Escucha al autor:
El elefante apareciรณ en la madrugada. Benjamin, el cuidador de la unidad de reintegraciรณn para elefantes del dswt (David Sheldrick Wildlife Trust) en Ithumba, al norte del Parque Nacional Tsavo, en Kenia, lo vio adentrarse entre los matorrales, arrastrando un cable y cojeando por una herida en la pata. Como todas las maรฑanas, Benjamin –un keniano discreto, de sonrisa constante pero mirada melancรณlica– llevaba un registro de los elefantes que se reรบnen en el foso de agua de la estacada para beber. Anotรณ que un macho de mรกs de veinte aรฑos estaba lastimado. A las 8:30, Nick Trent, uno de los pilotos del dswt, me invitรณ a subir a su avioneta para encontrar al animal. Desde la estrecha cabina observรฉ planicies de arbustos marchitos, apenas coronados de verde, interrumpidas por formaciones rocosas y montes de piedra pรกlida que parecรญan salidos de El rey leรณn. No vi una sola calle o casa en el parque. Lo que sรญ vi fueron elefantes, guarecidos debajo de las ramas secas en pequeรฑas familias: una postal del รfrica salvaje. Despuรฉs de casi una hora de estar en el aire (y, en mi caso, de contener las nรกuseas), Nick encontrรณ al macho herido.
A mediodรญa, en la pista de aterrizaje se reuniรณ el equipo que incluรญa dos jeeps, un helicรณptero, una avioneta, un doctor y personal tanto del dswt como del kws (Kenya Wildlife Service). La encomienda era ir a curar al elefante. Nick despegรณ de nuevo. Yo acompaรฑรฉ al kws a bordo de un jeep verde militar.
Frenamos en un camino de terracerรญa, levantando una nube de arcilla. A travรฉs del parabrisas vi el helicรณptero, detenido a la mitad del cielo, frente a nosotros. En un portavasos crujรญan las voces de un walkie talkie. El elefante, me dijo un joven del kws, rifle al hombro, estaba escondido cerca y por eso nos habรญamos detenido. La avioneta de Nick planeaba cada vez mรกs bajo para dar con las coordenadas exactas del macho. Abrรญ la puerta y otro miembro de la patrulla me sugiriรณ no alejarme demasiado. En cualquier momento, el elefante podรญa salir corriendo para embestirnos. Si asรญ sucedรญa, tendrรญamos segundos para subir a la camioneta y alejarnos antes de acabar llantas para arriba, con un animal de cinco toneladas encima.
Un rifle se asomรณ del costado del helicรณptero y disparรณ un dardo rosa hacia los รกrboles. Todos guardamos silencio. Algo sacudiรณ las ramas con la fuerza de un vendaval. Caรญ en la cuenta de la distancia que me separaba de la camioneta. Frente a mรญ, un macho de tres metros de altura, con colmillos cortos y sucios, irrumpiรณ en el camino, barritando mientras sacudรญa la trompa. Venรญa hacia nosotros, pateando polvo, mรกs molesto que asustado. Me echรฉ a correr con el corazรณn en las anginas y no volteรฉ hasta estar a bordo de la camioneta, con el chofer acelerando en reversa.
El elefante se detuvo a un costado del sendero. El primer dardo habรญa fallado, pero el segundo le dio directo en su enorme trasero. Al cabo de unos minutos, cayรณ dormido en un claro.
Los elefantes pequeรฑos dan la impresiรณn de haber salido del suelo; su cuerpo se asemeja a la corteza de un gran รกrbol. Al caminar, apenas si levantan las patas, como si no quisieran alejarse de la tierra. Son criaturas enternecedoras, que siempre parecen buscar el cobijo y la sombra de sus parientes. Los elefantes adultos son otra cosa: atentos, desafiantes y tan poderosos que a su paso, mรกs de buldรณcer que de animal, dejan estelas de destrucciรณn entre las plantas. Esa era la primera vez que veรญa a uno de cerca. Aun sentado era mรกs alto que nosotros; su trompa, mรกs larga que mis brazos extendidos. No pude dejar de tocarlo, mi mano pรกlida contrastaba con el edredรณn gris y รกspero de su piel. Era cรกlida al tacto, como una piedra al sol.
