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Las otras muertes de la lucha libre

La dinámica de la práctica de la lucha libre en México tiene una infinidad de aristas trágicas con respecto a la muerte del héroe. 
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Ha escrito Jesús Ferrero que “cuando los teóricos hablan de la muerte del héroe y hasta de la muerte del personaje y de las estructuras narrativas (…) no se dan cuenta de que están hablando de muertes acontecidas en el territorio específico de la literatura culta”. Si admitimos que esta muerte nunca llega a las clases más desprotegidas, consumidoras de literatura popular, entonces el héroe y el personaje tienden a no desaparecer. Mientras que la literatura culta sigue ocupada de la filosofía del ser y de la muerte, la literatura popular continuará poblándose de superhéroes. No es el caso explorar la cantidad de héroes que la literatura popular ha dado, sino presentar algunos flancos alrededor de la muerte del luchador, villano y héroe que pone en escena el clímax de los empellones, las llaves y los topes suicidas cuando uno de los dos rivales, lejos de las cuerdas, va a caer a los pies de los espectadores de ring side.

La esencia de la lucha libre reside en el diverso tratamiento de lo trágico. Lo sabían los griegos, aunque ahí lo dominante eran la purga y las calamidades, no la catarsis de las almas, como sucede en el sentir popular mexicano. La mitología popular huye de los planteamientos filosóficos y de los monólogos interiores que dan tesón al antihéroe. Los superhéroes y las superheroínas, de carne y hueso y máscara y cabellera se enfrentan con terquedad a su misión sin pensar demasiado en lo que hacen. “El divino soplo del arte –había escrito Salvador Novo- los impulsa a brindar, con la superación de la naturaleza que ponen en escena cada vez que los programan o que los exhiben, una imagen dinámica e ideal del estatismo prosaicamente realista de lo que, a falta de vocablo más descriptivo, llamamos vida”.

La dinámica de la práctica de la lucha libre en México tiene una infinidad de aristas trágicas con respecto a la muerte del héroe. Uno de los problemas que aquejan a los luchadores mexicanos es la hipertensión arterial. A la hora de la lucha, entre costalazos y la adrenalina a tope, se modifica la presión arterial. Esta y otras agravantes por el ritmo acelerado minan la vida del gladiador. Esa ha sido una constante. El año pasado, en la Arena Jalisco, María del Ángel, luchadora carismática, contemporánea de Lola “Dinamita” González y de Irma Aguilar, asistió a un homenaje que le rindieron por su trayectoria luchística al lado de Tania “La Guerrillera” y “La Diabólica”. Durante el evento se desvaneció a causa de un derrame cerebral; el parte médico indicó que falleció a causa de un infarto al miocardio. Murió en la Arena sin luchar. Era esposa de Bestia Salvaje quien seis años atrás había muerto luego de ver afectada su salud por varios meses.

El 26 de octubre de 1993, Oro, una de las más sólidas promesas del pancracio mexicano, cuyo estilo suicida había cautivado a los espectadores, se presentó a su última lucha en la Arena Coliseo, haciendo tercia con Brazo de Plata y La Fiera.Después de 10 minutos de acción, Oro se desvaneció en el ring al recibir un “raquetazo” en el pecho por parte de Kahoz, cayendo de nuca sobre la lona. Abajo del cuadrilátero, Oro se sintió mal y no volvió a subir; se desvaneció en la tarima de protección. Un derrame cerebral impidió que lograra su consagración. Su muerte junto con la de Sangre India, en 1979;  del Ángel Azteca, en 2007, quien tras la lucha en el ring falleció de un paro respiratorio, y la de El Hijo del Perro Aguayo, este año, son muertes intempestivas en la historia de la lucha libre.

Referencia aparte merecen las muertes fuera del ring, como la de Abismo Negro, de un ataque de ansiedad; Eddie Guerrero, de un ataque al corazón por el consumo de anabólicos; El Ángel Blanco, en un accidente automovilístico, cuando retornaba de Monterrey; El Solitario, por una lesión en la columna vertebral, mal atendida, y que, al darse cuenta que era imposible resistirse a la operación entró al quirófano pero su organismo no resistió los efectos de la anestesia, y del réferi Gran Davis, que había sido luchador profesional, víctima de un ataque cardiaco.

Otros hechos solo han minado la vida del héroe. Por ejemplo, la pérdida del ojo del luchador Pirata Morgan, cuando durante una función de lucha en Guadalajara, su cara se estrelló contra la banca. Este hecho recuerda aquella añeja rivalidad, desde los años treintas y hasta 1940, entre Merced Gómez y El Murciélago Enmascarado. Lucharon varias veces entre sí por diferentes partes del país y los múltiples encuentros acrecentaron el odio y el rencor. Se dice que Merced Gómez perdió un ojo tras recibir una patada a la filomena de parte del Murciélago. Se especuló con la salud de Merced Gómez, que había empeorado y que, incluso, estuvo internado en el manicomio de La Castañeda, hasta su muerte.

El Murciélago Velázquez, así conocido después de ser desenmascarado por Octavio Gaona, en la Arena México, el 14 de julio de 1940, recuerda en su Cuaderno Notas de mi vida, en poder de la Familia Velázquez, la lucha con Merced Gómez: “Merced cayó casi noqueado, pero al quererse levantar tenía que hacer algo para protegerme, ¡y solté la patada que se estrelló en la cara!; fue cuando vi que el ojo botaba y se le quedaba colgando, la sangre tiñó su rostro; todo mundo gritaba pero yo estaba ciego de rabia. ¡El otro ojo de Merced brillaba con luces de asesinato! Y el asesinado iba a ser yo, si él se levantaba”.

El caso del Murciélago Velázquez es excepcional. Abandonó en plenitud física la lucha libre, logró dirigir la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal e incursionó en una de sus grandes pasiones: la escritura. Colaboró en las revistas especializadas de lucha libre Box y Lucha, Nocaut y Clinch. Su sección “Las locuras del Murciélago” era la favorita de los jóvenes. Su primer éxito fue el argumento para “Los tigres del ring”, película de luchadores, dirigida por Chano Urueta, en 1957, aunque estrenada hasta marzo de 1960. Recaudó, esta película, un poco más de treinta seis millones de pesos, en cinco años. Al año siguiente, la cinta “Tlayucan”, dirigida por Luis Alcoriza, recibió la Medalla de Oro del XIII Festival de Karlovy Vary, despertando la animadversión del gladiador –argumentista- hacia el director de la cinta quien se llevó los laureles. Vendrían más éxitos con variados directores que hicieron época. El gladiador moriría el 26 de mayo de 1972.

Como argumentista Murciélago Velázquez, fue generador de una literatura de los exaltados superhéroes populares. Literatura, mucha de ella, que sigue las propias claves estructurales que los mitos: más sucesos mitológicos que realidades. Y aunque pensamiento, su origen popular, como la lucha libre, antípoda de la descomposición entre el bien y el mal, cultiva una necesidad heroica que no se pierde con la muerte de los luchadores, sino que se cultiva, con insistencia heroica, como el gran espectáculo del dolor, la derrota y la justicia, emblemas multiformes del gladiador, primera figura, sostiene Roland Barthes, como Guignol o Scapin. 

 

 

 

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(1972). Poeta y ex luchador rudo. Ha publicado los libros El aire oscuro, Contrallaveo, Cielo del perezoso, Pasiones desde ring side y A tiro de piedra, entre otros.


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