Desde hace unos quince años, la tradicional tostada de pan con tomate, tan común desde hace décadas en Cataluña y Andalucía, llegó a Madrid –no sabemos si desde el sur o desde el norte– para convertirse en uno de los desayunos oficiales de la ciudad. No hay cafetería que no lo ofrezca en su menú matinal. La otra opción para untar sobre el pan es mantequilla o mermelada –esta última jamás casera–, así es que siempre opto por la salsa fría de tomate, que por suerte nunca procede de una lata de conservas (y si así fuese, habría que llevar a juicio al café donde lo sirven), sino de una batidora que lo ha generado a base de tomates frescos, aceite de oliva virgen y sal.
En el Café-Pizzería Cervantes, a dos pasos del edificio donde vivió el novelista más canónico de la lengua española, la tostada de pan con tomate merece llevarse algún premio gastronómico. Para empezar, es tan grande como dos tostadas de cualquier otro bar, y el puré de tomate lleva un añadido de ajo y finas hierbas en la receta que tiene poderes adictivos. El desayuno más popular en el Cervantes es un café con leche, un zumo de naranja natural recién exprimido y la consabida tostada. Le sigue muy de cerca el “pincho” de tortilla de patatas, popular entre muchos madrileños, pero yo trato de evitar la presencia de dos carbohidratos en un mismo plato, de ahí que renuncie –con no poco dolor– a esta segunda alternativa, pues no es concebible comerse un trozo de tortilla sin un buen trozo que lo acompañe.
Así que opto por la tostada con tomate, y como conozco la amabilidad de los dueños, les pido que me dejen servirme yo misma el aceite pues, de no ser así, mi pan quedará bañado en él, de tan generoso como es el chorro que ellos rocían sobre la tostada. Para ello me dan una aceitera de latón, y yo rezo para que esto nunca llegue a oídos de la Unión Europea, cuya normativa prohíbe este tipo de contenedores y aboga en cambio por los envases monodosis alegando razones de higiene. Le deseo una larga vida a la aceitera metálica, a la descomunal tostada y a los periódicos del día del Café Cervantes, dotados de un soporte de madera para que nadie se los lleve a casa en un descuido.