Seguros de que estaba dormido, los miembros del equipo se dieron a la tarea de sanarlo. Por la posiciรณn en la que habรญa caรญdo, primero habรญa que recostarlo e impedir que su propio peso le estrujara los pulmones. Todo el equipo lo tuvo que empujar. Despuรฉs, un guardia colocรณ una varita de madera en la trompa para permitirle respirar (su respiraciรณn se escuchaba como si viniera de un pozo muy hondo, incluso si me paraba al otro extremo de su cuerpo). Le quitaron el cable de la pierna, una trenza de metal mรกs ancha que una manguera. Al ver que la herida estaba en el muslo opuesto, le amarraron las patas, conectaron la cuerda a la defensa del jeep y tiraron en reversa hasta voltearlo. Todo esto a contrarreloj: el animal morirรญa si no despertaba pronto y solo un estimulante, suministrado por el mรฉdico, lo podrรญa espabilar.
Finalmente, la patrulla pudo examinar la herida, un boquete ovalado que habรญa perforado la piel, dejando el mรบsculo al descubierto. Entre cuatro la lavaron con agua oxigenada –la llaga soltรณ tal cantidad de espuma que podrรญa haber llenado una cubeta– y despuรฉs con un desinfectante azul. Un cazador lo habรญa herido con una lanza.
Nos alejamos, el mรฉdico inyectรณ el estimulante y el elefante despertรณ. El chofer lo observaba con una mano al volante y la otra sobre la palanca de velocidades: aรบn podrรญa atacarnos. Por fortuna, se enfilรณ hacia los รกrboles y avanzรณ, muy lento, hasta desaparecer entre las ramas (los elefantes nunca hacen ruido al andar, pero ni siquiera ese silencio los protege). La operaciรณn entera durรณ mรกs de siete horas, tomรณ cuatro o cinco vuelos, un esfuerzo conjunto de mรกs de diez personas por cielo y tierra, dos dardos de cien dรณlares cada uno y litros de antisรฉpticos.
¿Por quรฉ cuidar al elefante asรญ? No faltan ecรณlogos, cientรญficos y pesimistas que se lamentan del รฉnfasis desmedido que la conservaciรณn pone en salvar al mรกs grande mamรญfero terrestre. Me parece que abordar el problema al revรฉs ofrece un contraargumento sรณlido. Si no podemos salvar a un animal tan majestuoso como el elefante, ¿quรฉ posibilidades tiene un insecto de recibir nuestra atenciรณn?
…
Como para el leรณn, el tigre, el rinoceronte, el bรบfalo y tantas otras especies de grandes mamรญferos, el hรกbitat y las poblaciones de elefantes se han reducido de forma dramรกtica con el avance de la civilizaciรณn. Utilizado como peรณn de guerra y masacrado por su marfil, el elefante africano, que en tiempos de la Roma antigua ocupaba todo el continente salvo algunas secciones del desierto del Sahara, ahora subsiste en parques y reservas dispersos a lo largo de รfrica. Si bien es difรญcil saberlo con exactitud, World Wildlife Fund calcula que a principios del siglo XX entre tres y cinco millones de elefantes pastaban por el continente. Azuzada por mรบltiples conflictos armados –la Guerra de Ogaden, las guerras civiles en Sudรกn, pugnas independentistas en Sudรกfrica– y por la creciente demanda de los cada vez mรกs acaudalados consumidores asiรกticos, la crisis del marfil de los ochenta diezmรณ a la poblaciรณn. Solo en Tanzania murieron alrededor de 236.000. Kenia, que antes de la crisis contaba con 167.000, se quedรณ con poco menos de una dรฉcima parte. Angola, con alrededor de doscientos mil en los setenta, hoy en dรญa cuenta con mil o menos.
