Allรก en 1643, el muy ilustre seรฑor don Cristรณbal de Benavente y Benavides dio a la luz un libro titulado Advertencias para reyes, prรญncipes y embajadores. Recibiรณ licencia de publicaciรณn gracias a que el censor โno hallรณ cosa contra nuestra santa fe y buenas costumbresโ. Ademรกs apreciรณ en el texto โuna superior y alta doctrina para la educaciรณn de prรญncipes, enseรฑanza de consejeros e instrucciรณn de embajadores, todo ello lleno de erudiciรณn, agudezaโฆ que no se puede desear mรกs en la materiaโ.
Con tales augurios, y en vista de que poco me interesa la educaciรณn de reyes y prรญncipes, me dije antes de leerlo que este libro deberรญa ser lectura obligada en las academias de diplomacia. O al menos que se lo lleven como lectura aeroportuaria esos embajadores improvisados cuando emprenden el viaje hacia su flamante misiรณn.
El autor hace un repaso histรณrico del oficio de embajador, comenzando su relato en los tiempos de Adรกn y Eva. A diferencia del glamur de ciertas misiones diplomรกticas contemporรกneas a donde se va y de donde se viene en primera clase, nos cuentan que allรก por la Edad Media โla ocupaciรณn de los embajadores es tan penosa que, compadeciรฉndose de los que sirven en ellaโ se dispuso dar dos aรฑos de reposo a quienes concluyan con su misiรณn.
En la pretรฉrita Grecia y en tiempos no tan posteriores, los embajadores no brotaban de un cascarรณn sino que se elegรญan de entre los mejores oradores. A fin de cuentas la representaciรณn de un Estado se hacรญa a travรฉs de las palabras. Por supuesto, un gran orador no poseรญa mera facundia, lo que hoy llamarรญamos buena labia. La superior oratoria era el remate de la sabidurรญa. La facilidad de palabras sin ideas es mero bla bla. Desconozco si en las academias diplomรกticas de hoy se enseรฑe retรณrica. Sรญ sรฉ que en algunas adiestran a su diplomรกticos para beber sin emborracharse. Sobre todo cuando los envรญan a Rusia.
He puesto a prueba los procedimientos de alta escuela diplomรกtica para vaciar una botella de vodka, y sรญ funcionan. No los comparto; quizรกs sean secreto de Estado. Fueron secreto para Boris Yeltsin.
Volviendo a nuestro autor Benavente y Benavides: โLa acertada elecciรณn de un embajador por ventura podrรญa ser la acciรณn mayor que un prรญncipe obrase en su vidaโฆ por eso ha de ser una de las cosas en que mayor atenciรณn deben poner los prรญncipes sabiosโ.
Cuenta una anรฉcdota que recuerda eventos mรกs recientes. โY al mismo rey Luis culparon de que enviรณ un barbero suyoโฆ y por ser persona baja le hicieron muchas afrentas y le amenazaron que le echarรญan al rรญoโ. Una forma categรณrica de no dar el famoso beneplรกcito, aunque mรกs generosa que cuando los atenienses ejecutaron a los embajadores persas y los espartanos los echaron a un pozo.
El embajador debรญa concentrar โmuchas virtudes y buenas calidades, y en primer lugar la religiรณn cristiana y catรณlica, que enseรฑa a amar a Dios y a su prรญncipe y, si es necesario, morir por ella y por รฉlโ. Pasemos por alto este anacronismo; mejor digamos que el autor pone รฉnfasis en la virtud โque mรกs estima Aristรณtelesโ, o sea, la prudencia.
Misteriosamente nos dice que โla prudencia tiene corta vida, pues nace en la edad perfecta del hombre, y se acaba en breves aรฑos, cuando empiezan a desflaquecer las fuerzas humanasโ. Quisiera saber cuรกl es la edad perfecta del hombre. Dice la RAE que โdesflaquecerโ es un verbo que ya no se usa, mas ya le darรฉ un uso porque tiene buen sonido.
Algo importante es que el embajador sea hombre rico porque โsi la hacienda es heredada de los mayores, la acompaรฑa casi siempre buena educaciรณn; si es adquirida, denota industria; si es bien gastada, descubre รกnimo generosoโ. Un pobre, dice, tiene menos autoridad y โel interรฉs podrรก torcerleโ. Bonita fรณrmula para la corrupciรณn: โMe torciรณ el interรฉsโ.
Pero hay de pobres a pobres y de ricos a ricos. Se cuenta de Servio Sulpicio Galba y de Lucio Aurelio Cota que Escipiรณn Emiliano no les concediรณ el puesto de embajadores porque โuno no tenรญa nada y al otro nada le bastabaโ.
Al final resulta que el libro de Benavente y Benavides no da grandes advertencias, pero encarna un bonito anecdotario clรกsico. Bueno para que lo lea un embajador y tambiรฉn se dรฉ cuenta de cรณmo ha cambiado el oficio en el paso de los aรฑos. Allรก cuando las comunicaciones iban a velocidad mรกxima de caballo o barco, el embajador era hombre que decidรญa pues no habรญa tiempo para averiguar quรฉ opinaba el jefe. Hoy ya no tienen esa estatura los embajadores. No tienen tamaรฑa responsabilidad.
El de Benavente estรก bien, pero mejor es el libro Le diplomat, de Jules Cambon, para llevarlo en el vuelo a la misiรณn diplomรกtica.
En la carrera diplomรกtica se ve con mucha frecuencia que el burro rebasa al pura sangre. Amistad mata mรฉrito. Hay Aquiles nunca adelantan a la tortuga. Por definiciรณn el diplomรกtico es diplomรกtico y representa dignamente a su paรญs. Por eso no se suele armar un hervidero polรญtico en las embajadas cuando les aterrizan un badulaque como jefe.
En Madrid hay una estaciรณn de metro llamada Embajadores. La entrada tiene un letrero luminoso que dice โAcceso de Embajadoresโ. Me detuve respetuosamente e intentรฉ dar con otra puerta, hasta darme cuenta de que cualquier hijo de vecino entraba sin miramientos ni protocolos ni beneplรกcitos ni cartas credenciales.
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.