Entrevista a Lu Ciccia. “No hay expresión de género que sea determinada por tus genes o por la concentración de testosterona”

Una charla con la experta en estudios de género, que ha buscado poner en evidencia los sesgos que conlleva tomar el “sexo” como una categoría “natural” e invita a leer con ojos críticos los supuestos biologicistas y esencialistas en los que se basan muchos discursos actuales.
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Lu Ciccia es licenciada en biotecnología por la Universidad Nacional de Quilmes y doctora en estudios de género por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Como becaria doctoral realizó investigación en el departamento de Fisiología del Sistema Nervioso de la Facultad de Medicina de la UBA. Su libro La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí (Siglo XXI Editores, 2022) cuestiona la obsesiva búsqueda de las diferencias sexuales que emprendió la ciencia desde el siglo XVII y continúa hasta nuestros días. Este recorrido busca poner en evidencia los sesgos que conlleva tomar el “sexo” como una categoría “natural” e invita a leer con ojos críticos los supuestos biologicistas y esencialistas en los que se basan muchos discursos actuales.

Tu formación es en biotecnología y neurociencias, ¿cómo te interesaste en investigar los temas que tratas en tu libro La invención de los sexos?

Yo me formé en biotecnología. Siempre confieso que era una acérrima defensora de lecturas biologicistas y esencialistas, entre ellas la lectura del diformismo sexual. No me cuestionaba si el cerebro era o no era nuestra mente: lo daba por hecho. Creía que estudiando el cerebro podríamos entender la conducta humana. Entonces, como mi interés era la salud mental, después de la licenciatura ingreso al laboratorio de Fisiología del Sistema Nervioso de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Yo estudiaba el rol de uno de los receptores de serotonina, usando ratones transgénicos. Un día mi jefa me dice que use solo ratones machos porque las hembras introducen otra variable, que son las fluctuaciones hormonales, y si el estudio no está abocado a estudiar esas fluctuaciones, eso implica sumar una complejidad estadística y retrasaría la obtención y, por tanto, publicación de los resultados.

Como en ese momento yo estaba convencida del dimorfismo sexual y de la diferencia entre los cerebros de varones y de mujeres, entré a PubMed, que es la base de datos de biomedicina más grande que hay. Cuando puse en el buscador “sexo, cerebro diferencias”, descubrí una gran cantidad de artículos que hacían una apología a la idea de que existen “dos cerebros” y que hablan de diferencias cognitivas en  cis varones y cis mujeres. (Por supuesto en los estudios no se incluía el prefijo cis. Este lo introdujo la comunidad trans para referirse a las personas que se continúan identificando con el género que les es asignado al nacer y a mí me parece importante usarlo todo el tiempo. Hablo de cis varones y cis mujeres porque no son las únicas formas de ser hombre o mujer, y esto incluye las diferentes partes corporales.) Entonces, en estos estudios se hablaba de “optimizaciones cerebrales”. Esto quiere decir que los cerebros masculinizados, debido a sus mayores niveles de testosterona, poseían capacidades cognitivas y conductuales “optimizadas” para desempeñarse en ciertas actividades, como la química orgánica o las ingenierías.

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Me di cuenta que ese discurso también explicaba conductas que llamaba de género, como por ejemplo, la identidad de género y la orientación sexual. La idea de la optimización del cerebro masculino les permitía a los varones contar con todas las habilidades más valoradas en la cultura androcéntrica. De manera que el macho es esa complejidad que representa toda la especie y la hembra es un defecto: algo más simple que se queda en el camino. En otras palabras: en los ensayos básicos con modelos murinos bastaba estudiar al macho para comprender a todos los individuos de la especie.

Me hice muchas preguntas en ese momento. Reescribí mi proyecto haciendo una crítica al discurso neurocientífico acerca de la diferencia sexual, y ese fue mi doctorado. Más tarde, Diana Maffia, una epistemóloga feminista muy reconocida en Argentina y en América Latina, me recomendó leer a Diana Pérez, una filósofa de la mente que estaba muy interesada en la relación mente-cuerpo. Como esa relación también era otra de mis inquietudes, decidí, desde la epistemología feminista, cuestionar la idea de dimorfismo sexual y, desde la filosofía analítica y la filosofía de la mente, cuestionar qué es la mente.

