“Tú estás muy bonita como para ser sirvienta.” María escucha el piropo y el rostro se le endurece. Confirma lo que ya sabía. La vida pueblerina no es un destino a su altura. Y eso que ser sirvienta le parecía mejor que obrera: todo el día en un cultivo de rosas, limpiando espinas de tallos, a las órdenes de un jefe que no la deja ni ir al baño. María trabaja para ayudar en su casa, donde la espera una madre exigente y una hermana soltera con hijo, al que de paso (¿y ella por qué?) tiene que mantener. Ni siquiera la diversión le alcanza: el novio es un tipo mediocre. Sólo porque está embarazada le propone un matrimonio rápido, sin tener una casa propia a donde llevarla a vivir. “Un indio”, como lo llama en su cara. Sin ninguna de las ambiciones que a ella le hormiguean la piel.
Franklin la entiende mejor. Y eso que la conoce de un día. Con su sonrisa y su chamarra de cuero, le dice que sus planes de irse a Bogotá y hacerse criada de una casa rica son humildes para una mujer como ella. Mejor volverse una mula y olvidarse del trabajo duro. Es cosa sólo de transportar paquetitos y viajar a Estados Unidos para liberarlos allá. Se transportan en los intestinos y contienen heroína o coca. María lo piensa un instante. ¿Y las mujeres arrestadas que salen en los noticieros y periódicos? “Son ambiciosas”, le contesta Franklin. Querían salir en la tele y por eso se dejaron atrapar.
Una escena de apenas minutos, el roce entre el dealer y la mula en ciernes, libran a María llena eres de gracia de alargar la lista entre bien intencionada y rentable de Películas con Agenda Social. La ópera prima del estadounidense Joshua Marston es la excepción de una categoría temática el traficante latinoamericano como víctima de su contexto que tiene como mérito mayor dotar a su protagonista de un sentido de autodeterminación. Ganadora del Premio del Público en el Festival de Sundance de 2004, María llena eres de gracia se publicita como la disección de un fenómeno que empieza en un país fértil en narcotraficantes, sigue con las rutas mortales que los llevan a arriesgar la vida, y termina con los posibles desenlaces de sus viajes al puerto de entrega. Ninguno de estos finales se describe como alentador: desde la nada improbable muerte de la mula (si el paquete de heroína se rompe), su arresto apenas pise suelo estadounidense (no es difícil identificarla) y, en caso de llegar a salvo, la disyuntiva entre volver a Colombia o quedarse como inmigrante ilegal. Por no hablar de la combinación de casos, una complicación común: la muerte en país extranjero, sin dinero para la repatriación. María llena eres de gracia llama la atención al problema o, mejor, a la cadena de problemas y cuenta con un público dispuesto a profundizar en él. En un estrato mucho menos ingenuo, atrae porque lleva al espectador de la mano hacia un lugar poco visitado por el cine de alegato social: el del suspenso narrativo y la empatía con un personaje en su descenso al infierno elegido. Si María es soberbia o digna y su vida razonable o tortuosa son coyunturas abiertas que salvan a la película de un determinismo simplón. La ambigüedad del planteamiento contribuirá en proporción directa con su grado de verosimilitud: una vez que la protagonista pacta con un código el delictivo que le es incuestionable y ajeno, se ve obligada a asumir sin chistar las consecuencias de su decisión. En una de las mejores escenas, la chica observa la preparación de paquetes de heroína (ochenta y tantas) que tendrá que empezar a tragarse unos minutos después. Lo hará mezclando los paquetes con caldo porque el esófago no resiste más.
Sin balas ni golpes ni imágenes de miembros cortados, más de una escena en María llena eres de gracia susurra atrocidades sobre el narcotráfico al oído de un hombre común. Es el caso de la ingesta de paquetitos, o el del primer viaje de la flamante mula, de Colombia a Nueva York. Sabemos de su misión secreta, y de que lleva los intestinos saturados de un polvo letal. No surge nada, en realidad, más que una súbita preocupación en su rostro porque uno de los paquetitos se pudiera reventar. Aparecen gotas de sudor frío, y la duda de si ese sudor es consecuencia de la preocupación sola o anticipa la agonía por una sobredosis mortal. Crecen la angustia y sus síntomas, y ahora, lo acaba de notar, también el sonido acelerado de su propio corazón. El temor es ahora a las palpitaciones rápidas. A por qué se generaron y a lo que pueden anticipar. La duda lo contamina todo, y esto vale tanto para ella como para el espectador que no sabe mucho más. María llena eres de gracia aprovecha el recurso de la experiencia en común: la del miedo que no se confiesa llegado el límite de una transgresión. Cada uno conoce el suyo, y ahora el de María también. Es el espejo que hace posible la empatía y la compasión. –
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.