En el mundo hispanohablante, Remedios Zafra es lo más cercano que tiene el ensayo a una rockstar. Su obra, amplia y original, trata temas de enorme actualidad –tecnología, vida privada, precariedad laboral, todo desde una perspectiva feminista–, lo que le ha ganado numerosos lectores y premios, incluidos el Málaga de Ensayo en 2013 por (h)adas y, en 2017, el Anagrama de Ensayo y el Estado Crítico al Mejor Ensayo por El entusiasmo.
A unos días de su participación en el Hay Festival Querétaro 2021, charlamos por Zoom, ella desde su departamento en Madrid, en un espacio blanquísimo, igual que su pelo. “Estoy teletrabajando, en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, pero en mi cuarto propio conectado”, y ríe, porque hace referencia a uno de sus libros, cuyo subtítulo, (Ciber)espacio y (auto)gestión del yo, resulta muy apropiado. Al hablar de las ventajas y problemas de los confinamientos, se muestra ambivalente entre el temor a la enfermedad y los valiosos tiempos de concentración. “Además, yo tengo muy poca visión y audición, y aunque hago un ejercicio crítico con las pantallas y la cultura digital, para mí la pantalla es algo más que para muchas personas, porque me permite amplificar esos sentidos que tengo mermados. Estoy en mi hábitat ideal”.
¿Qué función cumple hoy “el análisis crítico de la cultura contemporánea”, como has descrito tu labor creativa?
Para quienes miramos al pasado desde el feminismo y vemos una historia de exclusión de las mujeres, surge la necesidad de una mirada deconstructiva y crítica sobre cómo fundamos el pensamiento y el conocimiento. Prácticamente todos los estudios, en los distintos niveles educativos, se centran en hablarnos de la historia, y rara vez llegan a la contemporaneidad. A mí siempre me ha interesado lo contemporáneo y nunca he entendido por qué no lo abordamos en los estudios universitarios y académicos. Los estudios críticos para mí son no solamente un acercamiento a cómo se construye cultura y conocimiento, sino que permiten llevar el pensamiento y la teoría hacia algo que en el arte he visto de manera muy clara, y que de forma muy lúcida planteó Marcel Duchamp cuando identificó a los artistas contemporáneos: aquellos capaces de habitar la dificultad de su época, de ser constructores de su propio tiempo. Esto mismo me interesaba en relación con el pensamiento: identificar puntos que nos permitan entendernos mejor, y darnos recursos de resistencia frente a las formas de opresión, cada vez más sofisticadas, a través de la tecnología y las industrias digitales.
Tu obra trabaja en la intersección entre una especie de feminismo tecnoconsciente y una crítica a las estructuras que retrasan la diversidad, la justicia social y la distribución de la riqueza. ¿Tus libros tienen una voluntad activamente política o es más bien teórica y descriptiva?
Podría describir mis libros como una escritura política. El ensayo es una escritura que busca ser reflexiva, que no esconde el yo. La escritura situada, trabajada desde el feminismo y los estudios críticos, precisa compartir una posición y un contexto, una subjetividad que tiene parcialidades y filtros, que no intentan hacerse pasar por objetivos. Mi trabajo ha sido muy cuestionado en determinados lugares de la academia, ahogados bajo esa presión de encajar en áreas determinadas y en formas de decir concretas como son, por ejemplo, las actuales revistas indexadas. Romper la hegemonía de esas formas, no solo los temas, es política. Mi motivación con la escritura es política: ayudar a hacer el mundo reflexivo y mejorarlo a través de reflexiones colectivas.
Tu único libro de relatos, Despacio, “practica el irrealismo crítico”, según el editor. ¿Qué es el irrealismo crítico y qué función cumplió en la construcción de ese universo tan particular?
En Despacio está la raíz de El entusiasmo y de Frágiles, mi último libro. Utilizo la escritura para hacer una crítica del mundo, en tanto que no quiero repetirlo; y, para no repetirlo, hay que imaginarlo. El irrealismo tiene que ver con esa intervención imaginativa o ficticia sobre la realidad. Para mí, que me formé en la antropología, los documentos básicos son la autoetnografía, la etnografía, las historias de vida. Cuando Constantino [Bértolo, el editor de Caballo de Troya] se refirió a ese irrealismo crítico, pienso que aludió a esa necesidad de modificar la realidad, de convertirla en ficción, de torpedearla con preguntas para tantear esos futuros que toda persona que haga una crítica política tiene en mente.