La matanza no cesรณ hasta que la Convention on International Trade in Endangered Species (cites), que ya habรญa intentado –sin รฉxito– establecer cuotas para la venta de marfil, instrumentรณ un veto en 1990. Como explica Carl Safina en Beyond words, “los precios del marfil se colapsaron de inmediato. Las poblaciones aumentaron. El veto funcionรณ”. En 1999, sin embargo, “cites le permitiรณ a Zimbabue, Botsuana y Namibia vender cincuenta toneladas mรฉtricas de marfil a Japรณn, aduciendo que se trataba de una venta รบnica. China quiso entrar a la compra. En 2008, administradores de cites le permitieron a ese paรญs comprar marfil incautado proveniente de Botsuana, Namibia, Sudรกfrica y Zimbabue”.
Esta รบltima venta volviรณ a encender el mercado y la demanda de marfil, abriendo las puertas de la caza ilegal. De acuerdo a datos del Elephant Trade Information System, citados en el informe Elephants in the dust, el comercio de marfil se mantuvo estable de 1999 hasta alrededor de 2006, y escalรณ rรกpidamente hasta alcanzar un pico en 2011. Para 2009, la Proporciรณn de Elefantes Matados Ilegalmente (o pike, por sus siglas en inglรฉs), que registra la cantidad de elefantes que han muerto por causas naturales contra aquellos que han sido abatidos por seres humanos, se incrementรณ a lo largo de รfrica, llegando a niveles catastrรณficos en รfrica Central. De acuerdo con Ivory’s curse, un estudio publicado por la fundaciรณn Born Free, en los รบltimos diez aรฑos esta regiรณn ha perdido el 70% de sus elefantes. Para 2011, nueve de cada diez cadรกveres habรญan sido vรญctimas nuestras. La crisis tambiรฉn ha vuelto a รfrica del Este. La gigantesca reserva Selous en Tanzania, la mรกs grande del mundo, ha perdido al 66% de su poblaciรณn desde 1976. En Niassa, Mozambique, el declive ha sido del 40%. En Kenia la masacre creciรณ exponencialmente, de menos de cincuenta elefantes asesinados en 2007 a cuatrocientos en 2012. En poco mรกs de treinta aรฑos la poblaciรณn en toda รfrica se ha desplomado de 1,3 millones a medio millรณn (en los cรกlculos mรกs optimistas); segรบn cifras de la Wildlife Conservation Society 96 elefantes mueren por su marfil cada veinticuatro horas.
En 1976, un kilogramo de marfil valรญa cinco dรณlares con 77 centavos. Hoy en dรญa, su costo en Asia supera los tres mil dรณlares por la misma cantidad (en รfrica, un cazador puede conseguir de cincuenta a cien dรณlares por kilo). El incentivo econรณmico para los habitantes del continente mรกs pobre del planeta es evidente. No es sorpresa que, segรบn anรกlisis de Monitoring of Illegal Killing of Elephants, “el nivel de pobreza adentro y alrededor de los sitios donde han muerto elefantes ilegalmente […] tiene una correlaciรณn directa con los niveles de caza furtiva”.
…
De niรฑo, uno de mis pasatiempos predilectos era ver los documentales de National Geographic, una serie de cintas Betamax, con fundas amarillas, cada uno dedicado a un animal distinto. Pandas, ballenas, osos grizzly, tigres siberianos: la colecciรณn era un viaje por el mundo a travรฉs de su fauna. Mi favorito era el del elefante, en cuya carรกtula aparecรญa un macho inmenso, con un colmillo trunco, fotografiado a ras del suelo y en actitud de combate, que ocupaba la mayor parte del rectรกngulo de cartรณn. A travรฉs del documental imaginรฉ รfrica como una tierra poco habitada donde los animales migraban de un extremo a otro, alejados de los seres humanos, sus avenidas, edificios y manchas urbanas.
