, sería mucho menos probable que se aprobaran películas abiertamente críticas del trumpismo, como la exitosa One battle after another de este año.

Aunque esto es especulación, existe un antecedente inmediato en el terreno informativo. Tras la fusión de Skydance con Paramount, CBS experimentó cambios visibles: el despido de Stephen Colbert, una de las voces más críticas del trumpismo en la televisión abierta, y el nombramiento de Bari Weiss como editora en jefe de CBS News. Estos antecedentes permiten ver en la compra los contornos de un proyecto político más que favorable al trumpismo. Y aunque la junta de Warner rechazó inicialmente la oferta de Paramount Skydance, David Ellison publicó inmediatamente después del anuncio un comunicado en el que afirma que su compañía seguirá adelante en la lucha por adquirir Warner Bros. Su cercanía al presidente estadounidense podría ser un as bajo la manga para los próximos movimientos de esta confrontación que podría prolongarse por un buen rato.

Por su parte, la apuesta de Netflix presenta un reverso potencialmente decisivo para el futuro de la industria cinematográfica. En términos partidistas, la compañía suele alinearse con valores asociados al liberalismo demócrata: inclusión, diversidad, una crítica suave al sistema y cierta bonhomía progresista que sube y baja de intensidad según el caso. Ted Sarandos, CEO de Netflix, realizó recaudaciones a favor de Biden, pero también ha peregrinado a Mar-a-Lago, el club de playa de Donald Trump que funge como una especie de segunda Casa Blanca. Según Bloomberg, Sarandos visitó a Trump en la Oficina Oval antes de anunciar la compra de Warner, y obtuvo la garantía de que su compra no será abiertamente obstaculizada –lo cual, dada la impredictibilidad probada de Donald Trump, podría suceder o no–. Digamos que Sarandos ha navegado el proceso con una diplomacia calculada, cortejando al trumpismo sin alienar a su base de suscriptores.

El punto verdaderamente inquietante de una eventual adquisición de Warner Bros. por parte de Netflix no está, sin embargo, en el terreno ideológico, sino en la exhibición cinematográfica. A diferencia de Paramount, Netflix no tiene un interés estructural en mantener las ventanas de exhibición. Desde al menos 2023, su estrategia ha consistido en reducir la producción anual de largometrajes, privilegiar los reality shows por encima de la ficción guionada y concentrar cada vez más los estrenos en su plataforma.

No es una sospecha marginal. Cineastas como Sean Baker han advertido públicamente que, más allá de la identidad del comprador, existe una línea que no debería cruzarse: la desaparición de una ventana mínima de exhibición en salas antes del salto al streaming. Baker ha sido claro en señalar que esa ventana es crucial: “cuando una película va directamente al streaming, su importancia se ve disminuida. La experiencia en sala la eleva. La manera en que se presenta al mundo es algo muy importante”, ha declarado. Si Warner Bros., uno de los estudios que aún sostienen con regularidad la taquilla global, transita hacia una lógica que busca prescindir de las salas, el impacto no sería inmediato, pero sí profundo.

Ambos escenarios, a su manera, implican una transformación sustantiva de uno de los actores más importantes del medio audiovisual. Paramount Skydance parece ofrecer una continuidad industrial acompañada de un viraje político explícito; Netflix, en cambio, parece proponer una neutralidad ideológica más amable a costa de una disrupción paulatina de la infraestructura cinematográfica. Para mercados como el mexicano, donde la exhibición en salas está íntimamente ligada a la fuerza de los grandes estudios hollywoodenses –basta recordar la pandemia–, las consecuencias no serán abstractas, sino materiales.

Con todo, es diciembre ya: estamos a una semana de festejar las navidades y a dos semanas de comenzar un nuevo año. No quisiera que mi último texto del año terminara con una ominosa predicción que augure la muerte del cine como lo conocemos. En el fondo, soy un optimista redomado, así que me voy a permitir ver este escenario con las gafas de la esperanza bien colocadas sobre los ojos. Porque existe una posibilidad –no particularmente alocada– de que esta transformación termine beneficiando a la cartelera mexicana.

Supongamos que Netflix logra hacerse con Warner Bros. y acelera su viraje hacia menos salas y más estrenos en streaming. En ese escenario, los gigantes mexicanos de la exhibición, Cinépolis y Cinemex, no van a permitir que su negocio desaparezca solo porque un estudio –aunque sea uno de los más grandes del mundo– ha decidido que ahora el negocio está en producir contenido –esa horrenda palabreja– y no películas para los cines. Al contrario: es razonable pensar que buscarán nuevas opciones de exhibición. Algo de esto ya ocurre, con la mirada puesta en otras latitudes: cine de horror, animación asiática, conciertos en vivo y, sobre todo, cine mexicano, mediante la distribución e incluso producción de títulos recientes.

En un escenario optimista, la disminución de estrenos estadounidenses podría intensificar esa tendencia. Las cadenas de exhibición podrían devolver la mirada a un cine mexicano lleno de historias y propuestas ávidas de ser exhibidas en la gran pantalla. Quién sabe. Cerremos los ojos, escribamos la carta a Santa Claus y esperemos que, esta vez, las reverberaciones del efecto mariposa jueguen a nuestro favor. ~


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