“La poesía nació con el descubrimiento de la muerte”, dijo Raúl Zurita, el otro día en la Feria del Libro de Oaxaca.
La clase del viernes sería una clase de aquellas en las que los alumnos leen en voz alta uno de sus poemas favoritos de Zurita y los comentaríamos en un ambiente más parecido a una cantina por la tarde que a un salón al medio día. Por ejemplo:
Y tu voz seguía diciéndome
y yo te hablaba
y las palabras muertas
se nos quedaban pegadas
en las bocas
como cueros secos
y al fondo las cataratas
y al fondo el epitafio de las
tronantes aguas: tu vida
rompiéndose, como este mar
Pero no hubo clase.
Los alumnos no deben morir. Los alumnos deben graduarse, salir de casa de los padres (esa salida que es siempre una huida, aunque sea disimulada), deben dar ese salto mortal, no importa que no caigan de pie. Deben conseguir un trabajo, de pronto insoportable, pero que por las noches les permita leer y a la madrugada siguiente les permita escribir. Deben viajar, si es posible. Enamorarse las veces que sea necesario hasta atinarle. Deben aprender a no hacerse caso, si piensan que no son lo suficientemente buenos, y deben, entonces, chambear literalmente hasta el cansancio.
De White Noise, la novela de Don DeLillo, recuerdo un par de frases terriblemente ciertas: “El miedo no es natural. Los relámpagos y los truenos no son naturales. El dolor, la muerte, la realidad, todo esto no es natural. No podemos soportar estas cosas como son. Sabemos demasiado. Así que recurrimos a la represión, el compromiso y el disfraz. Así es como sobrevivimos al universo. Este es el lenguaje natural de la especie “.
La poesía ha de ser el único lenguaje eficaz contra la imposibilidad de trazar una explicación lógica a que las personas de un momento a otro fallecen, dejan de respirar, desaparecen. Ha de ser el único camino para atravesar ese coraje hacia un perverso sistema vital que nos traiciona: nos encariña con personas de las que tarde o temprano, amable o violentamente habrá que separarnos. La poesía ha de ser la única práctica que no entierra sino que enfrenta el dolor cáustico de perder a un ser querido.
Ha de ser, porque no encontramos otra tradición comprometida con la verdad.
Y no estamos de humor para consuelos imaginarios.
Pero no fue el paraíso, little boy, sino sólo el reseco desierto
donde hace millones de años estuvo el Pacífico y al frente unas
frases de amor, de locura y muerte, escritas en los acantilados
atravesando la rota tarde, la noche rota, tu desollado amanecer
P.S 1 La otra frase de DeLillo: “…la ironía de la experiencia humana, que somos la más alta forma de vida en la tierra, y sin embargo, inefablemente triste porque sabemos lo que ningún otro animal sabe, que hay que morir.”
P.S 2 No hay peor inutilidad que la de no poder hacer sentir mejor a alguien que quieres, a quien una muerte le duele mucho, mucho más.
Ciudad de México