Vacuna contra los estrenos

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Increíble pero cierto: la influenza porcina, rebautizada por Yakov Litzman –el ministro de Salud de Israel– como influenza mexicana y por la OMS como influenza A (H1N1), ha resultado ser una vacuna efectiva aunque temporal contra la epidemia de blockbusters hollywoodenses que, como cada año, ataca el sistema inmunológico del verano hasta dejarlo convertido en una de las dos épocas ideales para lucrar con el ocio poco inteligente (la otra, se sabe, es Navidad). Al menos en México, que según cifras calificadas representa entre el cinco y el seis por ciento de la recaudación bruta de una película en todo el mundo, varios de los grandes estudios norteamericanos han retrasado el estreno de superproducciones que son el primer brote de la peste veraniega: de Angels & Demons (“continuación” de El código Da Vinci donde resurge ese MacGyver de la simbología religiosa llamado Robert Langdon y encarnado por un Tom Hanks de pelo lacio) a Terminator Salvation (la cosecha de John Connor nunca se acaba, como dice la canción), de Star Trek (el intento de J. J. Abrams por sacar de la tumba a la horda de Lázaros liderada por el capitán James T. Kirk) a X-Men Origins: Wolverine (espero con fervor el momento en que Hugh Jackman ceda la estafeta a Anna Paquin para que inicie la saga de X-Women: juro no perderme un solo episodio). Pertenecientes a franquicias que se antojan cada vez más indigestas que los alimentos de McDonald’s, todas estas precuelas, secuelas y _________ (ponga la palabra de su elección, siempre y cuando termine en “cuela”) constituyen una cortina de humo –me temo que aquí sí funcionan las teorías conspiratorias– que busca ocultar sin demasiado éxito el agotamiento de reservas temáticas del que Hollywood es víctima desde hace, caray, algunos años más de los que quiere admitir. Este agotamiento es síntoma de una pandemia que, en mi diagnóstico, ha sido más grave de lo que se pensaba en un principio: la excesiva mercantilización del cine, al grado de transformarlo a veces ya no en un producto sino en un subproducto de consumo que apuesta más por las cantidades invertidas en parafernalia mediática –giras promocionales de actores, publicidad– que por la calidad de las historias que se cuentan.

“Hemos estado siguiendo de cerca la situación en México toda la semana y seguimos estando extremadamente preocupados por esta crisis sanitaria y su impacto en las personas que viven allí”, reza un comunicado emitido el 30 de abril por Columbia TriStar Motion Picture Group para anunciar la decisión de postergar el estreno de Angels & Demons y Terminator Salvation en nuestro país. Aunque no dudo que la preocupación de los ejecutivos responsables del comunicado sea auténtica, me parece obvio que esta estrategia de postergación tiene que ver con una cautela más financiera que sanitaria: ¿a qué estudio de Hollywood le interesa que el blockbuster en el que invirtió millones de dólares se exhiba en salas cerradas o en el mejor de los casos semivacías mientras los espectadores permanecen enclaustrados en sus casas, pegados al televisor, devorando kilos de palomitas de maíz por debajo del tapabocas? (Jamás, por cierto, he comprendido la simbiosis que existe entre el cine y las insulsas palomitas. ¿Será que los hermanos Lumière eran en realidad bioterroristas que diseñaron un virus tan sutil que aún no se ha detectado y que se activa en cuanto se oyen las frases mágicas “Vamos al cine” o “Rentemos una película”, algo similar a lo que ocurre en el remake de The Manchurian Candidate con los soldados de la primera Guerra del Golfo que son programados para obedecer órdenes al escuchar palabras clave?) A decir verdad, creo que habría que aprovechar esta etapa de reclusión forzosa para meditar sobre un hecho palmario: desde hace, caray, más tiempo del que nos gustaría admitir, los blockbusters de verano y Navidad se han vuelto el caldo de cultivo de una infección que disemina el mucho ruido mediático y las pocas nueces fílmicas, o dicho de otro modo, la mutación de la liebre en gato. Somos –con este plural mayestático me refiero a México– “uno de los diez principales mercados cinematográficos fuera de Estados Unidos”: ¿no habrá llegado la hora de pensar en qué estamos pagando por ver como consumidores altamente competitivos? La influenza como vacuna contra los estrenos de verano no está nada mal: si las andanzas de Wolverine tardan unas semanas más en presentarse en nuestras salas, tenemos un siglo entero de cine para que la espera sea totalmente llevadera.

– Mauricio Montiel Figueiras

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