Tengo un abordaje interdisciplinario porque nuestra experiencia en el mundo es interindisciplinar. De alguna manera, cuando una persona está estudiando matemáticas no deja de ser humana. Esto para romper con la dicotomía de lo que llamamos ciencia “duras” y ciencias “blandas”, dos adjetivos que están generizados.

Las investigaciones sobre las diferencias sexuales han ido del tamaño de los cerebros, a los estudios de las conductas y las habilidades, a las hormonas. ¿Por qué es tan persistente esta necesidad de encontrar el sustento científico a estas diferencias?

Fundamentalmente es para legitimar lo que estructura nuestra vida social, que son las normativas de género, de raza, de clase y de etnia. Y esta idea está tan enquistada que algunos feminismos legitiman ese mismo discurso. ¿Por qué se buscan las diferencias? Porque pareciera que las necesitamos como sociedad. Pareciera que la biología es un eje rector que funciona para decirme quién soy. Entonces el patriarcado no es una persona que está por fuera de nosotros (por eso no me gusta hablar de patriarcado porque parece eso: que hay un conjunto de cis hombres blancos que me dicen lo que tengo que hacer), sino que, cuando hablamos de privilegios y de obstáculos, hablamos un sistema de valores androcéntricos. Este sistema de valores no es ni más ni menos que un sistema dicotómico: pensar que hay hombres o mujeres, que tenemos razón o emoción, objetividad o subjetividad, etc. Eso que encarnamos es androcéntrico en sí mismo porque esos valores están generizados y, por ende, jerarquizados. Todo lo que más vale está asociado con lo masculino. Para romper esa lógica simbólica es necesario desandar las premisas científicas que ahondan en naturalizar quiénes somos. Es decir, dejar de reproducir desde nuestra propia subjetividad el sistema de valores androcéntrico

En el centro de tu libro se encuentra el concepto de plasticidad cerebral. A grandes rasgos ¿qué es y cómo se relaciona con el género?

No es un concepto nuevo. Lo que se decía al menos desde el primer tercio del siglo XX, cuando la mente ya había sido reducida totalmente al cerebro, es que aprendemos y que para aprender hay que tener memoria. Es decir, que en este momento se hablaba de plasticidad para referirse a la memoria que tiene el cerebro. Esta idea se recupera con mucho énfasis cuando se descubre que existe la neurogénesis. Anteriormente se pensaba que cuando moría una neurona no podía haber recuperación. Más tarde supimos que sí hay división neuronal; lo que sucede es que esa neurona se tiene que insertar en una red ya conectada. Entonces empezamos a ver que las sinapsis –que son las formas de comunicación entre neuronas– pueden crearse, pueden fortalecerse, bajar la fuerza que tienen e incluso desaparecer. La plasticidad es eso: cómo la experiencia se materializa en nuestros cerebros. Y obviamente nuestra experiencia está generizada. ¿Qué tiene que ver la plasticidad con el género? Todo. Porque nuestras prácticas sociales que implican hábitos y conductas se materializan en nuestro cuerpo en general y en nuestro cerebro en particular. Todo nuestro cuerpo es plástico, no hay un parámetro fisiológico determinado y el cerebro es el órgano más plástico que tenemos. Todo el tiempo hay cambios en el cuerpo y hay también estímulos que tienen que ver con el contexto que van a impactar en nuestro sistema fisiológico. La plasticidad es esta facilidad con la que incorporamos cambios. El género es aprendizaje. Yo hablo de “entrenamiento de género” para dar a entender cómo este aprendizaje se materializa en el cerebro. El cerebro no está exento de cultura: está entrenado en género. Y la diferencia que muchos encuentran en los cerebros puede ser resultado de las prácticas generizadas. No se puede hablar de un cerebro innato. No se puede hablar de diferencias naturales, porque ese cerebro está aprendiendo todo el tiempo.

