Las adaptaciones cinematográficas de Marvel Comics van por buen camino y las de DC van cuesta abajo. Mientras Capitán América: Guerra Civil dejó satisfechos a la crítica y los fans, Batman vs. Superman: el origen de la justicia (que pudo haberse titulado Ella se llamaba Martha) pareció un intento desesperado por interconectar los universos de sus dos personajes emblemáticos. La crisis de DC no sólo se reduce al plano fílmico. Según el analista y escritor de la industria del cómic John Jackson Miller, 2015 no fue un buen año para la compañía, que solamente obtuvo 26 por ciento de las ganancias anuales de la industria (contra 39 por ciento de Marvel).
Si eso ha ocurrido con las novelas gráficas (su especialidad), entonces no es extraño que las adaptaciones cinematográficas vayan por una ruta todavía más accidentada. Escuadrón suicida es el ejemplo más reciente. La historia de un grupo de villanos de la peor calaña chantajeados por el gobierno para formar una unidad ultrasecreta que, digamos, debe hacer el bien, tenía un potencial enorme para convertirse en la película que verdaderamente trazara un rumbo nuevo para las cintas de DC, donde sus historias y personajes menos conocidos se interrelacionaran con sus superhéroes claves y donde cabría el humor y un retorcido punto de vista.
La mancuerna DC-Warner sabe provocar expectativa. Los primeros avances de Escuadrón suicida dejaron picado a medio mundo (los casi 270 millones de dólares recaudados a nivel mundial en su primer fin de semana son prueba de ello), haciendo que la imagen de Margot Robbie en el papel de Harley Quinn, la novia del Guasón, se viralizara tremendamente. Y creando muchísimas reacciones sobre lo que podría hacer el también músico Jared Leto como el Joker.
La película, no obstante, dejó mucho que desear. Si pudo haberse convertido en una crítica a la política intervencionista de Estados Unidos, donde el tiro frecuentemente sale por la culata, eso se diluyó en el guión de David Ayer. Escritor del espléndido thriller policial Día de entrenamiento (2001), Ayer decidió enfatizar las historias románticas de los personajes (niños: los malos también tienen su corazoncito), y también empleó una paleta pastel que terminó por diluir la atmósfera sombría, saturó el soundtrack con rolas del rock clásico cada dos minutos y llenó el guión de diálogos absurdos, cuidando siempre no rebasar los límites permitidos por la censura para que el abanico de público no perdiera ni a los niños ni a los adolescentes.
Si bien a finales de los años setenta DC tenía la delantera con las adaptaciones de Superman, y tuvo resultados memorables con el Batman de Burton, en una década echó todo al traste. Convirtió en películas los finales de temporada de la serie televisiva The Flash que protagonizaba John Wesley Shipp e hizo que las continuaciones de Batman (las del 95 y 97) fueran productos kitsch horrorosos en las manos de Joel Schumacher a pesar de sus repartos llenos de estrellas.
Luego llegaron los Hombres X y con ellos el arrollador paso de Marvel, que se asoció con diferentes estudios para hacer sus películas (y mantiene las alianzas ya firmadas, por lo menos hasta que terminen los contratos, a pesar de su sociedad con Disney) mientras que DC sólo hizo alianza con Warner. Incluso en sus grandes errores, como las versiones de los Fantastic Four, Hulk y la reelaboración de Spider Man, que ya suma cinco películas y tres actores (empatado con el hombre verde) en el papel principal, Marvel se ha visto mejor. De DC destaca la ya mencionada trilogía de Nolan sobre Batman, acaso Watchmen (2009), y ya.
Si bien en las series televisivas, como The Arrow, Gotham y The Flash, donde también ha hecho alianza con Netflix, se ha visto mejor, y ya se preparan las cintas sobre The Justice League, Aquaman y The Flash, a DC no se le ve rumbo. Mientras Marvel mantiene una estética unificada que le ha permitido combinar personajes en diferentes sagas a pesar de que guionistas y directores sean casi siempre distintos, DC ha buscado marcar diferencia enfatizando el estilo del realizador en turno.
Su apuesta no estaría mal si hubiera elegido mejor a ese director. El cine de Zack Snyder, su principal colaborador, sufre de defectos de los que no ha logrado zafarse. Como se explica brillantemente en este ensayo en video, Snyder está obsesionado con que cada encuadre trascienda y el arco narrativo de su película le importa poco.
El estilo de Snyder, difícil de replicar, repetitivo y muy personal, no ha cuajado en otros realizadores, como es el caso de Ayer y su Escuadrón suicida. Marvel, por el contrario, ha tenido por lo menos en los últimos 20 años una persona encargada de vigilar el tono de sus películas —han sido Avi Arad, David Maisel y desde hace unos años Kevin Feige—, sin importar quiénes sean los directores, guionistas o los estudios. A Feige, por ejemplo, se le atribuye el éxito de la serie dedicada a Los Vengadores, Iron-Man, Capitán América y los recientes y bien recibidos filmes Deadpool y Antman. Cada película ha tenido su propio rumbo pero ha mantenido una esencia que la concatena con el resto de los productos Marvel. Es decir: un tono unificado del cual carecen las adaptaciones cinematográficas de su competencia.
Mientras DC siga apostando a que la fidelidad de sus fans es suficiente, y no tenga un ojo que dé orden y coherencia a su universo fílmico, porque Snyder está muy lejos de convertirse en el padrino que necesita, será difícil hasta para Batman y Superman poder sacarlo del atolladero. El tono de comedia mostrado en el primer adelanto de The Justice League no ha sido muy alentador para los fans: copiarle el estilo a Marvel quizás no debe ser la pauta a seguir.