El fin de la opacidad

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Hasta hace unas semanas estaba de moda cuestionar el papel de las redes sociales como catalizadoras de transformaciones sociales profundas. A pesar de la evidencia que existe sobre el notable papel que han jugado Twitter y Facebook en movimientos recientes en Moldavia, Irán y hasta Venezuela, varios expertos se han dado a la tarea de poner en tela de juicio el alcance de ambos medios como agentes reales de cambio. Quizá los dos asaltos contra la relevancia histórica de las redes sociales hayan sido los expuestos por Malcolm Gladwell y Evgeny Morozov. Muy a su estilo, Gladwell ha tratado de desentrañar cómo se gestaron los grandes movimientos sociales del siglo pasado para luego comparar esa estructura con lo que se hace a través de Facebook y Twitter. Gladwell concluye que las redes sociales no crean lazos profundos ni compromisos lo suficientemente firmes como para producir una auténtica sacudida a través de sus servidores. Dice Gladwell que las redes sociales pueden ser buenas para difundir una causa justa o para darle voz a buenas intenciones, pero no son capaces de generar los vínculos casi intrépidos que comparten aquellos que, en el pasado, se han coordinado para cambiar el statu quo. En suma: la interacción que generan ambos sitios en la red es demasiado impersonal —casual, incluso frívola— como para dar pie a verdaderos héroes.

Con reparos parecidos, Morozov concentra su crítica en los intentos de la Secretaría de Estado estadunidense de fomentar una suerte de agenda democratizadora a través de la red. Encabezado por diplomáticos jóvenes, idealistas y “conectados” de tiempo completo, el departamento de “ciberdemócratas” de Hillary Clinton ha intentado fomentar el uso políticamente productivo de redes sociales desde China hasta México. En Irán, Jared Cohen (uno de los favoritos de Clinton) consiguió que Twitter retrasara el mantenimiento del sitio para que los manifestantes pudieran seguir usándolo a pesar de la represión. El gesto no conmovió a Morozov, que lamenta que los muy públicos esfuerzos de los muchachos de Clinton solo hayan conseguido un “espejismo”: los gobiernos autocráticos del mundo han respondido endureciendo sus políticas censoras en internet y retrasando precisamente las reformas de fondo que los promotores de la libertad de Washington trataban de difundir con tanto ahínco. Morozov incluso ha escrito un libro al respecto.

Todo iba bien para los escépticos hasta que explotaron Túnez y Egipto. En ambos casos está claro que las redes sociales jugaron un papel relevante no en la concepción de los movimientos pero sí en su organización. Cohen, exultante, trató de explicar el fenómeno diciendo que las redes sociales sirven como “aceleradores” de movimientos como los que lograron derribar dos regímenes dictatoriales en el norte de África. Me parece un matiz inteligente. Ni YouTube, Twitter o Facebook son foros donde nazcan ideas profundas. No son sitios para gestar liderazgos, discutir agendas de transformación, ir a fondo. Pero eso no quiere decir que las redes sociales no tengan un papel cada vez más importante en la difusión de esas mismas ideas y en la organización de grupos con causa. Si no fuera así, el gobierno chino no estaría tan ocupado impidiendo el acceso de sus ciudadanos a conceptos supuestamente subversivos en los buscadores. El poder de las redes sociales es real, sobre todo por una variable. Los gobiernos autoritarios se nutren de la opacidad; la necesitan para perpetuar el engaño en el que mantienen a sus pueblos. YouTube, Twitter y Facebook son, antes que nada, fuentes de luz. Con cientos de videos en la red, miles de comentarios en Twitter y un número parecido de páginas de Facebook dedicadas a exhibir las barbaridades del régimen, la presión sobre Hosni Mubarak fue unánime y mundial. Cuando todo el mundo puede ver y escuchar la represión, prolongarla es casi imposible. Esa es la verdadera —e inmensa— fortaleza de los nuevos medios. Y su historia apenas comienza.

– León Krauze

(Publicado previamente en el periódico Milenio)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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