¿El Estado debe financiar a las artes?
Hace unos días, la senadora Jesusa Rodríguez fue objeto de críticas después de declarar que las becas del FONCA debían “desaparecer” para que los creadores “dejen de vivir del presupuesto” y empiecen a “aguantar sin privilegios” porque “primero los pobres”. Un comentario fuera de lugar viniendo de alguien que antes de la política se dedicaba al teatro y cuya compañía teatral fue beneficiada en más de una ocasión para llevar sus obras fuera del país. Sin embargo, sus comentarios reavivaron el antiguo debate sobre si el dinero público debe destinarse a la cultura o a áreas que atienden problemas más apremiantes, como la pobreza, la desigualdad o la inseguridad.
En 2002, Gabriel Zaid explicó que existen cinco fuentes de financiamiento para la cultura: el sacrificio personal, la familia, los mecenas, el mercado y el Estado. Pese a que todos tienen su propia carga de claroscuros, el patrocinador gubernamental es el más controversial. ¿Es obligación del Estado otorgar apoyos económicos a los creadores y sus proyectos? ¿Más allá del impulso a creadores, las becas tienen alguna utilidad? ¿Los artistas tienen menos libertad creativa si reciben dinero del erario público?
Por una parte, los detractores de las becas, como Jesusa, argumentan que solo sirven para financiar a unos cuantos cuando hay otras prioridades que atender. Por otro lado, sus defensores las consideran una manera de permitir a los artistas dedicarse a sus obras sin preocupaciones económicas. De acuerdo con el flautista Horacio Franco, los artistas siempre tienen que estirar la mano y decir: “Manténgannos, porque les damos un bien, pero un bien intangible”.
Como recuerda Antonio Ortuño, las becas del FONCA nacieron en 1989 , a inicios del sexenio de Salinas, para impulsar, reconocer, estimular y difundir la creación artística mexicana. Su semilla se puede rastrear catorce años antes, en una carta publicada en Plural donde 27 intelectuales, entre ellos Octavio Paz y Gabriel Zaid, le pidieron al gobierno de Luis Echeverría financiar a las artes.
A diferencia de quienes son beneficiarios de subsidios o programas de asistencia social, los creadores que reciben estímulos del FONCA no necesitan probar su necesidad económica, sino presentar un proyecto atractivo y de calidad notable. La trayectoria artística que los avale es solo un requisito para quienes desean pertenecer al Sistema Nacional de Creadores. Para lograr la legitimación de los estímulos ante la sociedad y dejar de considerarse un “privilegio”, Armando González Torres propuso en 2010 concebirlos como una “inversión estratégica en la investigación y el desarrollo creativo”. Esto se conseguiría a través de la transparencia y rendición de cuentas. Así, los ciudadanos no tendrán dudas acerca de los proyectos que recibieron recursos y cuáles fueron sus resultados concretos.
Además, dejar a las artes que dependan únicamente de la iniciativa privada es, en palabras de Cuauhtémoc Medina, una “pretensión suicida”, ya que quedarían “a merced de los mercados, en lugar de ser parte de las condiciones de la democracia y la riqueza social”. Si el bienestar del arte y la cultura quedara sujeto a la taquilla, al mercado, la calidad de la obra podría menoscabarse.
Para mejorar las condiciones de los sectores de la población más vulnerables no es necesario empobrecer o sacrificar a otros. El eliminar todo tipo de apoyo a creadores restringiría la diversidad y el acceso a oportunidades. Se formaría una “hiperélite”, –aquel mal que acecha a la academia y que ahora Luciano Concheiro, subsecretario de Educación, ha decidido combatir con la eliminación de becas a investigadores–, donde solo quienes gozan de una posición económica holgada pueden dedicarse a su arte y darlo a conocer. Ni la austeridad ni el derroche tendrían que ser los criterios que condicionen los apoyos a los artistas.
Lo que el fuego se llevó
Hace once años un incendio quemó parte de los Estudios Universal en Hollywood. En aquel entonces, solo se dio a conocer que la atracción de King Kong y una bóveda que resguardaba copias de películas antiguas habían resultado dañadas. Pero un reportaje publicado en la New York Times Magazine reveló que la mañana del 1 de junio de 2008 se quemaron grabaciones maestras de los músicos más famosos de la década de los 40 a finales de los 2000, entre ellos Louis Armstrong, Ray Charles, Neil Diamond, Sonny y Cher, Elton John, Eric Clapton, Aerosmith, Sting, Guns n’ Roses, Mary J. Blige, No Doubt, Tupac Shakur, Eminem y 50 Cent. Cerca de 500 mil sencillos, cuyo valor económico podría ser superior a los 150 millones de dólares, se perdieron en las 24 horas que duró el incendio. Su pérdida podría considerarse el mayor desastre en la industria musical.
