La despeinada

Por cortesรญa de los editores, publicamos un cuento perteneciente a Las mariposas beben las lรกgrimas de la soledad, libro de la quebequense Anne Genest reciรฉn publicado en espaรฑol.
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โ€œSi la noche es para usted ese tiempo de tregua y
ย ย ย ย ย ย ย  ย ย  de inconsciencia que va del crepรบsculo de la noche
al crepรบsculo del amanecer, y si termina para usted con el dรญa,
ella es mi consciencia misma y para mรญ no tiene finโ€ฆโ€.

Lydie Dattas, La noche espiritual



La cosa apareciรณ justo a tiempo en mi vida. Una maรฑana de otoรฑo, a la hora de los tonos grises. Soy de las que se levantan antes del alba. Me pongo unos pasos torpes, me lanzo a la calle, a la noche. El resplandor de las farolas zumba. El haz vacila. ยฟTenemos que apagarnos o mantenernos en vela? Centinela agotado. Acaban de prender la luz en la casa del vecino. Todavรญa no son las cinco. La televisiรณn emite ondas azuladas. Entran las realidades de otros mundos. La sala se llena: quejas, huelga, guerras.

Al ir dando pasos, recojo dichas minรบsculas: una horquilla para el cabello, un dibujo garabateado, una llave que guardo al fondo de un bolsillo imaginando las cerraduras que podrรญa abrir. Con casi nada, invento todo. Veo en vez de tener.

De niรฑa, me agarraba a la mano de mi madre y nos รญbamos en busca de รบtiles. Una punta de pluma, la colilla de un cigarro, el mรญnimo detalle se convertรญa en la huella de un personaje que ensamblรกbamos pieza por pieza. โ€œEl alma no se encuentra en los ojos, ni en la voz, sino en la arcilla de la carne, me repetรญa mamรก. Siguiendo la pendiente suave de la columna vertebral, deslizรกndose bajo la nuca, siguiendo lo largo de la espalda, hasta la cavidad de la pelvis. Cuando, en el rostro, ya no hay mirada, quedan las lรญneas del cuerpoโ€.

Modelรกbamos tantas existencias, concediรฉndoles deseos, a veces tristezas. Imaginaba la vida de una anciana nada mรกs siguiendo la curva de su espinazo. Los aรฑos consagrados a alimentarse habรญan redondeado su silueta. Su cuerpo en forma de arco de circunferencia como un seno ofrecido a los niรฑos de los que se habรญa hecho cargo.

Hoy, vuelvo a encender mi mente cada final de noche. En las pรกginas blancas de mi cuaderno de pastas negras, entinto.

Ahora bien, esta maรฑana, un pequeรฑo detalle dio a luz una idea.

La tenue claridad revestรญa la calle, revelando las cosas, parte por parte. Con un portazo cerrรฉ el carro, entrรฉ en la casa intentando no despertar al ruido. Las cortinas todavรญa retenรญan un poco las sombras.

Me dejรฉ caer en la estropeada silla voltaire, apoyada contra la ventana del escritorio donde escribir me resulta agradable. La bolsa deportiva se arrastraba a mis pies. Con la manta a cuadros, me cubrรญ del frรญo. La pluma fuente retenรญa un resto de penumbra. Un soplo jadeante comenzรณ a latir en mi palma. Mis dedos se abrieron. Y el pico del lรกpiz chillรณ.

No oรญ que el dรญa colmara el รกrbol de pรกjaros y que la calle se despertara con el paso de los coches.

Vi otra cosa.

Ahรญ, cerca de la bolsa puesta a mis pies, un nudo de hilo negro.

Me agachรฉ. Mis dedos atraparon la forma. Las fibras se enrollaron en mi piel. Una suavidad de cabello. Un olor a jabรณn y a sudor.

Mi memoria dio marcha atrรกs, transportรกndome algunas horas mรกs temprano al momento en que me desprendรญ del sueรฑo para abrazar el alba haciendo toser el motor del coche. Me dirigรญ como de costumbre al gimnasio. Adentro, los cuerpos estaban en acciรณn. ร‰ramos pocos. A mi izquierda, un hombre con un pesado conjunto deportivo sudaba la gota gorda. Su aliento jadeaba con grandes suspiros bajo una capucha. Se aferraba a las muรฑequeras, sudaba, expiaba, huรญa de su propia carne. El ambiente a su alrededor era pesado como si llevara, ademรกs de su piel, el peso de otro.

