Simone biles rio 2016
Foto: Agência Brasil Fotografias, CC BY 2.0 , via Wikimedia Commons

En defensa de la presión

La decisión de Simone Biles de retirarse de la competencia por equipos en Tokio obliga a reflexionar sobre la salud mental de los atletas. Pero si la discusión ha de ser enteramente honesta, habrá que aceptar una realidad incómoda: la presión es ineludible en la alta competencia.
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Este martes, la estadounidense Simone Biles, la gimnasta más notable de su generación, se retiró de la competencia por equipos. “Debo enfocarme en mi salud mental”, explicó. Sin Biles, el equipo estadounidense perdió la medalla de oro por primera vez en una década. La renuncia de Biles recuerda la decisión de la tenista japonesa Naomi Osaka, que abandonó el abierto francés argumentando, también, problemas de salud mental por la atención de la prensa.

La historia de Biles y Osaka es una llamada de atención que obliga a reflexionar sobre la salud mental de los atletas de alto rendimiento. En efecto, la presión es enorme. La mayoría de los atletas olímpicos llegan al momento culminante de sus (muy jóvenes) vidas después de décadas de tremenda exigencia. Garantizar su estabilidad mental es urgente, antes y después de su vida competitiva.

Pero si la discusión ha de ser enteramente honesta, habrá que aceptar una realidad incómoda: la presión es ineludible en la alta competencia, en el deporte y cualquier otra actividad.

He entrevistado deportistas de alto rendimiento desde hace veinticinco años: boxeadores, pilotos de carreras, beisbolistas y decenas de futbolistas de élite. El manejo de la presión es un tema recurrente. No hay atleta de alto rendimiento exitoso que no haya enfrentado el peso que supone un momento de exigencia extrema que, en muchos casos, puede ser irrepetible. Todos coinciden en que la gestión correcta de la presión, en el escenario definitivo de su trayectoria deportiva, es parte inevitable del oficio: no basta el talento.

¿Cómo lidian los deportistas con la presión? Para muchos es una cuestión de experiencia acumulada. Para un futbolista aficionado, jugar una Copa del Mundo puede parecer una labor titánica. Para un profesional, es la culminación de años de gestación física, táctica y mental. El escenario les emociona, les compromete y a veces está cerca de paralizarlos, pero no los hunde en pánico ni les provoca la fuga. Después de décadas de jugar futbol contra rivales más complicados y en escenarios cada vez más prodigiosos, el Mundial es una cima esperada.

Los atletas que he entrevistado también coinciden en la importancia capital de la preparación. La gestión de la exigencia es más sencilla cuando el desarrollo atlético es óptimo. Hace algunos años entrevisté a Fernando Valenzuela, el célebre lanzador mexicano. En octubre de 1981, Valenzuela enfrentó un desafío de alta competencia cuya complejidad es difícil de imaginar: recibió la encomienda de lanzar el tercer partido de la Serie Mundial en el estadio de los Dodgers contra los Yankees de Nueva York. De perder, las esperanzas del equipo de Valenzuela serían mínimas. Era ganar o morir. Valenzuela tenía solo 20 años cuando subió al montículo para lanzar (pocas posiciones tan exigentes como la del lanzador de béisbol, parado en el corazón del estadio, centro de atención de miles durante horas). En nuestra entrevista le pregunté cómo demonios había manejado la presión absoluta de saberse responsable del destino de su equipo en el máximo escenario del béisbol profesional. Valenzuela, hombre de pocas palabras, me miró y se tocó el brazo izquierdo. “Sabía lo que traía aquí”, me dijo. Valenzuela gestionó la presión desde la preparación cabal de su desempeño atlético.

Por último, una opinión políticamente incorrecta. Para muchos deportistas de alto rendimiento, el manejo de una situación de exigencia y atención absoluta es un asunto de carácter. No se trata, insisto, de una opinión popular, pero me parece innegable: saber lidiar con la presión inusitada de la alta competencia, incluido su lado más oscuro (con todo y el seguimiento obsesivo de la prensa), es parte fundamental del oficio atlético, y más en tiempos de redes sociales e inmediatez informativa. Los grandes deportistas encuentran, en algún sitio, la capacidad de transformar toda esa exigencia en motivación, aptitud y hasta alegría. Javier “Chicharito” Hernández me dijo alguna vez que la presión hay que “disfrutarla”, mientras que los compañeros de selección mexicanas de Jorge Campos lo recuerdan bromeando sin cesar para distender el ambiente antes de un partido mundialista. Lo mismo ocurre, por lo demás, con otros oficios cuyos profesionales enfrentan, con nerviosismo y tremenda responsabilidad, el peso del escenario. La presión y la expectativa de millones es ineludible. El reto está en su gestión.

Algunos lo consiguen, otros no.

“Cuando estás en una situación de gran tensión, pierdes el control”, argumentó Simone Biles en Tokio después de su salida del equipo estadounidense. Eso le ocurrió a ella, en esta ocasión, y hace bien en enfocarse en su salud mental. Biles puede, por lo demás, recuperar el control a tiempo como para ganar varias medallas individuales en lo que resta de los Juegos. Pero la culpa no es de la presión de la alta competencia, sino de quien no sabe gestionarla. En Tokio, miles de atletas de alto rendimiento serán capaces de soportar la extraordinaria exigencia de los Juegos Olímpicos para seguir compitiendo y, en el caso de algunos afortunados, culminar años de preparación con un triunfo. Y ese triunfo de la voluntad humana merece celebrarse.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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