“Siempre nos han interesado los autores que de una forma u otra se adelantaron a su tiempo, bien en su forma de vida o en su inconformismo. Nuestros autores forman parte de las minorías o están con ellas. Son grandes observadores de lo que acontece a su alrededor, dotados de una extrema sensibilidad, capaces de captar y transmitir belleza hasta de las situaciones más desgarradoras. Esa posición de alerta ante el mundo es lo que tal vez les lleva a escribir de una forma íntima. Quizá sea ese intimismo el que marque la literatura que publicamos: de las minorías es de donde siempre surge una potente fuerza creativa.” Así respondió el editor de Cabaret Voltaire, Miguel Lázaro, a la pregunta sobre la coherencia de los libros que publican, en una de las seis entrevistas que conforman una serie en la que se exploran los rasgos esenciales del pensamiento editorial de distintos editores “emergentes” en español: desde su filosofía de trabajo y su concepción del oficio hasta las ideas propias que han desarrollado con los años al frente de cada sello.
La lucidez de la respuesta de Miguel Lázaro nos hace pensar, de nuevo, en la esencia editorial: ¿cómo se adquiere y se mide el criterio? ¿Cuál es el cometido y la importancia de emprender y sostener a toda costa un proyecto así? Una casa editorial mínima, que resista y a la vez sorprenda; que se sume a la construcción de un idioma desde la experiencia o el pensamiento de una persona, para después convertirse, a través de un proceso de lectura, en memoria compartida. No tanto “qué es una editorial”, sino qué fue lo que hizo que sucediera y funcionara. La aproximación del qué habría arrojado tal vez respuestas prefabricadas, pero lo interesante eran los motivos, la curiosidad de un editor: qué piensa mientras edita; por qué; de dónde viene todo eso. Parece que esa es una de las diferencias entre los grandes grupos y cierto tipo de editoriales más enfocadas: muestran un proceso más que una conclusión. La editorial pequeña se está revelando (idealmente) como editorial en cada uno de sus libros, en lugar de ser solo un medio para presentar un producto después de otro. Estas dinámicas no solo se quedan en la editorial: se trasladan luego al lector, que comienza a interpretarlas a través de la imaginación y a adquirir, a su vez, un criterio literario.
En la búsqueda de editoriales para para las entrevistas aparecieron proyectos notables pero caprichosos, algunos más empresariales que literarios, interesados en publicar (aparentemente todos los géneros) más que en leer; surgieron editores erráticos, con editoriales que habían publicado libros y autores extraordinarios, pero también otros que no lo eran, y con catálogos que pertenecían más a un portafolio de imprenta que a una casa editorial; había otras tantas muy bellas pero dispersas: los títulos eran admirables por sí solos, ¿pero qué podían decir en conjunto? Todos ellos se fueron quedando atrás: me interesaba dar con voces editoriales que hablaran más bien de solidez y congruencia sin importar la escala o los alcances. Quería encontrar editoriales que estuvieran estructuradas alrededor de un centro visible –no de periferias o descartes (por más buenos que fueran)–; que mostraran un compromiso con algo, no necesariamente temático: alguna característica editorial particular, instituida con rigor, que pudiera distanciarlas claramente de otras editoriales.
Así encontré a seis editores para conversar de un aspecto primordial de su proyecto. En Argentina, Santiago La Rosa, de Chai, habló sobre el editor como autor; en Chile, Julieta Marchant, de Bisturí 10, sobre los procesos de traducción literaria, y Andrea Palet, de Laurel, sobre el trabajo previo con los textos; en Colombia, Alexandra Pareja, de Angosta, acerca de la selección y publicación de voces nuevas; en España, Miguel Lázaro, de Cabaret Voltaire, abordó el criterio y la coherencia editoriales; y en México, Melina Balcázar, de Cantamares, conversó alrededor de la construcción de un catálogo improbable. (No los conocía antes de las entrevistas, y tampoco son, por supuesto, representantes de las únicas editoriales sobresalientes: hay muchas más que se quedaron en la lista.) Son editoriales fundadas entre 2014 y 2019 (excepto Cabaret Voltaire, fundada en 2006), que publican entre dos y siete títulos al año, que son operadas por un equipo minúsculo (muchas veces solo una o dos personas) y que ponen especial atención en la calidad literaria antes que en las tendencias. Sus editores son expertos en cada uno de los textos de su catálogo, y en ese sentido podrían describirse como “editoriales de autor”. Conservan el brillo de un escritor marginal y acercan la voz de uno lejano. No son emprendimientos de bajo costo, pero sí de una economía de menor escala que, por otro lado, suele exportarse cada vez con mayor facilidad. Pero sobre todo, esto: pueden verse como proyectos de lectura que tienden hacia la contención más que a la dispersión.