Mรกs allรก, en una remadora, una mujer cortaba el aire con un ritmo epilรฉptico. Su mirada crispada escrutaba un punto del horizonte. La mรกquina no la llevaba a ningรบn lado. Quizรก imaginaba un lago de aguas cristalinas e incluso el mar; su sabor a sudor y a sal.

Aunque compartรญamos este mismo espacio varias veces a la semana, no interactuรกbamos. Solo nuestros movimientos contaban, nuestros biorritmos acelerados, nuestra dependencia a la adrenalina que nos permitรญa someternos mejor al dรญa partiendo la noche por la mitad.

En realidad, si corro sobre esta banda que me regresa sin parar al mismo lugar, es con el fin de abandonarme; no ser mรกs que pensamientos, finalmente liberada del desorden de mis miembros.

En mi muรฑeca el reloj ya indicaba que era hora de volver. Guardรฉ mis cosas. Rรกpido, el coche. Rรกpido, volver al sillรณn, el cuaderno. Escribir una hora y luego despegarme de la hoja, salir corriendo al trabajo.

Sin embargo, en el vestidor, al agacharme para abrir la bolsa, notรฉ, bajo el asa, una coleta de pequeรฑos cabellos. Quise tomar la cosa para deshacerme de ella. Al enderezarme, el grifo corriรณ. El agua fluรญa, entrecortada por el ruido del chapoteo.

El barullo se detuvo. Hubo una fricciรณn de sandalias. No quise saber a quiรฉn pertenecรญan los pasos. Sentรญa un vivo placer de dejar a mi imaginaciรณn hacer su trabajo. La mujer se acercรณ. La oรญ sentarse en la banca. Enseguida una agitaciรณn de pequeรฑos frascos acomodรกndose. Un ruido de tijera, una fricciรณn de lima en las uรฑas, el roce de una piedra pรณmez.

La visualicรฉ completamente desnuda a excepciรณn de su cabello cubierto con una toalla. Flotaba un olor de solventes y de hierbas. A veces nos quitamos la ropa como cuando quedamos como nuevos. Desnuda, para librarse de una cosa incรณmoda. Limpiarse no por higiene sino para purgarse del pasado. Imaginรฉ un amor contrariado y la decisiรณn de ponerle fin. Tris tras. Cortar el vรญnculo con un hombre de un tijeretazo.

La mujer se levantรณ. Regresรณ al lavabo dejando tras ella un olor quรญmico.

Esta vez volteรฉ la mirada.

La vi, desvestida. Un pubis negro como un punto. Una melena rubia, desteรฑida, en cascada sobre los hombros. Una mirada limpia. Pรกrpados grises. Pero sobre todo, bajo los ojos, grietas azuladas, ojeras que maldicen. Estaba llorando.

Me levantรฉ para ofrecerle un paรฑuelo.

โ€“ Gracias, dijo entre dos sollozos.

โ€“ยฟLa puedo ayudar?

โ€“No, no hay nada que hacer, aรฑadiรณ.

Se sonรณ. Busquรฉ en mi bolsa. Me quedaba una tablilla de chocolate que compartimos.

Lentamente, se volviรณ a vestir. Le hablรฉ de mi รบltima ruptura amorosa. Me confiรณ que atravesaba la misma experiencia. Nuestros relatos habrรญan podido atiborrar completamente un cuaderno.

Me fui y dejรฉ sobrevolar su presencia tras de mรญ. Una vez en la casa, cuando me preguntaba quiรฉn era el personaje que iba a plasmar en la hoja, descubrรญ pegado a mi bolsa, ese pelo todavรญa todo embebido de negrura. El dรญa no ahoga la noche, no, pero se nutre de ella.


Traducciรณn de Carlos Rodrรญguez.

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es escritora quebequense. Ha publicado el libros de cuentos Las mariposas beben las lรกgrimas de la soledad (Ediciones del Lirio, 2024, publicado en francรฉs en 2018) y las novelas Fรฉcondes (2019) La sueur est un dรฉsir d'รฉvaporation (2022)


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