Visitรฉ Kenia en 2015, aferrado a esa idea romรกntica a pesar de que durante aรฑos he seguido los efectos devastadores que la caza ilegal ha tenido sobre los elefantes en รfrica. Mi anfitriรณn fue el dswt, una organizaciรณn con base en la capital de Kenia, Nairobi, dedicada a la conservaciรณn de diversas especies y, en particular, del ele- fante. Desde hace casi cuarenta aรฑos, el dswt rescata elefantes huรฉrfanos, los crรญa en una guarderรญa a las orillas de Nairobi y, ya mayores, los transporta de vuelta a Tsavo, un inmenso parque nacional, donde se encarga de reintegrarlos a la vida salvaje. Viajรฉ para conocer el trabajo del dswt, no solo con los huรฉrfanos sino en las zonas protegidas de Kenia y, sobre todo, en Tsavo, donde la organizaciรณn patrulla en busca de cazadores y cura a animales heridos en colaboraciรณn con el kws.
El viaje comenzรณ en Nairobi, donde pasรฉ un dรญa en el orfanato, charlando con sus cuidadores y conociendo a los pequeรฑos elefantes, cada uno con un establo que, junto a la puerta, lleva su nombre. Despuรฉs me dirigรญ a las instalaciones del dswt en Ithumba. Lejos de centros rurales y cerrado para cualquier turista que no sea un donador de la fundaciรณn dispuesto a pagar alrededor de seiscientos dรณlares por noche, mรกs los 75 dรณlares para entrar al parque, Ithumba es lo mรกs cerca que estuve de adentrarme en esa รfrica que conocรญ a travรฉs de los documentales.
Si bien me impresionรณ ver a mi animal favorito en libertad, en un principio no entendรญa por quรฉ alguien que no fuera un invitado de prensa pagarรญa esa cantidad, con el trayecto de siete horas de Nairobi a Ithumba –primero, a travรฉs de una carretera de dos carriles y, despuรฉs, por un larguรญsimo trecho de pedregosa terracerรญa–, para ver un animal que habita otros parques, mรกs accesibles y cercanos a la capital, como el famoso Amboseli, en las faldas del Kilimanjaro. Tuve que salir de Ithumba para comprender que la experiencia que ahรญ vivรญ –ver cรณmo sedaban y curaban a aquel enorme macho y fotografiar manadas enteras bebiendo al amanecer– no solo es un privilegio sino un lujo extravagante. Conocer a un elefante adulto tan de cerca, en su hรกbitat natural, es una certeza para quienes visitan Ithumba pero solo una posibilidad para aquellos que se hospedan en los hoteles de Voi o el resto de Tsavo. En otras palabras, Ithumba es un pase vip para la vida salvaje de รfrica.
“En Kenia, trescientas mil personas dependen del turismo directamente y todos los turistas llegan queriendo ver un elefante”, dice Safina. El turismo genera el 12,5% de las ganancias del gobierno keniano y casi el 11% del empleo. En una situaciรณn ideal, una industria turรญstica saludable incentivarรญa la protecciรณn de su animal mรกs popular y disuadirรญa a las poblaciones aledaรฑas de incurrir en la caza ilegal. Para los pragmรกticos, el turismo ayuda a otorgar un valor econรณmico a los animales. No obstante, desde el punto de vista de Nick Trent, el turismo en Kenia estรก sujeto a las veleidades de los organismos britรกnicos y estadounidenses, que emiten alarmas para decidir a cuรกl paรญs es seguro viajar y a cuรกl no. Como guรญa de facto, Nick fue un interlocutor locuaz y ameno. “El secuestro de ciudadanos britรกnicos en Lamu en 2011 bรกsicamente acabรณ con el turismo”, me dijo, sacudiรฉndose el pelo del polvo que acumula en cada vuelo. Estรกbamos en el bar vacรญo del Voi Safari Lodge, un avejentado hotel en Tsavo Este, cuya atracciรณn es un estanque en el que cada maรฑana se reรบnen elefantes. Era el sitio perfecto para hablar de los problemas a los que se enfrenta el turismo en Kenia. Durante mi estancia no contรฉ mรกs de diez huรฉspedes. Los meseros tenรญan tan poco trabajo que, a menudo, se les veรญa perdiendo el tiempo en una sala debajo del bar: ahรญ seguรญan los partidos de futbol, en un televisor vetusto empotrado en el techo, entre muebles polvorientos y telaraรฑas. Cuando adelantรฉ mi salida para conocer el lado oeste de Tsavo, el conserje y la cajera entraron en pรกnico. “¿Pasรณ algo? ¿Por quรฉ se va?”, me preguntaron.
