El área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid tiene una facilidad pasmosa para meterse en charcos. A veces pareciera que riegan los suelos para provocarse los resbalones. El último: el cambio de nombre de las salas del Matadero, Max Aub y Fernando Arrabal, por Nave 10 y Nave 11. La noticia se supo la pasada semana y desde entonces, críticas de la familia de Aub, cartas irónicas de Arrabal a la alcaldesa, y un gremio teatral –cuando la cosa se pone de “gremios hay que andarse con cuidado– alzando la voz. Al día siguiente, Manuela Carmena intentó calmar las cosas afirmando que no se cambiarían los nombres. A día de hoy, sin embargo, nadie sabe.
Pese a todo, esta modificación de la nomenclatura no deja de ser una estupidez que esconde algo mucho más profundo: como ya ha ocurrido en otras ocasiones –como fue el despido del director del Español, Juan Carlos de la Fuente, con contrato en vigor–, todo se engloba en la ya famosa guerra por la hegemonía cultural. Cultura lanzó hace meses un concurso para designar a los nuevos directores del Español y el Matadero, que por primera vez quedaban desligados. El primero lo ganó el proyecto de Carme Portaceli, y el segundo, el equipo de Mateo Feijoo, que decidió cambiar el nombre de Las Naves del Español por el Centro Internacional de Artes Vivas, que estaría mucho más relacionado con la performance y un teatro más experimental. Así lo anunció este martes durante la presentación de la programación: habría más conciertos, más talleres, más cine, más danza. Y mucho menos teatro de texto.
Y aquí está el verdadero quid de la cuestión. Tras saberse las intenciones de Feijoo –bastante conocidas en el mundo teatral, como las de la directora de programas de actividades del ayuntamiento, Getsemaní Marcos, que durante años ha estado al frente de la vanguardista sala Pradillo–, varios actores “de peso” como Blanca Portillo, su socia Chusa Martín o Sergio Peris-Mencheta protestaron afirmando que con esta decisión se acababa con el teatro en el Matadero. También se criticó que el Frinje, un festival que durante años ha intentado ser la punta de lanza de la contemporaneidad teatral en Madrid, ya no se volviera a programar. Pero aquí es cuando se entra en el terreno cenagoso.
Porque, en realidad, lo que ha sucedido es que donde antes estaban unos, ahora están otros. Unos otros que hasta la fecha no han contado con un abrazo institucional que ahora, con el gobierno de Manuela Carmena, sí tienen. Si se analizan las obras en las que ha trabajado Portillo y que han sido representadas en el Matadero (o el Español) en los últimos años se encuentran El cartógrafo, Hamlet, además de la dirección de La avería (en el Matadero). Por su parte, Peris-Mencheta, de las siete obras en las que ha trabajado, como actor o director, tres de ellas se han representado en el Matadero: Incrementum, Un trozo invisible de este mundo y La Tempestad. La pregunta entonces es obvia: ¿se acaba el teatro de texto o se acaba determinado teatro?
Hasta la fecha, ni la performance ni las artes escénicas más experimentales habían encontrado mucho espacio en el teatro público madrileño. En eso llevan razón Feijoo y su equipo. Era un teatro restringido a salas privadas en las que sus directores apostaban por este tipo de formato. Como hacía Marcos en la Pradillo. Ahora podrán hacerlo en una institución pública como el Matadero. Por tanto, ¿se está derrumbando el teatro en Madrid? No, simplemente el poder ha cambiado de manos. Cuando vuelvan a girar las tornas, sucederá lo mismo.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.