Hace un par de días terminé de leer David y Goliath, de Malcolm Gladwell. Lúcido y de erudición enciclopédica, Gladwell trata de explicar la dinámica entre contrincantes de fuerza, experiencia y habilidades dispares. El principal hallazgo del libro es que la victoria del rival teóricamente inferior no es tan infrecuente ni improbable como parece, siempre y cuando cumpla con ciertos requisitos muy específicos. Gladwell advierte, por ejemplo, que la victoria de David frente al gigante de los filisteos se debió a la astucia del joven pastor israelita al negarse a disputar el duelo en los términos y con las armas acostumbrados en aquel tiempo. Goliath esperaba enfrentarse a un contendiente de pesada armadura, provisto de espada y lanza. En cambio, David lo desafió con un artefacto completamente inusual e inesperado. Al resistir las convenciones de la época y utilizar la honda como arma de guerra, David puso de cabeza el orden establecido y terminó derribando a un rival que a todas luces era más experimentado y más poderoso.
Más adelante, Gladwell revela cómo hay ciertas desventajas en la vida que en realidad son ventajas. Usa el ejemplo de la dislexia. Para muchos, sufrir de dislexia puede ser motivo de quebranto. La realidad es que la dislexia obliga a quien la sufre a desarrollar otros métodos, como el ejercicio casi fotográfico de la memoria, para compensar el déficit de aprendizaje. Gladwell cuenta que, en muchos casos, la dislexia ha dado pie a carreras notables porque los disléxicos desarrollan aptitudes que simplemente resultan impensables para aquellos que no sufren del mismo mal. Así transforman su desventaja en ventaja.
Por último, Gladwell explica la manera como un contexto difícil en la vida muchas veces puede desembocar en la excelencia. Para ello utiliza ejemplos dramáticos de gente que al haber crecido en contextos complicadísimos —haber perdido un padre en la infancia o crecido con genuinas limitaciones económicas— desarrollan mecanismos que, al principio, sirven para protegerse de un entorno difícil y, más adelante, como herramientas invaluables en la vida. La comodidad, sugiere Gladwell, no solo no garantiza el éxito: muchas veces, lo hace más improbable. El mensaje final del libro es útil tanto para aquellos que enfrentan circunstancias complicadas como para aquellos que se sienten, digamos, gigantescos: el esfuerzo, la humildad, la voluntad de innovación y el valor didáctico de las dificultades siguen siendo indispensables para alcanzar el éxito.
Es un libro fantástico.
Pensaba yo en la moraleja de David y Goliath mientras veía el sorteo de la Copa del Mundo. ¿Por qué México ha dejado, en efecto, de ser el mentado gigante de Concacaf, el Goliath de la zona? Imagino que Gladwell diría que el equipo mexicano ha dejado de creer en la importancia de la dificultad para dar paso, en cambio, a la tentación de la comodidad. El ejemplo perfecto es la costumbre absurda de organizar partidos amistosos en territorio estadunidense, partidos en los que la selección se siente arropada y apapachada dentro y fuera de la cancha, partidos en los que la incomodidad simplemente no existe, mucho menos el desafío de superar la adversidad. Encuentros, pues, que no enseñan nada. ¿La consecuencia de evitar la contrariedad? México se ha vuelto un Goliath tambaleante. No siempre fue así. Hubo una época en que las selecciones mexicanas se preparaban en situaciones adversas y, diría Gladwell, mucho más fértiles. Por ejemplo: antes del 86, si mal no recuerdo, el equipo mexicano se fue de gira a Medio Oriente. Jugaron hasta en canchas artificiales. ¡Y México era la sede del Mundial!
En otros tiempos, la selección mexicana también ha sabido atender otro consejo de Gladwell: ha transformado sus desventajas futbolísticas y atléticas en ventajas. Cuando Menotti hablaba de la picardía como principal virtud mexicana en realidad estaba tratando de convertir el handicap físico de nuestros jugadores en un activo. Así lo hizo él y también otros técnicos, como Lapuente en aquel grandioso 98 y hasta Mejía Barón en 94, cuando transformó la supuesta desventaja de la estatura de Jorge Campos en la ventaja de tener un arquero que jugaba fabulosamente con los pies.
¿Que nos recomendaría hacer Gladwell rumbo al mundial brasileño? Primero diría que la selección mexicana debe autoimponerse dificultades. Nada de partidos a modo con rivales menores y en estadios pintados de verde que huelen a quesadilla. Adiós a Houston, San Francisco o Dallas. En cambio, México debería obligarse a jugar partidos de preparación en escenarios inhóspitos, casi hostiles. Deberá foguearse con rivales poderosos, en los términos y condiciones más favorables para dichos rivales. Luego, deberá enfrentar la Copa del Mundo, sobre todo ese partido contra el Goliath sudamericano, como la oportunidad ideal para sacar la honda. No sería la primera vez que el pequeño e insignificante equipo mexicano le pegara una sorpresa al supuesto gigante del futbol mundial. Para hacerlo, sin embargo, deberá tener descaro, astucia, inventiva. Y, asunto crucial de acuerdo con Gladwell, deberá evitar el miedo. Un David nunca se ha impuesto a un Goliath partiendo del temor (lección crucial que olvidó De la Torre en la Confederaciones). Si México comienza a verse a sí mismo no como el gigante protagonista, sino como el improbable aspirante de otros tiempos, si los directivos de la Federación se animan a llevar al equipo a circunstancias poco favorables y dejan de lado la avaricia, si México vuelve a la picardía y la velocidad, transformando sus desventajas en ventajas, el mundial brasileño será gozoso. Si, en cambio, creemos la mentira de nuestra supuesta hegemonía, si nos quedamos apoltronados, cómodos en nuestra pequeña parcela de mediocridad, el verano brasileño será una calurosa pesadilla.
(Milenio, 7 diciembre 2013)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.