Durante mi visita, en la temporada alta de octubre a noviembre, los hoteles daban la impresiรณn de ser lugares fantasmales, no muy distintos al Overlook de Kubrick. La industria hotelera de Kenia parece mal preparada para contrarrestar esta tendencia. Dos de los hoteles mรกs grandes del paรญs –pertenecientes a la cadena Serena, en Amboseli y Tsavo Oeste– eran sitios adocenados, mezclas de madera y barro, de cuyas paredes colgaban pรณsters, mapas y fotografรญas que probablemente habรญan permanecido en el mismo lugar desde los setenta. A pesar de sus condiciones, ambos cobraban cantidades exorbitantes por cada noche, gracias a que se encuentran dentro de los parques y permiten al visitante observar a los animales desde verandas y balcones. Para entrar a Amboseli, un residente de รfrica del Este paga alrededor de doce dรณlares; un extranjero, noventa. La variaciรณn en la tarifa busca incentivar a los locales a conocer su fauna (Nick no fue el รบnico miembro del dswt en decirme que el 99% de los kenianos nunca ha visto un elefante: Neville Sheldrick, otro piloto de la fundaciรณn, me asegurarรญa lo mismo unos dรญas despuรฉs), aunque doce dรณlares tampoco es lo que podrรญamos llamar una ganga en un paรญs pobre como Kenia. Para extranjeros y locales, la cercanรญa con un elefante o una cebra es un lujo que se cobra muy caro. ¿Lo vale?
Mi impresiรณn es que en Kenia el turismo que no es de lujo sufre de un problema tan urgente como la escasez de visitantes: carece de ofertas accesibles y no ha logrado cuantificar el valor de sus atracciones.
…
Una desgracia de la รฉpoca en la que vivimos es que los animales sean mercancรญa, con un valor diferente si estรกn vivos y otro si estรกn muertos. El desprecio al medio ambiente es uno de los mayores crรญmenes del capitalismo: ¿quรฉ es un elefante para mรญ si no me sirve? El animal no tiene una valรญa en sรญ mismo sino en funciรณn de nuestros gustos, modas y necesidades. El problema al que se enfrenta parte de la fauna del mundo es que conocemos su valor como piezas de marfil, polvo de cuerno, piel o bilis, pero es mucho mรกs complicado acordar una cifra para el elefante, el rinoceronte, el tigre o el oso que fascina a turistas, impacta al ecosistema y, en ocasiones, se enfrenta al hombre o estropea sus cosechas. En The myth of wild Africa, Jonathan S. Adams y Thomas O. McShane citan al ecรณlogo Richard Bell, quien afirma que la รบnica esperanza para la vida salvaje en รfrica es que los animales se conviertan en un bien valuable para los locales. “Hay que definir un precio y pagarlo”, dice. Sin embargo, pagar implica un sacrificio, asรญ como aceptar que no todas las รกreas serรกn redituables. Adams y McShane indican que un paรญs rico como Estados Unidos puede darse el lujo de apartar el 4% de su territorio para reservas y parques nacionales, pero para un paรญs en vรญas de desarrollo como Tanzania, donde un porcentaje altรญsimo de la poblaciรณn vive de la agricultura y la pesca, es difรญcil reservar, como hace, el 15% de su tierra. Quizรกs, afirman, los parques deberรญan ser mรกs pequeรฑos.
