El verano en que nos dimos cuenta de que el fĂștbol ya no era cosa nuestra

El fĂștbol se ha convertido definitivamente en un gigantesco mercado mundial de espectadores pasivos de las decisiones de un multimillonario que ve el deporte como un fondo de inversiĂłn o un simple entretenimiento.
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Uno no le pide a sus pasiones que sean sensatas, pero sĂ­ que sean reconocibles. Que la entrega se refleje en una imagen mĂĄs o menos fija que no nos resulte demasiado ajena. Algo con lo que identificarnos, vaya. AsĂ­, por ejemplo, el fĂștbol. Romantizar demasiado el fĂștbol de nuestra infancia o el de nuestros padres supone un peligro y puede alejarnos de la verdad: sĂ­, uno piensa en Maradona y lo imagina con la camiseta del Napoli, pero bien podrĂ­a hacerlo con la del Barcelona, la de Argentinos Juniors, la de Boca o incluso la del Sevilla o la del NewellÂŽs Old Boys.

Aceptar la mejor oferta o subastar a tu joven perla, como han hecho este verano el entorno de Neymar o el MĂłnaco de MbappĂ© no es nada nuevo. Hay algo, en cambio, que sĂ­ lo es: la sensaciĂłn de que el fĂștbol se ha hecho irreconocible. Quedan las camisetas y sus colores, pero tampoco siempre porque hay muchos tonos susceptibles de venta. Quedan los escudos y los nombres, pero todo lo demĂĄs ha cambiado tanto que el aficionado tiene complicado saber exactamente cuĂĄl es el objeto de su aficiĂłn. Paga un precio descomunal por una entrada que le da acceso a un estadio con el nombre de una marca comercial para ver a una serie de jugadores que rara vez coinciden con los del año anterior.

La inevitable irrupciĂłn de actores no europeos no ha hecho sino aumentar esta sensaciĂłn de inestabilidad constante. El fĂștbol se ha convertido definitivamente en un gigantesco mercado mundial en el que socios y forofos no son sino espectadores pasivos de las decisiones de un multimillonario que vive en algĂșn rincĂłn del mundo y que ve el deporte como un fondo de inversiĂłn o un simple entretenimiento. ÂżEs posible en estos dĂ­as imaginar a Baresi o a Maldini jugando durante dĂ©cadas en el Milan, a Iniesta y Xavi haciĂ©ndolo en el Barcelona o a MĂ­chel y Butragueño vistiendo camiseta del Real Madrid? Es posible, sĂ­, pero uno lo dice ya con la boca pequeña. Los Ă­dolos se van y la diferencia es que ya no se van los de los equipos “pequeños” sino tambiĂ©n los de los grandes, precisamente lo que ha provocado un gran escĂĄndalo quizĂĄ algo hipĂłcrita.

Cuando un deporte se convierte en un intercambio de cromos, una especie de juego de ordenador en el que cualquier jugador puede acabar en cualquier equipo, ese deporte, hasta cierto punto, se banaliza. Queda la punta de la pirĂĄmide cada vez mĂĄs brillante pero la base empieza a derrumbarse. Insisto en que no es bueno glorificar los años pasados, los presidentes zafios y multimillonarios, generalmente venidos de la construcciĂłn, que se hacĂ­an con el equipo de su infancia como el cacique consigue que pongan su nombre a la plaza del pueblo… pero al menos uno conocĂ­a ese nombre y conocĂ­a esa zafiedad, se acostumbraba a ello.

Ahora ya no es posible siquiera saber quiĂ©n dirige tu equipo en realidad. Hay excepciones, por supuesto, en forma de Florentino PĂ©rez y Real Madrid, y puede que incluso en esa excepciĂłn haya algo matizable, pero el resto de equipos –y entre ellos incluyo al Barcelona, su constante guerra interna y sus nexos peligrosos con Catar durante años- parecen ahora mismo un juguete en manos de niños que ya no somos nosotros. Durante un tiempo, este caos se parĂł con la llamada “clĂĄusula de rescisiĂłn”, esa millonada que ponĂ­as en el contrato de un jugador para que en realidad solo tĂș pudieras decidir cuĂĄndo querĂ­as venderle. Ahora, esas clĂĄusulas son papel mojado. ÂżPor quĂ©? Porque ha llegado el dinero “de verdad”, el dinero aburrido, el dinero que necesita moverse de pura hiperactividad aunque su inversiĂłn no tenga sentido alguno.

Contra el dinero de verdad ya no caben constructores ni contratos de televisión, sino resignación pura y dura. El Madrid no consiguió fichar a Mbappé ni el Barcelona retener a Neymar. El PSG ha dado el primer paso pero pronto vendrå otro multimillonario, comprarå otro club, y lo llenarå de estrellas. El verano dio para tanto que incluso se habló de la marcha de Messi al Manchester City por mås de 300 millones de dólares. En medio de todo esto, queda de nuevo el aficionado, que no sabe qué camiseta comprarle a su hijo, con qué dorsal ni con qué nombre impreso.

Y queda tambiĂ©n, por supuesto, el hijo, es decir, el futuro, el que no va a crecer viendo a alguien a quien imitar cada domingo en su estadio. Si eso es bueno o es malo, el tiempo dirĂĄ. QuizĂĄ solo sea cuestiĂłn de adaptarse a las circunstancias. Las industrias rara vez desaparecen sino que suelen renovarse. Puede que ese sea el proceso que estĂĄ viviendo el fĂștbol en este momento, algo parecido a una revoluciĂłn…. el problema es que las revoluciones a menudo desembocan en cambios felices pero casi siempre dejan muchos muertos en el camino.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya mås allå del exabrupto apasionado.


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