Más allá de las perspectivas que dicen que el sexo antecede al género o de que el género es algo meramente discursivo, tu libro plantea que ni el sexo ni el género existen como entidades individuales y que lo biológico es social. ¿Cómo interactúan el género y el sexo? ¿Cómo se entrelaza lo social y lo biológico?

Esta idea viene de unas autoras que se inscriben en los nuevos materialismos feministas. Ellas proponen que no es que el sexo sea anterior al género, ni viceversa, sino que ambos interactúan desde el primer momento. Yo critico la categoría de sexo en sí misma, porque planteo que el sexo nunca tuvo la función de describir propiedades vinculadas con la reproducción. Su uso nunca fue neutral. Cuando alguien habla de “sexo” no está haciendo alusión a tu composición de cromosomas, sino que está asociando ciertas propiedades relacionadas con la reproducción con ciertas capacidades cognitivas-conductuales. Es por eso que cuando se buscan diferencias en los cerebros se buscan diferencias cognitivas-conductuales.

Para mí la categoría de “sexo” es un sesgo androcéntrico en sí mismo y obstaculiza la producción de conocimiento biomédico. Si lo vemos bien, el sexo es un punto de corte arbitrario. ¿Qué quiero decir con esto? Que pareciera que viendo la genitalidad externa de alguien podemos inferir su composición de cromosomas sexuales o su concentración de testosterona, incluso si el estudio en cuestión no evalúa nada de eso. Solo decís “si tiene pene debe de tener estos cromosomas, estas gónadas y esta concentración de testosterona”. En general, no lo sabemos, porque la mayoría de nosotres no se ha hecho un genotipado o medido sus niveles de testosterona, sólo se infiere. También se asume que esta genitalidad externa explica otros parámetros fisiológicos, por ejemplo, la función del corazón o la forma en que metabolizamos fármacos. Cuando digo que el sexo es un obstáculo quiero decir que esa genitalidad externa no es una buena inferencia de cómo yo voy a metabolizar un fármaco, porque esa metabolización depende de muchos otros factores, como por ejemplo, la actividad física o mi forma de alimentación.

Respecto a tu segunda pregunta, en realidad nuestra biología está generizada y siempre es social. No existe nada natural no solo en el sentido de que, cuando interpreto, estoy poniendo cultura sino también en un sentido concreto. Nuestras prácticas se expresan molecularmente. Entonces yo subrayaría la relación que existe entre nuestras prácticas de género y nuestros parámetros biológicos. Nuestra biología nunca es pre-social. Desde que somos proceso de gestación estamos en un contexto normado. Esta idea del “sexo del bebé” repercute en la manera en que les profesionales de la salud indican cómo deben ser/estar, por ejemplo alimentarse, quienes lo gestan. Por supuesto, también repercute en la persona que está gestando: sus expectativas y demás. Mi postura es que nunca existimos por fuera de la cultura. No sabemos hasta qué punto estamos produciendo las diferencias que decimos describir.

¿De qué modo los feminismos críticos, la teoría queer y los estudios trans cuestionan el binarismo de género?

No todas las personas trans o de la diversidad sexual están en contra de las categorías binarias, del mismo modo que no todas las personas cis heterosexuales están a favor del binarismo. Eso no está ni mal ni bien. Las mujeres y los varones trans se nombran desde el sistema binario. Pero eso no significa que necesariamente reproducirán una lectura esencialista de su identidad. Asimismo, las mujeres y varones cis no necesariamente asumen que nacieron así. No hay identidad de género que per se te convierta en cómplice del binarismo. Recordemos que el fundamento del sistema binario es una lectura esencialista, reproducitvista, de lo que somos. De la misma manera, una persona no binaria no rompe con el sistema binario, puesto que desde él se nombra: lo que sí hacemos todas las identidades que cuestionamos el binarismo es dejar de naturalizar quiénes somos. Y eso vale para cualquier identidad.

