La calle de Allende, en el centro histórico de la Ciudad de México, se llamaba calle del Factor. En el número 7 (casi esquina con Donceles, donde está un Montepío Luz Saviñón), Fausto Zerón-Medina localizó una placa explicativa: “Aquí estuvo la casa del factor Juan de Cervantes Casaus hacia 1535.” Este sevillano murió en México en 1564, según el Diccionario Porrúa.
También hay una calle Factor que desemboca en Insurgentes Sur, a la altura de San José Insurgentes. Buscando en Google Maps, aparecen otras en México y España (Factor, Factores, del Factor, de los Factores).
Actualmente, factor es sobre todo lo que produce un resultado, ya sea en una multiplicación (“el orden de los factores no altera el producto”), en la economía (“factor de producción”) o en general (“factor de cambio”).
Según Raimundo de Miguel (Nuevo diccionario latino-español), Lucrecio usó la palabra factor (en latín, de facio, hacer) para referirse al “agente, administrador”. En el siglo XVI (en español y en inglés), factor se llamó al agente que hace operaciones mercantiles de ultramar por encargo.
Los factores aparecieron en los puertos coloniales para las relaciones con la metrópoli. Muchas de sus funciones las desempeñan hoy las agencias marítimas, de carga, de viajes, aduanales, de correo (en francés, facteur es el cartero); de compras, ventas, importaciones, exportaciones, almacenaje, distribución, reparto, mensajería, cobranza, cambios de moneda.
En España se llama factor al empleado que en las estaciones de ferrocarriles cuida de la recepción, expedición y entrega de los equipajes; y facturar el equipaje es entregarlo para el embarque (Diccionario de la Real Academia Española, drae 2014).
Los factores prosperaron con la expansión de Europa y el comercio internacional. En el derecho mercantil de los países occidentales hay capítulos dedicados al factor. Según la Enciclopedia jurídica Omeba, ya en el derecho romano se planteaban cuestiones que siguieron vigentes: ¿El factor es un socio, un empleado, un corredor, un comisionista, un comerciante intermediario? ¿A quién hay que demandar en una operación fallida, al factor o al que encarga la operación?
Los factores financiaban al cliente, mientras le pasaban la factura, o sea la “cuenta que los factores dan del coste y costas de las mercaderías que compran y remiten a sus corresponsales” (drae 2014). Y como no representaban a un solo cliente, sino a muchos, consolidaban encargos, hacían grandes pedidos a las fábricas metropolitanas y conseguían buenos precios como mayoristas. Hasta encargaban telas crudas para darles distintos acabados, según las necesidades de cada cliente local. De hecho, compraban y producían por su cuenta, pero con la venta asegurada de antemano.
La palabra factor ya casi no se usa para tales funciones (fue desplazada por agente), pero las funciones subsisten, aunque han evolucionado. La factoría, o sea el local donde el factor atendía, almacenaba y procesaba, terminó como fábrica. Las facturas siguen siendo comerciales, aunque ya no las expide únicamente el factor.
El financiamiento al proveedor de sus facturas por cobrar a los clientes empezó como un servicio del factor, que anticipaba al proveedor el pago (con un descuento). A mediados del siglo XX, los bancos vieron que eso era un buen negocio y empezaron a dar el servicio llamándolo factoring. La palabra no existía para el Dictionary of business and finance de Cromwell (1957), 12,000 words. A supplement to Webster’s third new international dictionary (1986) ni la segunda edición del Oxford English dictionary (1989). Aparece en The Random House dictionary of the English language (1987).
En Estados Unidos, los factores siempre han estado concentrados en Nueva York, pero no siempre han hecho lo mismo. Una cosa es ser agentes aduanales, otra hacerse cargo de operaciones físicas elementales (almacenaje, corte, empaque) por cuenta de terceros; otra importar para vender por cuenta propia, otra lanzarse a transformaciones ligeras (teñido, planchado) o a buscar maquiladores locales que las hagan. Otra cosa es comprar producción local para venderla al mayoreo.
Los factores fueron agentes de diversos servicios por encargo; luego comerciantes por su cuenta; después productores. Esto sucedió sobre todo en el ramo textil, pero también en el zapatero, mueblero, ferretero, vinatero.
Su negocio perdió fuerza a medida que los volúmenes crecientes justificaron que los proveedores establecieran su propia distribución. Hay todavía factores en Nueva York, pero especializados en dar crédito: el fabricante de tela surte directamente a la fábrica de ropa, pero por cuenta y riesgo del factor, que autoriza el crédito, le paga al fabricante en el momento de surtir y se queda con el problema de cobrar.
La banca descubrió que financiar al proveedor en esta forma era un negocio parecido al descuento de pagarés, y empezó a ofrecer el servicio; por lo general, fuera de las operaciones normales de crédito y cobranza, a través de subsidiarias o departamentos especializados.
Sin embargo, el factoraje bancario, a diferencia del original, no compra irrevocablemente la cartera, por su cuenta y riesgo; no conoce ni controla al cliente final, como lo hacía el factor; más bien da un servicio de crédito (y, a veces, únicamente de cobranza), por cuenta y riesgo del proveedor. Tradicionalmente, los bancos daban este servicio al proveedor para la cartera documentada con pagarés: no aceptaban las simples facturas como documentos descontables. Así, el factoraje moderno resultó de cruzar dos tradiciones: la mercantil del factor y la financiera del descuento.
En español y otros idiomas, se usó literalmente la palabra factoring para esta operación, que se consideró novedosa, aunque no lo era más que en el medio bancario. Habría que buscar en Cádiz, La Habana, Veracruz, Lima, Buenos Aires, si hay antecedentes autóctonos de esta operación y cómo se llamaba: ¿factureo, factoreo, factoría, factoraje?
No hay uso documentado de factoreo o factureo. Lo hay de factoría y factoraje, pero referidos a la actividad del factor, como correduría y corretaje se refieren a la actividad del corredor. De hecho, factoría, correduría, notaría tendieron a usarse más para el establecimiento donde opera el factor, corredor, notario; mientras que factoraje, corretaje, arbitraje se usaron para los actos que realiza el factor, corredor, árbitro.
Factoría tuvo el inconveniente adicional de que se usó como equivalente de fábrica. Lo cual ha sido señalado como anglicismo: como calco de factory. Pero factory, según el oed, se registra en inglés desde 1582. Y aunque Corominas no da el año correspondiente a factoría, registra factura desde 1554 y factor desde 1413. No solo eso: el oed y An etymological dictionary of modern English de Ernest Weekley atribuyen a factory un origen hispánico: la palabra feitoria, que los ingleses tomaron de Portugal, en el siglo XVI.
La obsesión por la influencia del inglés supone que no puede haber influencias de aquí para allá. Así, por ejemplo, Ricardo J. Alfaro incluye factoría en su Diccionario de anglicismos. Más bien habría que incluir factory en un diccionario de hispanismos en inglés, como el Spanish word histories and mysteries. English words that come from Spanish. Dicho sea de paso: Alfaro supone que factoría “no tiene nada que ver con la industria fabril”. Esto ignora el hecho histórico de que, en los países coloniales, las factorías iniciaron el proceso de industrialización por sustitución de las importaciones.
Consultada por Bancomer sobre cómo traducir factoring (cuando la banca empezó a dar este servicio), la Academia Mexicana de la Lengua recomendó factoraje, que tuvo aceptación y desplazó completamente a factoring. ~
(Letras Libres, julio 2016)
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.