¿Aún dudan que en las últimas dos décadas del siglo XX el video mató a la estrella de radio? Pues ahora ronda la amenaza de que los críticos musicales de los medios tradicionales terminen de ser devorados por vloggers, influencers y creadores de contenido para redes sociales.
Discúlpeme el lector si inicio este comentario de modo anecdótico. Mi precoz melomanía fue estimulada desde temprana edad por múltiples periodistas y críticos que de alguna manera me guiaron por los diversos barrios de la música. Yo era el chavo que en los años 70 corría al puesto de periódicos a comprar las revistas Conecte y Sonido y se pegaba a la radio para escuchar las emisiones de Oscar Sarquiz y Juan Villoro en Radio UNAM y Radio Educación. Hojeaba Rolling Stone, Creem y Hit Parader en la única hemeroteca de México que también tiene restaurante con meseras vestidas de tehuanas. En la segunda publicación hallé a algunos de mis más confiables oráculos: Robert Christgau, Lester Bangs, Rick Johnson, Dave DiMartino. Me boté de la risa con la declaración fulminante del venerado Frank Zappa (“El periodismo de rock es gente que no sabe escribir, entrevistando a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer.”), pero no permití que me paralizara.
Supongo que los años, la curiosidad y la avidez de goce auditivo me llevaron a seguir a muchas otras plumas. Descubrí que todos los géneros tenían a sus especialistas. En línea con mi actitud ecléctica, cultivé la lectura de aquellos que no levantaban muros fronterizos al pergeñar y arrojar luz sobre obras que merecían ser escuchadas. Me guiaron Juan Vicente Melo, Juan Arturo Brennan, Luis Ignacio Helguera y una larga lista de cómplices.
Fast forward hasta Anthony Fantano, crítico musical estadounidense de 34 años de edad que hace once abrió su sitio The Needle Drop y empezó a publicar videorreseñas en YouTube. “El único crítico musical que importa (si tienes menos de 25)”, cabeceó el New York Times un perfil de Fantano escrito por Jon Coscarelli publicado recientemente. Para algunos, Fantano es “el Roger Ebert de la música”. Él se presenta en cada una de sus videoreseñas –al menos cinco a la semana– como “el nerd musical más atareado de internet”.
Debo confesar que yo no le gané por mucho a The New York Times: apenas lo empecé a seguir el año pasado, tras una charla con Diego, mi hijo de 19 años, uno de sus 2.26 millones de seguidores en todo el mundo. Me gusta el estilo directo de Fantano (“no soy el mejor escritor; soy mejor hablando”, le confesó a Coscarelli). Relajado, coloquial, con cierta proclividad a la comedia, con recursos de performance (usa camisa amarilla cuando va a celebrar una grabación, roja cuando la hará pedazos), Fantano es un personaje característico de una era eminentemente visual. Tiene un alter ego de nombre Cal Chuchestra –lo interpreta él mismo, con bigote y relleno–, quien supuestamente es un roommate que interroga y acota. Fantano lee con naturalidad sus notas del teleprompter. Manifiesta su entusiasmo con la dosis adecuada de adjetivos y, sobre todo, pergeña grabaciones sobresalientes y las pone en valor para sus millones de seguidores.
El medio puede ser YouTube o un sitio web en internet. El mensaje parece seguir siendo tan elemental como que el crítico te muestra lo que merece ser atendido y te propone lecturas (o escuchas) posibles. O como asegura el crítico musical inglés Simon Reynolds a partir del ejemplo de Friedrich Nietzsche: una labor posible y legítima del comentarista musical es “describir el goce”. En una conferencia sobre la crítica de rock, su discurso, su historia y sus tendencias actuales que dictó en Buenos Aires en 2017, Reynolds se arropó en un concepto acuñado por el pensador alemán, la transvaluación o transvaloración. “Un crítico señala a los demás que están equivocados, que lo importante no es esto, sino otra cosa, cambia el eje de los valores. La transvaloración establece nuevos valores y explica cuáles son”, expuso.
No recubriré de capas ni jerga académica la chamba de “El Melón” –como le dicen muchos de sus fans a Fantano, en razón de su calvicie prematura–, pero a fin de cuentas el vlogger valora grabaciones en menos de diez minutos, canta fragmentos, lanza algún chascarrillo, aporta contexto y lo hace con sencillez y calidez. Simple, íntimo y comunitario, así lo adjetiva Coscarelli; y yo lo suscribo. Fantano ostenta omnívora y ecléctica melomanía, clasifica con sustento la discografía de consagrados de lo peor a lo mejor, dictamina primero que la mayoría las primicias de los artistas noveles. Sus apuntes tienen la viveza de la charla con el cuate clavadísimo en la música, más que la profundidad y el detalle que se busca en el experto musical de prensa escrita. Eso sí, ha sido capaz de estar abierto y poner en valor géneros y corrientes –como el hip hop, el death metal o el pop en español– que muchos críticos con ínfulas elitistas y exquisitas ningunean.
No negaré que sigo leyendo a críticos musicales de Mojo, The Wire, Gramophone, The New Yorker, DownBeat, La Jornada y varios otros medios “tradicionales”, pero no menosprecio los recursos ni el delivery de Fantano. Estoy convencido de la importancia de su audiencia, de su relevancia cultural, de su influencia en la industria y de su figura híbrida e innovadora, si bien discutible: el crítico como entertainer. Los apocalípticos (en la acepción de Umberto Eco) pondrán el grito en el cielo.
Ya hace seis años Alex Ross, uno de los críticos que sigo con asombro, placer y resaltador fosforescente en mano, se quejaba en una entrevista: “La crítica musical parece morir; es difícil ejercerla.” A lo mejor yo soy más integrado (de nuevo en la acepción de Eco) de lo que me creo. Quizá me excedo en optimismo, pero tengo la certeza de que los críticos musicales sobrevivirán. En papel. En ámbitos digitales. En videoreseñas de menos de diez minutos. Lo más relevante, para mí, será que mantengan el arrojo, la curiosidad, la disposición, la apertura y la capacidad de asombro, para adentrarse en el exuberante ecosistema sonoro, a veces disonante, a veces melodioso, del siglo XXI.
Hace más de un lustro, Rulo –el locutor y periodista musical chilango–, sin la hermenéutica de un Nietzsche, pero con la claridad de un Fantano, declaró en entrevista: “Los que tienen una pluma privilegiada, profunda, se han dejado de interesar por lo nuevo. Nada más emocionante para un crítico que ser un puente entre lo nuevo y el público y eso le está costando trabajo a los más rucos”. Tal vez llegó la hora de los Fantanos.
Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melómano ecléctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicación corporativa.