En “The Spectre”, el séptimo episodio de Irma Vep (Francia – E.U., 2022), miniserie de ocho capítulos escrita, dirigida y creada por el crítico de cine convertido en cineasta y autor total Olivier Assayas, el ingobernable actor alemán Gottfried (Lars Eidinger, desatado) acaba de terminar su participación en la producción de la serie televisiva “Irma Vep”, rodada en Francia, que se supone es una especie de remake de cierta cinta homónima de los años 90, aunque más bien se trata de una puesta al día del insuperable serial Los vampiros o los archicriminales de París (Les vampires, Francia, 1915-16), seminal filme de diez episodios dirigido hace más de un siglo por el precursor del thriller Louis Feuillade.
El equipo de producción ha preparado una reunión con comida y trago para despedir a Gottfried, que en los días en los que ha participado en la grabación de la miniserie le ha hecho la vida de cuadritos a todo mundo: apenas bajar del avión ya estaba buscando algo de droga; nunca llegó a tiempo al set, ante la desesperación de sus compañeros; se le pasó la mano al preparar una “asfixia autoerótica” por la que terminó hospitalizado y en estado de coma. Pero también es cierto que cada vez que estuvo frente a cámara dio todo lo que tenía. Gottfried será un alcohólico redomado, un adicto irredento y todo lo difícil de congeniar que usted quiera, pero el tipo tiene talento y una energía contagiosa. De hecho, uno se queda con la sensación de que “Irma Vep”, la serie dentro de la serie, es mucho mejor cada vez que Gottfried aparece.
Todo está preparado, pues, para despedirlo de la filmación, porque el personaje que interpreta, el implacable ladrón e hipnotista Moreno, ha sido finalmente detenido y el guion indica que luego morirá elípticamente en la cárcel. Pero Gottfried no puede irse así como así. Toma una botella de champaña, la abre bruscamente, baña con el líquido a todo el equipo, lanza la botella a la pared, voltea la mesa donde se encuentra la comida, se sube a otra mesa, se cae de ella, lanza sillas al aire y antes de salir, se suelta con una lúcida jeremiada contra los blockbusters hollywoodenses (“La industria se ha apoderado del cine: abogados, big data, franquicias, plataformas”), pero también contra el cine “independiente” que solo está interesado en “predicar… hasta que te hartas de que te sermoneen”. Desafiante, a grito abierto, Gottfried confiesa que ha elegido ser como es, un tipo insufrible e insoportable, para mantener vivos a quienes trabajan con él. Todo mundo se aburre haciendo cine porque no hay peligro alguno, no hay riesgo de ninguna especie. El cine, dice Gottfried ante sus sorprendidos pero extasiados compañeros que terminan vitoreándolo, es para los “chicos malos”, los que están dispuestos a arriesgar hasta la vida por hacer un filme.
La escena de la despedida de Gottfried funciona, por supuesto, no solo como el último acto de rebelión ética y estética del ingobernable actor interpretado magistralmente por Eidinger, sino como una auténtica declaración de principios del cineasta Assayas con respecto a la propia serie que estamos viendo y a su propia carrera como director. Y es sobre todo un sentido homenaje a los pioneros fílmicos de inicios del siglo pasado, como el mencionado director Louis Feuillade y su estrella femenina Musidora, la primera y única Irma Vep.
En efecto, en la luminosa serie televisiva de HBO Max –que acaba de finalizar y es para mí, episodio por episodio, hora por hora, minuto por minuto, lo mejor que he visto en la pantalla chica en este año– Assayas nos ha entregado un fascinante juego de espejos cinefílicos, un inventivo circo de tres pistas cinematográficas, un laberíntico juguete para armar y desarmar entre escena y escena, entre corte y corte.
Irma Vep, la miniserie dirigida por Assayas, es en primera instancia el refrito de Irma Vep (Francia, 1996), sexto largometraje del mismo cineasta y con el cual se dio a conocer mundialmente. Aquella primera Irma Vep fue una provocadora reflexión sobre el cine en general y el cine francés en particular. La historia, escrita por el propio director, está centrada en el abortado proyecto de filmar un remake televisivo de Los vampiros. El director de tal herejía es René Vidal (nada menos que el emblema de la nouvelle vague, Jean-Pierre Léaud), un director que ha vivido tiempos mejores y que ahora es visto por un impertinente periodista como el mejor ejemplo de lo peor del cine francés: alguien que solo hace películas “para intelectuales” y que recibe dinero del Estado para hacer un cine que nadie ve.
