Como es bien sabido, sucesivos gobiernos de progreso lograron eliminar la filosofía de los planes de estudios españoles y acabar con la presencia de esta engorrosa materia que ocupaba las horas de los jóvenes y entorpecía su transformación en personas idóneamente capacitadas para afrontar los retos del mundo actual. En esto los sucesivos gobiernos de progreso fueron algo menos exitosos que en otros de sus planes, como la abolición de la prostitución, la derogación de la reforma laboral, la paz mundial y el tren a Extremadura, todos ellos objetivos alcanzados plenamente, como sabe cualquiera que haya cursado las versiones curriculares propias de la asignatura Memoria Histórica Plurinacional, bienvenida corrección de materias reaccionarias como Historia de España e Historia del mundo contemporáneo.
Toda persona informada sabe que, como mostró el CIS, fue una decisión libre que los extremeños prefiriesen no tener un ferrocarril más rápido y que ese dinero se destinase a sufragar infraestructuras en Cataluña, que en ese tiempo formaba parte del Estado, en un momento en el que el Estado todavía existía (aunque sobre el particular hay cierto debate). A diferencia de lo que ocurrió con esos logros inapelables, el plan de sustitución de las asignaturas de filosofía por Pensamiento Crítico, que busca “Fortalecer el optimismo, la resiliencia, la autoeficacia y la búsqueda de objetivos de forma autónoma para hacer eficaz su aprendizaje”, encontró algunas resistencias, como sucedió con algunos de los proyectos innovadores del gobierno. A veces da la sensación de que algunas de las personas antes llamadas españolas no merecen un gobierno de progreso. Estos tropiezos no deberían distraernos del hecho fundamental: fue un logro admirable. Se trata de pequeños pero significativos casos de reacción, testimonio de un terrible pasado de humanidades y otras formas de oscurantismo.
En algunas zonas remotas, en áreas ocupadas por inmensas centrales eólicas, fauna mutante de tamaño medio y desarrapados ancianos que encadenaron una serie de trabajos episódicos a comienzos del siglo XXI, ciertos grupos de exalumnos rebeldes recuerdan viejas enseñanzas heréticas. Así, algunos reproducen pinturas que representan violaciones en directo y una visión estereotípica de los géneros, sobre todo de la época que, por sintetizar, hemos dado en llamar Binarismo Sexual. En ocasiones se aventuran clandestinamente en ciudades amuralladas de manera tan discreta como eficiente a través de restricciones de tráfico y regulaciones del mercado inmobiliario.
Se ha sabido que algunos estudiantes de arte intercambiaban clandestinamente tratados sobre historia de la pintura o de la escultura, o se ha podido detectar en sus trabajos de curso el influjo de obras heteropatriarcales y eurocéntricas. Naturalmente, esos alumnos son reeducados, con una empatía que no excluye la firmeza, pero sin descuidar el objetivo de detener y desarticular las mafias que distribuyen entre nuestros jóvenes, aprovechando su inocencia, a menudo –nos tememos– en la misma puerta de los centros educativos. En otros casos, se han visto en regiones la Gran Reserva Energética Interior, antes conocida como España Vaciada, extraños diagramas en los campos abandonados, que más tarde descubrimos que son fragmentos de análisis sintáctico. En la pared de un molino de Soria se encontró grabada una enumeración de los usos del “se”. El ministerio envió un equipo del Colectivo de Artistas Independientes –al fin funcionarios tras años de admirable lucha– que sustituyó la explicación sintáctica por un precioso dibujo que enfatiza lo bonito que es comunicarse. Todo aquello que llamaban conocimiento –corrientes artísticas, el argumento ontológico, la transposición sintáctica, la tabla de los elementos– era un conjunto de obstáculos destinados a entorpecer la verdadera educación. Si bien esos grupos, como he dicho, eran pequeños y prácticamente insignificantes, se convino en crear un equipo de Especialistas en Desviaciones Educativas que debían vigilar y en la medida de lo posible impedir el tráfico de esas mercancías. Asesorados por un enigmático comité de expertos y guiados por el conocimiento experto de un grupo de politólogos, periodistas y cuentacuentos, su objetivo era la detección de contenidos físicos o digitales. Estos contenidos viajaban en un estado que no sabíamos calificar de adulteración (como las sustancias alucinógenas en otros tiempos), desgaste (como tantos documentos) o mensaje cifrado (lo que parecía más probable).
Esa tarea de detección y captura requería a seres personas leales. Entre ellos había algunos que tenían cierta familiaridad con los mensajes que debían detectar. También había otros que eran más bien entusiastas, zelotes, convencidos. Yo era uno de ellos cuando me enviaron y cuando encontré mi primer mensaje en clave, escrito con tinta invisible en una Guía de Lenguaje Inclusivo:
Solo sé que no sé nadar.
Etílica a Nicómano.
Coito ergo sum.
Cogito ergo SIM.
Cítrica de la razón práctica.
La lechuga de Minerva levanta el vuelo al crepúsculo.
La religión es el Orio del pueblo.
Marx Weber.
El sentimiento trágico de la viuda.
Yo soy yo y Miss Circunstancias.
La Ser y la Nada.
Decíamos, Ayer.
Helvética para Amador.