El fuego es una de las mayores amenazas para el patrimonio cultural. Objetos cuyo valor económico y cultural es inestimable pueden desaparecer entre las llamas en cuestión de horas.
En septiembre, un incendio arrasó con la colección del Museo Nacional de Brasil. Entre las pérdidas se cuenta un cráneo humano con 11 mil 500 años de antigüedad, fósiles de dinosaurios brasileños, momias egipcias, frescos de Pompeya. A pesar de que la restauración del museo ha iniciado y alrededor de 2 mil piezas se han recuperado de entre las cenizas, este artículo publicado en National Geographic días después del incendio da cuenta del vacío que deja en la ciencia e historia no solo de Brasil, sino de todo el mundo.
Hace dos meses, la catedral de Notre-Dame se vio envuelta por las llamas. Su importancia como testigo de la historia de Francia y Occidente provocó que miles de personas sintieran indignación y dolor al ver su aguja caer. En este ensayo, Michael Rapport, investigador especializado en historia europea, explica por qué su reconstrucción representa la reconciliación de la cultura francesa con sus complejidades y contradicciones.
Para el Centro Internacional de Estudios de la Preservación y Restauración de la Propiedad Cultural, la mayoría de los incendios que afectan a las instituciones pueden evitarse o reducirse si se cuenta con los procedimientos de seguridad adecuados. Aunque esto no es todo. Se necesita promover políticas más efectivas, estimular el uso de nuevas tecnologías contra incendios y crear una cultura de prevención de incendios en museos, archivos, institutos, bibliotecas y centros culturales.
La delgada línea entre la apropiación cultural y el homenaje
Como ya escribimos aquí hace algunos meses, las manifestaciones artísticas de las comunidades indígenas, reflejo de su cosmovisión e identidad no suelen ser reconocidas como creaciones propias. Grandes marcas internacionales se aprovechan de esto y venden sus diseños y bordados tradicionales sin otorgarles crédito.
Esta semana, se presentó la colección Resort 2020 de Carolina Herrera, cuyos vestidos tenían bordados semejantes a los realizados en la comunidades de Tenango de Doria, Hidalgo, Juchitán, Oaxaca y Saltillo, Coahuila. A diferencia de lo ocurrido en el pasado, ante polémicas similares que involucraron a las marcas Pineda Covalin e Isabel Marant, la Secretaría de Cultura en esta ocasión le dirigió una carta a la diseñadora venezolana y a Wes Gordon, director creativo de la casa de moda, para pedirles que expliquen los fundamentos para usar bordados tradicionales en sus prendas y pedirles si las comunidades se verán beneficiadas con las ventas de las prendas. “Se trata de un principio de consideración ética que […] nos obliga a hacer un llamado de atención y poner en la mesa un tema impostergable: promover la inclusión y hacer visibles a los invisibles”, escribió Alejandra Frausto. Gordon respondió en un comunicado de prensa que su colección era un homenaje a las creaciones mexicanas y a su “magnífico patrimonio cultural”.
Actualmente, en el Senado se discute una iniciativa para garantizar la propiedad intelectual al trabajo colectivo de artesanas y así regular la apropiación cultural.
A 70 años de 1984
1984, la novela distópica de George Orwell donde el Gran Hermano observa y controla todos los aspectos de la vida de los ciudadanos, cumplió 70 años. Mientras Orwell trabajaba en ella, le dijo a sus conocidos: “Estoy escribiendo un maldito libro que trata sobre el estado de las cosas si una guerra atómica no acaba con nosotros”. En la era de la posverdad, sus palabras tienen un dejo de proféticas.
De acuerdo con el especialista en cine y televisión Stephen Groening, las técnicas y tecnologías que aparecen en el libro existen en la actualidad y han creado una “sociedad vigilante” donde quien observa también es observado. Entre estos se pueden mencionar micrófonos, cámaras de vigilancia, pantallas que siempre están encendidas, dispositivos que espían el correo, reproductores portátiles de música y una máquina que escribe novelas.
La vigencia de la novela se explica porque se ha leído como una advertencia sobre las tendencias dentro de las democracias liberales, cuando los mecanismos de poder son imposibles de desafiar. Pero, como recuerda Louis Menand en The New Yorker, “no es un trabajo de teoría política, y, al final, es probablemente como literatura que la gente lo sigue leyendo”.
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.