También los premiados comenzaron pequeños (primera parte)

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Sí, ahora todo el mundo cacarea sus éxitos. Sus pasos avanzaron con firmeza sobre la alfombra roja después de haber cosechado triunfos en taquilla, entre la crítica y aun en los más oscuros festivales europeos. Pero los nuevos y provisorios príncipes de Hollywood tienen un pasado –no muy lejano– de fracasos rotundos o, al menos, de películas indiscutiblemente menores. Un fugaz repaso a la filmografía reciente de tres de ellos lo demuestra: antes de coronarse con The Wrestler, Aronofsky tropezó con The Fountain; para llegar al esplendor que le brindó Frost/Nixon, Ron Howard tuvo que soportar la humillación (rentable, sí, pero humillación al fin) de haber dirigido El código Da Vinci; y Danny Boyle, que hoy se pavonea estatuilla en mano gracias a Slumdog Millionaire, viene de superar el bache que le supuso su anterior Sunshine. Para no perdernos sin más en la avalancha de elogios, hagamos una fugaz revisión de estos tres desaciertos.

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The Fountain (2006) es, sin lugar a dudas, la peor película de Aronofsky. Esta afirmación, que a lo mucho sería discutida por algún trasnochado seguidor de la estética new age, es menos polémica que decir que Requiem For A Dream era también mala. Y lo era. Pero comparada con The Fountain, Requiem merecería por lo menos un aplauso. En The Fountain hay tres historias, que sólo convergen en un punto “espiritual” situado, como diría Leon-O, más allá de lo evidente: por un lado, un afamado médico (Hugh Jackman), especialista en cáncer, lucha desesperadamente por encontrar una cura al tumor cerebral de su amada esposa (Rachel Weisz). En segundo lugar está la historia de un ¿conquistador? (también Hugh Jackman) al servicio de la reina Isabel (Weisz), que en pleno siglo XVI tiene que encontrar la fuente de la vida: un arbolote que brota de la cima de una pirámide perdida en algún rincón de la Nueva España. Lo que el conquistador no sabe es que tendrá que enfrentarse a varias pruebas antes de llegar al mitológico árbol: un Gran Inquisidor malísimo, un motín de frailes franciscanos (¡!) y el ataque de un grupo de guerreros mayas que en última instancia lo reconocerán como el Creador del mundo (típico despiste indígena). Por último está la trama supra-terrena, que no es propiamente una historia sino un montón de imágenes de Hugh Jackman, pelado al rape, haciendo Tai-chi en el centro de una esfera dorada y luminosa. La esfera celeste, se nos informa, se llama Xibalbá. También hay algunas escenas de meditación en “flor de loto” y mucho, mucho polvo áureo lloviendo a espaldas del protagonista.

Decir que la película “cierra” de algún modo es una concesión exagerada: el personaje múltiple de Jackman extrae la savia del árbol de la vida, la savia cae al suelo y se convierte en una plantita, Jackman se come la plantita y al hacerlo pasa a formar parte del todo (se muere convertido en pasto). Después, incomprensiblemente, sale otra vez meditando en el centro de la esfera, para que no se nos olvide que todo era metafórico.

The Fountain iba a ser protagonizada, originalmente, por Brad Pitt y Cate Blanchett, que tuvieron el decoro y el atino de salirse a tiempo del proyecto. La banda sonora, interpetada (otra vez) por Kronos Quartet, insiste en una solemnidad y un halo de trascendencia que ya las imágenes (“¡más brillantina dorada, por favor!”, gritaba Aronofsky) hacían demasiado explícitos.

– DSP

[Próximamente: Sunshine, de Danny Boyle]

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(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).


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