El caprichoso Vidal cree, con todo en contra, que puede haber una oportunidad para rescatar la pureza primitiva de la obra de Feuillade a través de la protagonista ideal en ese momento preciso, a fines del siglo pasado. Me refiero a la estilizada superestrella hongkonesa Maggie Cheung, que llega del otro lado del mundo para tratar de llenar los zapatos de la original Musidora y convertirse en Irma Vep. Lo que vimos en aquellos apretados 99 minutos de duración fue, pues, la accidentada y caótica filmación de este remake, condenado inevitablemente al fracaso.
Los entretelones de la filmación de una película forman parte de una larga tradición en la historia del cine. Desde los orígenes de la industria, en los one-reelers de Mack Sennet, por ejemplo, el afán de autocrítica/parodia/glorificación/desmitificación de los cineastas sobre sí mismos, su profesión, sus compañeros, su propia obra, ha sido persistente y el número de películas alusivas es legión.
En aquella primera Irma Vep, Assayas realizó su propia Noche americana (Truffaut, 1973) aunque de una forma oblicua: es cierto que no faltan los pleitos, chismes e histerias de rigor –dos mujeres del equipo de producción se aborrecen, alguien suelta el borrego de que Maggie Cheung se acostó con la bisexual diseñadora de vestuario, Vidal se derrumba cuando ve los primeros rushes de la película–, pero el interés de Assayas no radica tanto en el mágico y tortuoso proceso de hacer cine, como en el amor al cine mismo a través una pieza insustituible por su radical excentricidad. Más cercano a la veta poética que narrativa –Feuillade transitaba por caminos distintos a su contemporáneo más famoso e influyente, Griffith–, el serial Los vampiros aparece como una especie de utópica piedra filosofal fílmico-poética que, sin embargo, no resulta del todo inalcanzable cuando Maggie Cheung se enfunda en su látex negro y, felina, se desliza frente a la cámara.
Casi 30 años después, Assayas ha vuelto, pues, a Los vampiros, a Musidora y a Irma Vep. La premisa de la miniserie es muy similar, aunque se trata más una secuela que de un remake: el director Vidal (interpretado esta vez por Vincent Macaigne) es ahora el alter ego del propio Assayas, pues el perpetuamente atribulado cineasta ha decidido hacer una miniserie basada en aquella película de 1996, solo que esta vez la nueva Irma Vep es una joven y refulgente estrella sueca-hollywoodense, Mira Harberg (la joven y refulgente estrella sueca-hollywoodense Alicia Vikander), pues la anterior Irma Vep, Jade Lee (Vivian Wu, encarnando a Maggie Cheung sin glamour), ya no está disponible porque es la exposa de Vidal y hace años que los dos no se ven ni se hablan. Para rizar el rizo de este interminable entramado de referencias, hay que apuntar que Olivier Assayas sí estuvo casado brevemente con Maggie Cheung, de 1998 a 2001. Es más, Vidal (¿o es Assayas?) dice en algún momento que ha vuelto a Irma Vep como una forma de exorcizar sus recuerdos de Maggie… digo, de Jade.
En esta nueva Irma Vep, Assayas juega, pues, con este tono personalísimo y confesional que luego pasa a seguir el modelo clásico de La noche americana –los problemas de la accidentada filmación de la miniserie– para después mostrarnos un fascinante remake plano por plano de ciertas secuencias claves de Los vampiros…y al mismo tiempo, presentarnos un fascinante detrás de las cámaras de este histórico serial fílmico, basado en los apuntes autobiográficos de Musidora (Alica Vikander otra vez), quien cuenta con orgullo cómo fue la filmación y lo que estaba dispuesta a hacer por una toma si se lo pedía Feuillade (otra vez Vincent Macaigne).
El resultado es un juego de espejos de actores, personajes e identidades, no solo de parte de Assayas sino de la propia Alicia Vikander, más atractiva y sexy que nunca quien, gracias al guion escrito por el cineasta francés, se burla abiertamente de sí misma, del cine que hace en Hollywood y de la propia industria a la que pertenece. Una industria cada vez más domesticada, en la que todo asomo de creatividad y rebeldía es aplastado por los leguleyos o, peor aún, por los santurrones. Ya lo dijo Assayas a través de Gottfried: el cine es para las chicas y los chicos malos. ¡Buenitos y mercachifles, fuck off!
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.