La guerra contra el narcotráfico en México está montada sobre una contradicción cada vez más evidente: el mundo se dirige poco a poco a reconsiderar la estrategia punitiva contra el consumo de drogas. En Estados Unidos, por ejemplo, las señales son cada vez más frecuentes. Apenas hace unos días, Ben Collins, reportero del sitio de internet The Daily Beast, contaba la historia de un par de agencias de policía municipales que, enfrentadas con una creciente presencia de opiáceos en sus condados, optaron por dejar de lado la obsesión persecutoria para adoptar, en cambio, un enfoque concentrado en el cuidado de la salud pública y la rehabilitación de adictos. Collins recoge el testimonio de un jefe de policía en Massachusetts: “Estamos listos para hacer un cambio revolucionario en la manera como tratamos esta enfermedad”. Y remata: “La diferencia entre un adicto al tabaco y un adicto a los opiáceos es solo el estigma y el dinero”. De acuerdo con Leon Beletky, experto entrevistado por Collins, los departamentos locales de policía han comenzado a darse cuenta de que la obsesión con el castigo “simplemente no estaba funcionando”. El nuevo enfoque incluye programas de rehabilitación más compasivos que han dado resultados en muy poco tiempo. “Se trata de una despenalización de facto”, explica Kris Nyrop, quien encabeza uno de los programas de rescate.
A este cambio paulatino en la estrategia contra las drogas habrá que sumar el otro proceso de “despenalización de facto” que ya ha ocurrido en 24 entidades de los Estados Unidos: el uso de la mariguana medicinal.
En California, el procedimiento no podría ser más sencillo. Lo primero que hay que hacer es revisar la enumeración de dolencias que, de acuerdo con el estado, puede aliviar la mariguana medicinal. La lista no es larga pero es suficientemente generosa como para ofrecer al interesado una justificación veloz. Por ejemplo: uno puede inventar que sufre de ansiedad, falta de sueño y depresión. Se necesita apenas de un poquito de imaginación y cinismo. Una vez definido el hipotético mal, solo hace falta dirigirse a un “médico certificado” para recibir el permiso de consumo de la droga. La auscultación es de risa loca. Tras conocer los supuestos síntomas, el médico desenfunda el estetoscopio por algunos segundos y revisa el pulso y la presión cardiaca sin mayor atención. Después de un par de consejos sobre qué tipo de mariguana es mejor para encontrar alivio, el paciente recibe una carta que lo acredita para adquirir su herbácea medicina.
Con permiso en mano, el interesado tendrá que acudir a un dispensario de mariguana debidamente autorizado (en Los Ángeles hay casi quinientos). No es complicado. Hay aplicaciones para teléfonos inteligentes que ubican el más cercano, el que tiene mayor variedad y hasta el que ofrece mejor servicio. En varias revistas de publicación local es posible encontrar anuncios de todo tipo. Los dispensarios se promueven como lo haría cualquier tienda: ofertas, “hora feliz”, “2X1”.
Es en la visita a uno de estos dispensarios —localizados a un lado de avenidas transitadas, en barrios residenciales, junto a restaurantes— que la refutación de la guerra contra las drogas se vuelve irrebatible. Mientras México sigue turbulento, en Los Ángeles hay lugares donde un dependiente obsequioso le comparte a uno los beneficios de la sativa versus la índica, le da a olfatear distintas variedades de cannabis como si se tratara de quesos maduros, le recomienda mejor la ingesta de chocolates y otros dulces, presume de un surtido notable de pipas e inhaladores y hasta da una tarjeta de cliente frecuente (“diez visitas y te llevas una dosis gratis”). En suma, una visita absolutamente normal a un negocio próspero y legal. Por supuesto, hay algunas restricciones, todas hilarantes. Pienso en una: la persona autorizada no puede compartir con su acompañante el “menú”. Es decir, para mantener las apariencias de la fachada medicinal, el supuesto paciente no puede añadirle entusiasmo a la compra: hay que aparentar que aquello es cosa muy seria, terapéutica, aunque “paciente”, “doctor” y vendedor sepan que un alto porcentaje de la mariguana expendida en los dispensarios será consumida de manera recreativa.
En suma, si uno lleva prisa, es cuestión de una hora y fracción para que pueda obtener autorización para comprar mariguana con la más absoluta de las libertades. La contradicción es de una hipocresía aberrante. Bien haría el gobierno mexicano en abrir los ojos y llamarle a las cosas por su nombre. Estados Unidos se mueve hacia un lado mientras México sigue hundido en el fango. Es hora de replantearse los términos de la batalla. La respuesta es apostar por la regulación. Ya.
(El Universal, 11 mayo 2015)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.