Kenia fue el primer paรญs en quemar marfil pรบblicamente. Lo hizo en 1989 y la segunda vez en abril de este aรฑo. Y es en tantos otros sentidos la cuna de la conservaciรณn en el รfrica actual, “el paรญs con la reputaciรณn de ser el guardiรกn de la vida salvaje mรกs confiable”, en palabras de Adams y McShane, hogar de los Sheldrick y de ecรณlogos, activistas y biรณlogos pioneros como Cynthia Moss, Iain Douglas-Hamilton y Richard Leakey; una naciรณn que debe trabajar para que la conservaciรณn sea rentable, en gran medida porque ninguna otra se niega tan rotundamente a la caza regulada, otra forma sencilla (aunque cruel) de otorgarle valor a un animal para protegerlo de quien busca cazarlo de manera furtiva. En Sudรกfrica, donde cazar elefantes estรก permitido, el que mata un elefante sin permiso estรก cometiendo un robo de mรกs de 35.000 dรณlares (a quiรฉn le estรก robando ese dinero depende del calibre de corrupciรณn del lugar, la fiabilidad del guรญa y el safari, etcรฉtera). En Kenia, el que mata un elefante acaba con un animal cuya muerte afectarรก a sus familiares y amigos de maneras aรบn insondables para el ser humano. Sรญ, pero ¿cuรกl es el costo real de ese cadรกver, o bien, el valor de ese animal cuando vivรญa?
Desde un punto de vista รฉtico, matar un animal asรญ de sofisticado, cuya carne no necesitamos, es un crimen. Hay incontables estudios que demuestran la capacidad afectiva del elefante, sus rituales de luto, sus expresiones de alegrรญa y tristeza, y su honda memoria. Como cuenta Safina, en un parque de รfrica “un investigador decidiรณ transmitir una grabaciรณn de un elefante que habรญa muerto. El sonido emanaba de una bocina oculta entre arbustos. La familia del elefante no parรณ de buscar a su pariente. La hermana del elefante muerto lo llamรณ por varios dรญas. Al cabo del experimento, los investigadores nunca volvieron a hacer algo similar”.
Desde un punto de vista prรกctico, para un paรญs que depende del turismo y cuyo mayor imรกn es su vida salvaje, ponderar el valor de esa atracciรณn, y el precio que debe pagar por cuidarla, es algo urgente.
De vuelta a Nairobi hablรฉ con Angela Sheldrick, hija de Dame Daphne, actual directora del dswt y la creadora del programa de huรฉrfanos en lรญnea que permite a cualquiera “adoptar” un elefante en especรญfico, a travรฉs de donativos a la organizaciรณn, y a cambio recibir reportes detallados del desarrollo del animal. El dinero, por supuesto, no va solo al cuidado de ese elefante. La distribuciรณn resultarรญa forzosamente inequitativa. Lo que la organizaciรณn hace es utilizar esos fondos en el orfanato de Nairobi y en su trabajo en Tsavo, donde –junto con el kws– patrulla la zona en busca de animales muertos y heridos (para llevar un conteo del poaching en la zona), sana elefantes y rescata huรฉrfanos de todo tipo de especies (al momento de mi visita, el orfanato tenรญa una jirafa, dos avestruces y un rinoceronte ciego). En Tsavo, un parque protegido y desarrollado por los Sheldrick desde los cincuenta, el dswt tiene su sede en Saa Nane, el campamento de reintegraciรณn en Ithumba y la estacada de Voi, en la que tambiรฉn habรญa huรฉrfanos (uno era una cebra con muy mal carรกcter). Ademรกs de mantener activas sus unidades veterinarias en casi todo el paรญs, el dswt tambiรฉn gasta en helicรณpteros y avionetas, por no hablar de la mezcla lactosa con la que alimentan a los elefantes a diario. Sobra decir que su operaciรณn no es barata. Angela ha tenido รฉxito creando opciones turรญsticas (como la de Ithumba y Umani Springs) y atrayendo a donadores, con presencia en redes sociales y embajadores y visitantes famosos. El resultado es una organizaciรณn sui gรฉneris que, en palabras de Angela, tiene la fortuna de depender de donaciones generalmente pequeรฑas y no de donaciones millonarias por las que pelean otras fundaciones y ong.
Varias organizaciones han copiado el programa de adopciรณn del dswt, una manera inteligente de conseguir fondos apelando a la sensibilidad del pรบblico y al cariรฑo que suscita la megafauna de รfrica. Angela tambiรฉn ha utilizado su conocimiento del turismo boutique, industria en la que trabajรณ, para ofrecer lugares como Ithumba y paquetes de hasta veinte mil dรณlares para dos personas por un safari de ocho dรญas a lo largo de las instalaciones del dswt.