Por otro lado, las personas a veces elegimos militar nuestras identidades y sexualidades y a veces no.  A menudo se dice que la mujer trans reproduce un estereotipo, ¿pero acaso la mujer cis no? Yo respondería: ¿no tiene la mujer cis el privilegio de ser cis en un mundo cisnormado? ¿por qué no cuestiona los estereotipos, si le molestan, en lugar de exigirlo a personas que tienen obstáculos por la misma cisnorma? Eso, de principio. Lo segundo es que no todos los feminismos críticos cuestionan necesariamente el binarismo, pero algunos, desde ciertas posturas, como la que yo suscribo, lo cuestionamos hoy, y a mi consideración, de la única manera ontológicamente plausible, al subrayar que “no es natural”. Si después me asumo mujer, varón, no binarie, y encarno o no una categoría binaria, es otra discusión. Que yo lo cuestione en términos de lo natural no significa que no lo quiera encarnar. De hecho, ¿de qué otra manera hoy podemos ser inteligibles? La fuerza para romper con este marco de referencia, que TODES encarnamos de una u otra forma, es realmente vivirnos desde el pensar/sentir que una genitalidad no te hace ni mujer ni varón; que una genitalidad no te dispone a que te guste cierta persona; que las personas no binarias pueden existir; que no hay expresión de género que sea determinada por tus genes o por la concentración de testosterona.

¿A qué se debe que el tema trans esté en el centro de la discusión actual?

Yo lo plantearía de esta manera: ¿en qué contexto hay un recrudecimiento de posturas esencialistas y biologicistas? Cuando un discurso científico a través de la estadística nos produce el miedo a la muerte y, al mismo tiempo, parece darnos el remedio: la verdad está en una biología que se nos presenta como manipulable, determinada y predictiva. Así nos quedamos tranquiles de que habrá fármacos para todos nuestros males. Por supuesto, para tener esa creencia también debemos creer otros aspectos sustanciales: quiénes somos. Ahí es donde se legitima el sistema binario como un hecho natural dado por las posibilidades reproductivas.

Hay personas que hablan de lo trans y nunca dialogaron con una persona trans en su vida. Cuando somos trans o tenemos afectos trans vivimos con elles todos los obstáculos estructurales y simbólicos que enfrentan para vivir– entonces sabemos que no tienen ningún tipo de privilegios. Y que podamos acceder a intervenciones quirúrgicas y hormonales, como lo hace la población cis, no nos convierte en cómplices de la industria farmacéutica. Estamos hablando que somos personas con derecho a existir y a sentirnos bien con lo que somos. Las personas cis todo el tiempo tienen intervenciones quirúrgicas estéticas y hacen uso también de hormonas y fármacos. Eso lo hacemos todas las personas porque estamos en culturas donde el imaginario corporal se vuelve parte fundamental de lo que somos y cómo nos sentimos. Yo diría que en el contexto actual vemos una avanzada de derecha, un movimiento neoliberal de vaciamiento estatal, con una privatización de los derechos. Y no hay una forma más grande de privatizar la salud que prohibiendo el primer derecho humano, que es el derecho a la identidad. Dentro de esta avanzada de derecha, no es casual que muchos feminismos trans-excluyentes tengan políticas bastantes reaccionarias no solo en materia de lo trans, sino en otros espacios, donde prácticamente son prohibicionistas y abolicionistas. Yo brego por un feminismo que amplía derechos. No que los constriñe con argumentos androcéntrico que, paradójicamente, son los mismos argumentos que subordinan a todas las subjetividades feminizadas. Es decir, estar en contra de la ley de identidad de género es, al mismo tiempo, legitimar que las cis mujeres heterosexuales tienen una menor capacidad de abstracción.

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es músico y escritor. Es editor responsable de Letras Libres (México). Este año, Turner pondrá en circulación Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles.

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estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.


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