Al final, cada entrevista podría leerse como una discusión sobre un aspecto del quehacer editorial. Sería posible entonces leer la serie y ensamblar las respuestas para encajarlas en un “todo” que hable de la edición contemporánea, sí, pero a la vez de valores cualitativos que tal vez no habrán cambiado demasiado con el tiempo. También ver si hay puntos de contacto; o encontrar las complejidades que no siempre son claras a simple vista, ni para un lector ni para un editor novel. Porque en una librería todo eso se diluye. Que un solo libro pueda alzar la voz por toda la editorial a la que representa es casi una rareza. “Necesitábamos que primara la curaduría editorial sobre el impacto singular de cualquiera de los títulos y autores. Nos entusiasma que se hable de libros de Chai, y no solo de libros de tal autor o tal tema”, dice Santiago La Rosa. “La idea es construir algo muy difícil pero no imposible: que lleguen a confiar en la editorial hasta el punto de probar lecturas de las que no tienen ninguna referencia”, dice Andrea Palet.
Es complicado tratar de obtener conclusiones, pero quizá comiencen a asomarse las características que definen a la edición contemporánea independiente en español (o en el mundo): en valores absolutos son esfuerzos minúsculos, que le hablan a un público a veces escaso, y que podrían pasar casi desapercibidos, pero que tienen importancia en el panorama completo de un idioma. Y es que, además de las satisfacciones de publicar un catálogo independiente, lo que realmente marca la importancia de una editorial es su visión de conjunto: por qué se hace; cuál es la emoción que se está explotando y a qué lugares desconocidos –o inaccesibles de otra manera– nos va a llevar si seguimos explorando ese camino. Melina Balcázar, en otra de las entrevistas, dijo: “En el catálogo de editoriales que admiro –como el de Éditions de Minuit, de Jérôme Lindon, o el de L’Olivier, de Olivier Cohen– hay algo muy humano: la historia de una persona –el editor– que de cierta manera cuenta su catálogo. Es lo que hace única a una editorial, pues refleja un posicionamiento en el lenguaje, una manera muy peculiar de ver al otro, de identificar y hacer aflorar sus potencialidades”.
En esa misma línea de pensamiento, diría que lo más importante que una editorial puede dar no es tanto el descubrimiento de autores o textos, sino compartir una forma de ver y leer el mundo, usando los libros como herramienta. La edición, no en un país, sino en una lengua, acerca a todos los habitantes de esa lengua, porque además, a través de la edición y la traducción, nos permite detenernos para escucharnos. “La actualidad es demasiado rápida para alcanzarle el ritmo; posiblemente publicamos libros que exigen detener ese vértigo que significa la tendencia: que los textos mismos frenen en algún nivel esa avidez por lo contemporáneo, para pensar en su composición”, dijo Julieta Marchant. Cuando un editor, con su voluntad transformada en libros, logra transmitir esa forma de ver y de leer, aunque no esté su nombre por ningún lado, se aprecia y permanece. Te mueve. Eso es también lo que hace el arte.
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Este artículo es parte de una serie sobre editoriales literarias emergentes en español. Editoriales pequeñas pero sólidas, contenidas y centradas que publican pocos títulos al año con rigor y cuidado.
(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.