1. Los rescatistas
De entre el aluvión de imágenes que circularon –y siguen circulando– del sismo del 19 de septiembre, hay una que se repite con gran frecuencia: una perra labrador con las patas enfundadas en unas botitas, chaleco y visor. Se llama Frida y el furor que causó es fácil de comprender: los perros son animales queridos por muchos y la labor de los perros rescatistas no deja de parecernos asombrosa.
No hay un consenso sobre el origen de los perros de rescate, pero para el siglo XVII, por ejemplo, ya se consolidaba uno de los escuadrones de canes heroicos más populares. Un grupo de monjes agustinos, instalados a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, en el Gran San Bernardo en los Alpes, decidieron criar perros de montaña para que sirvieran como guardianes del hospicio; para el siglo XVIII, los perros San Bernardo eran parte activa de las misiones de rescate en los Alpes.
{{ El más famoso de ellos fue Barry, quien salvó más de cuarenta vidas durante sus años de trabajo en el albergue. }}
La imagen de los San Bernardo en la nieve, grandes, peludos, de ojos melancólicos y con un barril de brandy al cuello
{{ Curiosamente, estos perros de rescate no llevaban barriles al cuello. Hay varias teorías sobre el origen de esta idea, la más aceptada es que surgió como una libertad creativa de Sir Edwin Henry Landseer, pintor famoso por retratar animales. }}
se popularizó volviéndose representativa de la raza.
En México, el movimiento de perros de búsqueda y rescate se generó a raíz del terremoto de 1985, en el que, entre la ayuda internacional, llegaron 154 perros con sus entrenadores.
{{ El número lo tomo de Arte y olvido del terremoto, de Ignacio Padilla, quien se refiere al dato como una excentricidad. Supongo que en 1985, cuando los perros de búsqueda y rescate eran desconocidos en México, el uso de animales para localizar cuerpos y heridos debió parecer, en efecto, sacado de un viejo relato decimonónico. }}
Desde entonces varias asociaciones e instituciones públicas y privadas se han dedicado al entrenamiento de estos animales y aunque hay razas que son más comunes en el trabajo (como los labradores y los pastores alemanes y belgas), no es raro encontrar otras razas entre los recientes héroes caninos de nuestro país, donde hay, por ejemplo, al menos dos perros mestizos: Manolo, de la Fiscalía General de Jalisco y Hueso, parte del equipo de binomios perro-humano de la UNAM.
Frida, entrenada por la Marina, se convirtió en una especie de embajadora de los perros de rescate: fue en ella que se volcó el cariño y el agradecimiento de la sociedad. Su imagen se volvió un símbolo de esperanza que se reprodujo en playeras, pines e ilustraciones. Lo que nos sorprendió de Frida y de los otros perros rescatistas fue su valor, su precisión y, sobre todo, que nos recordaron que detrás de esa cara tierna que tienen tantos perros, se encuentran múltiples habilidades que, a cambio de un plato de comida y una palmada en la cabeza, han estado a nuestra disposición desde su origen. Sin embargo, se corre el riesgo de la antropomorfización de estos animales.
Atribuir características humanas a los perros de rescate puede ir desde la idea inocua de que realizan su trabajo por amor o preocupación por la raza humana
{{ Los rescates caninos deben ser considerados como un trabajo del binomio. Los perros y sus entrenadores trabajan de manera rigurosa y constante, obviar ese trabajo y atribuir los rescates a cuestiones afectivas resta valor a los largos entrenamientos y fomenta la idea de que los perros realizan estas labores por gusto, no como un trabajo. No obstante, hay casos registrados de perros de casa que han rescatado a sus dueños: en Anecdotes of dogs, del historiador natural Edward Jesse, se registra, por ejemplo, el caso de un perro que señaló a rescatistas dónde se encontraba su dueño sepultado por una avalancha. Pero en la gran mayoría de rescates caninos las víctimas son desconocidas por el animal y no existe ningún tipo de lazo afectivo. }}
hasta el desfile, cansado, estresante y vergonzoso que tuvo que hacer Frida en diferentes noticieros e incluso –hasta parece sacado de un episodio de Los Simpson– ¡programas de radio! Los perros rescatistas son perros trabajadores y como tales deben ser contemplados. La idea de que actúan movidos por el amor o por el deber más que por su entrenamiento puede resultar en que cuestiones como su bienestar en la jubilación o el tratamiento veterinario que reciban por lesiones durante el trabajo dependa de elementos abstractos, como que surja en nosotros un sentimiento de reciprocidad y no de un contrato obligatorio e implícito que se debe tener con los animales que trabajan.
