Aunque tambiรฉn describe un paisaje moral, la Espaรฑa democrรกtica todavรญa vacilante de 1980, La isla mรญnima se concentra poderosamente en el bellรญsimo y poco frecuentado territorio de las marismas del Guadalquivir, especialmente en torno al acotado espacio de la asรญ llamada La Isla. El director Alberto Rodrรญguez, que ha hecho un magnรญfico trabajo de narraciรณn y trazado de personajes, se permite sin embargo –y el espectador lo agradece– ser manierista a veces; sin dejar de ser esencial, rรกpido y trepidante, Rodrรญguez juega con nuestra percepciรณn de espectadores de la pantalla grande, iniciando su pelรญcula con un trompe l’oeil que se repite y la termina: tomas cenitales de las riberas del rรญo que pueden parecer (a mรญ me lo parecieron) un efecto de truca digital, y que van perdiendo gradualmente su condiciรณn de vista aรฉrea para mostrar el horizonte plano e infinito de sus arrozales abandonados. El juego le conviene a una historia que trata en clave social de las apariencias falsas, los engaรฑos de la historia y la difรญcil investigaciรณn de la verdad. La isla mรญnima es asรญ un thriller naturalista realzado por un correlato plรกstico que raya en la metafรญsica.
Sueรฑo de invierno, del muy notable director turco Nuri Bilge Ceylan, lucha por el contrario con el idilio del paisajismo: “Tenรญa un poco de miedo de rodar en Capadocia, porque es una regiรณn de una gran belleza, mayor de la que yo deseaba, pero espero no haberla mostrado en exceso”, y aรฑade que, si tras haberla descartado, eligiรณ por fin esa espectacular regiรณn de la Anatolia central fue porque, ademรกs de no haber encontrado otro hotel tan apartado del mundo pero con turistas en invierno, era “el lugar perfecto donde alejar totalmente a los personajes”. La Capadocia de las viviendas rupestres y formaciones granรญticas inverosรญmiles tuvo una apacible existencia durante siglos, antes de la llegada masiva del turismo; yo la visitรฉ en el momento de transiciรณn, cuando las discotecas excavadas en la piedra eran una incipiente rareza y aรบn se podรญa estar de noche entre el roquedal sin el fogonazo de los mรณviles tomando fotos.
Ceylan, que no quiere en absoluto ser manierista, la afea cuanto puede, reflejando la suciedad de los poblados capadocios, el mal tiempo, el lado oscuro de la hostelerรญa, pero su cรกmara panorรกmica, pese a todo, es incapaz de evitar la plasmaciรณn de unas arquitecturas orgรกnicas de halo sobrenatural. Sin embargo, Sueรฑo de invierno nunca alcanza, a mi juicio, la resonancia dramรกtica que los desolados y mรกs secos paisajes le daban a su anterior pelรญcula, รrase una vez en Anatolia, una obra maestra de contenciรณn y exploraciรณn de la oquedad, tanto en el entorno rural como en los personajes allรญ presentes. “Necesito la misma libertad que un autor que, mientras escribe, no se pregunta cuantas pรกginas tendrรก la novela”, ha confesado el director, y su nueva pelรญcula es larga como las mรกs largas novelas, sin ser novela-rรญo ni saga histรณrica; su longitud es esencialmente verbal, y sus referencias, muy sutilmente introducidas, literarias: Shakespeare, Chรฉjov, Dostoievski. A veces la palabrerรญa del protagonista, ese actor retirado, investigador de teatro y periodista de ocasiรณn, no llena el vacรญo de la crisis multifuncional que se desgrana con morosidad en la pantalla.
El paisaje de la tercera pelรญcula aquรญ comentada no es รบnico ni preciso, ya que La sal de la tierra, realizada por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, sigue a su personaje dominante, el fotรณgrafo Sebastiรฃo Salgado, por medio mundo, por su propia vida y por su extraordinaria obra. Los dos directores logran a veces emular la belleza intensa de los trabajos en papel de Salgado, pero este largometraje sufre la confusiรณn de ser demasiadas cosas al mismo tiempo: un documental biogrรกfico, un recuento de sus mรกs famosas series fotogrรกficas, un cuadro familiar, un alegato a favor de la sostenibilidad territorial y la asistencia humanitaria, a partir de los principios de la fundaciรณn creada en su propio paรญs por el artista brasileรฑo.
Se trata, por otro lado, de la segunda pelรญcula en la historia del cine de igual tรญtulo, y eso da que reflexionar. Salt of the Earth, la primera, sin artรญculo, es una obra legendaria de un cineasta norteamericano ya fallecido y hoy olvidado, Herbert J. Biberman, que despuรฉs de algunos tรญtulos comerciales de escaso interรฉs dirigiรณ en 1953, con guion de Michael Wilson y producciรณn de Paul Jarrico (y a los tres se les atribuye la autorรญa con igualdad de mรฉritos), la crรณnica militante de una huelga de mineros del cinc, emigrantes mexicanos en su mayorรญa, en el estado fronterizo de Nuevo Mรฉxico. Biberman, que fue uno de los Diez de Hollywood represaliados en la caza de brujas del senador McCarthy, logrรณ con sus colaboradores y un plantel de actores no profesionales una cumbre del cine proletario, anticipatoria, ademรกs, de la hoy tan vigente cuestiรณn de las migraciones ilegales y el papel femenino en las luchas sociales, ya que es la mujer del lรญder minero encarcelado por el sheriff quien prosigue con vehemencia la protesta. Pelรญcula fronteriza y transversal, que merecerรญa una resurrecciรณn fรญlmica, coincide con la segunda Sal de la tierra en el empeรฑo รฉtico que la voz narradora de Wenders enuncia al comienzo del documental: “la sal de la tierra son los hombres”, es decir, los seres humanos que habitan los paisajes donde la miseria coincide con la exuberancia, la naturaleza mรกs feraz con la mรกs feroz explotaciรณn.~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).