¿Qué virtudes encuentras en la ficción y cuáles en el ensayo? ¿Por qué pendulear de una a otra constantemente?
Normalmente, quienes escribimos ensayo parecemos acotados a hablar del tema y no de los modos de decir, que son igualmente significativos. La clásica diferencia entre ficción y no ficción me limita y no me funciona a la hora de escribir. Yo entiendo la escritura como una expresión libre donde el sujeto que habla comparte un posicionamiento y también un código con los lectores. No siempre hay una clara ficción o descripción crítica de la realidad, sino que hay interferencias, una constante conversación entre ambas.
El contexto ensayístico permite llegar a determinados lectores que están dispuestos a dejarse perturbar sin esa tensión de quien huye de lo que perturba; es un tipo de lectura que inquieta. De hecho, pienso que la escritura tiene que ser perturbadora, y especialmente el ensayo: cualquier escritura que pretenda llegar a otra persona tiene que punzarnos en algo. ¿Y por qué no valerme de la ficción? He dedicado mucho tiempo a observar y extraer estrategias habituales en el arte político, feminista, queer, y esas estrategias son extrapolables a la práctica literaria. En mi libro (h)adas , al final, dedico una parte a algunas de estas estrategias, y casi las propongo como herramientas para quienes quieran usarlas en su trabajo reflexivo.
Tu obra se acerca a la existencia particular, sobre todo la femenina, en relación con las grandes estructuras de poder económico y político. ¿Qué es la vida íntima en este momento de la historia? ¿Cómo nos relacionamos con nosotros mismos?
La pregunta por la intimidad describe el momento que estamos viviendo. Es uno de los conceptos que más en riesgo están en la cultura contemporánea, por las formas en que habitamos y normalizamos un mundo mediado por pantallas. Desde la antropología siempre observamos cómo una de las señas de identidad de prácticamente todas las culturas ha sido proteger lo privado y lo íntimo, aunque esto último es un concepto relativamente reciente. Para hablar de cultura contemporánea y cultura digital, recuerdo las palabras de Umberto Eco: hoy en día no solo no se protege la intimidad, sino que se busca exhibirla. Una característica de la actualidad es haber convertido la intimidad en algo que proyectamos en las redes sociales: una multitud de fragmentos usurpados a través de algoritmos que dejan muestra de nuestros gustos. Esas huellas son trazos de intimidad para quienes saben leerlas.
¿Existen usos positivos de la intimidad en internet?
Cuando la intimidad es movida por una fuerza externa, como las aplicaciones que nos interpelan a cada rato pidiendo que compartamos como estás dónde estás cómo te sientes con quién estás, esta debe ser objeto de crítica. Pero hay otros usos de la intimidad política en internet que me parecen valiosos, cuando la decisión de una persona para publicar algo íntimo, particularmente si esto último opresivo, se convierte en político. Me refiero, por ejemplo, a la multitud de mujeres que, amenazadas por contextos cercanos –en México y en muchos países– tienen que verbalizarlo, y al hacerlo en internet logran un efecto espejo en el que otras personas se sienten identificadas. Eso permite que una intimidad privada se vuelva pública, política y transformadora. #NiUnaMenos y #MeToo son ejemplos de cómo el proyectar la intimidad en redes puede tener una lectura transgresora y crear vínculos colectivos. Todavía estamos aprendiendo a gestionar todo esto, pero ser conscientes de cuándo nos dejamos llevar por las inercias de las industrias digitales o cuándo realmente podemos tener un poder sobre lo que hacemos y decimos, es un reto que tenemos que favorecer quienes nos dedicamos a la comunicación y al pensamiento.
(Ciudad de México, 1989) es escritor, director de escena y traductor. Actualmente es becario del programa Jóvenes Creadores del exFonca.