La inmensa popularidad de Frida preocupa a algunas protectoras de animales que temen que, por el furor y la mediatización de la perra, la demanda de labradores, que de por sí es la más elevada de entre todas las razas, según la Federación Cinológica Internacional, aumente. Razas que se popularizaron por medio del cine, como el collie o el mismo San Bernardo, fueron más solicitadas después de Lassie o Beethoven, y no sería extraño que el fenómeno se presente también en esta ocasión. En un país donde 70% de los perros viven en las calles, la idea de que una raza se ponga “de moda” resulta insostenible. Es importante que, a la par de los elogios hacia Frida, exista una concientización de la situación de los perros en México, con un especial énfasis en que lo que formó a esta labrador y a los demás perros rescatistas no fue su raza, sino un largo y meticuloso entrenamiento.
2. Los rescatados
En México, más de la mitad de los hogares albergan a por lo menos a una mascota y durante el pasado sismo muchos animales también quedaron atrapados entre los escombros. La magnitud y la fecha del terremoto nos ha llevado, inevitablemente, a compararlo con aquel otro sismo que sufrió el país en 1985. Entre las grandes diferencias se encuentra la preocupación que despertaron las mascotas atrapadas o extraviadas durante el temblor. Si bien se podría argumentar que esta preocupación existió también en 85, la magnitud de aquel otro terremoto y la ausencia de medios de comunicación instantáneos, como son las redes sociales, la volvieron menos visible y, al parecer, en las crónicas sobre el sismo del 85 no hay evidencia de una reacción similar.
Después del reciente terremoto se crearon, con una velocidad sorprendente, albergues para mascotas encontradas en las calles y entre muchas de las listas de víveres se solicitaron croquetas y alimento para mascotas. Médicos veterinarios estuvieron presentes en las zonas de desastre para dar primeros auxilios a los animales lesionados y las mascotas atrapadas también se encontraban dentro de los objetivos de búsqueda de los rescatistas. Todas estas acciones nos hablan de que algo ha cambiado en la relación que tenemos con nuestros animales de compañía: la amplia respuesta y preocupación de la sociedad por las mascotas afectadas nos habla de que perros, gatos, pericos, conejos, tortugas van dejando de ser, poco a poco, objetos de entretenimiento o de confort para ser percibidos como lo que realmente son: parte importante de nuestras familias.
Este cambio de relación con los animales de compañía implica, entre otras cosas, el responsabilizarse de nuestras mascotas y velar por su bienestar. Si vale la pena que un grupo de bomberos entre a un edificio con riesgo de colapsar para rescatar animales, también es importante que nos encarguemos de que esos animales vivan una vida digna y saludable. Nuestras mascotas, quedó muy claro en los días posteriores al sismo, también son habitantes de nuestras ciudades y su función, aunque no sea la de trabajar como la de los perros rescatistas, es la de acompañarnos y ofrecernos su cariño. Me parece que, en este caso a diferencia del de los perros de rescate, es válido apelar a nuestros lazos afectivos y preguntarnos si los animales en este país, los que viven en casa y los miles que viven en la calle, reciben el trato que merecen.
(Estado de México, 1987) Traduce, corrige, edita y a veces escribe. También pasea a menudo a sus perros.