No me sorprendiรณ que una familia cuyo destino ha estado ligado tan รญntimamente al elefante como los Sheldrick viviera junto a los animales que rescata. Angela me llevรณ a su oficina a un costado del orfanato: una recรกmara/cuartel, llena de computadoras, cรกmaras digitales y pantallas. La oficina contrastaba con el resto de su casa, acogedora y rรบstica, rodeada de flores y marcos con fotos de su familia e hijos (habรญa un balรณn de rugby sobre la alfombra). De ojos claros pero punzantes, con la voz afelpada y un acento que a mis oรญdos se escuchaba britรกnico, Angela tiene una presencia amable y al mismo tiempo imponente; idรณnea, tal vez, para una persona cuyo trabajo involucra la dulzura y, con frecuencia, la brutalidad. Las fotos de cadรกveres y animales heridos que me mostrรณ en su computadora contrastaban con los adorables huรฉrfanos que dormรญan en establos cerca de su puerta. Hablamos del cable que encontramos en el elefante en Ithumba, de la importancia de conocer a las tribus para entender a Kenia y del peso del turismo en la conservaciรณn. “Cuando vives aquรญ no puedes depender del turismo”, me dijo. Quizรก por eso, en el dswt la soluciรณn para seguir protegiendo al elefante combina el turismo de lujo con las donaciones y los ingresos que obtiene de turistas y locales que visitan el orfanato.
Gracias a ellos y al kws, la caza ilegal en Tsavo ha bajado el 50% desde 2012. Hay mucho que aprender y admirarles a los Sheldrick –su cooperaciรณn con organismos gubernamentales como el kws, su astuto marketing, su compromiso con la vida salvaje de รfrica–, pero me cuesta trabajo no ver su caso como una afortunada excepciรณn, en la que han influido los vรญnculos familiares estrechos con el lugar que protegen y un programa de donaciones que, dada su merecida reputaciรณn, fruto de mรกs de medio siglo de trabajo, continรบa teniendo รฉxito.
…
Para entender los demรกs esfuerzos de conservaciรณn en Kenia es necesario distinguir entre un parque nacional, propiedad estatal, como Tsavo; una reserva, como el Masรกi Mara, administrada por un gobierno local y una conservaciรณn. Esta รบltima es la tierra apartada por un terrateniente, una corporaciรณn, un grupo de dueรฑos o una comunidad para la conservaciรณn ambiental, transformados en fundaciones o compaรฑรญas sin fines de lucro. En Kenia, segรบn lo estipula la Wildlife Act de 2013, “cualquier persona o comunidad que viva con animales puede establecer individual o colectivamente una conservaciรณn o un santuario de acuerdo a lo estipulado en esta acta”. Las conservaciones son administradas para sustentar la vida salvaje y el ganado, y tambiรฉn pueden recibir dinero de inversionistas privados, quienes llegan a pagar por los campamentos o eco-lodges donde se hospedan los turistas. Algunos son aรบn mรกs caros que Ithumba y tan redituables como para atraer la inversiรณn de multimillonarios de la talla de Richard Branson.
En el norte de Kenia, las conservaciones han logrado detener la caza furtiva y alentar a las comunidades a proteger la vida salvaje. Como indica el reporte Ivory’s curse, parte del รฉxito se debe al Northern Rangelands Trust (nrt), un grupo de veinte conservaciones en el รกrea de Samburu-Laikipia que ofrece diversos incentivos. A travรฉs del programa Livestock to Markets (ltm), el nrt brinda acceso al mercado para las comunidades, quienes deben cuidar las condiciones del suelo a cambio de que el ltm compre su ganado (unos diez mil animales al aรฑo). A mayor ingreso, menor aliciente para permitir la caza furtiva. “Las conservaciones [del ltm] solo pueden establecerse despuรฉs de que las tribus negocien y establezcan reglas para el manejo de su ganado –dice el reporte–, las juntas tienen a ancianos de las comunidades, contratan patrullas de las tribus locales, las comunidades mantienen el control de sus finanzas e incluso tienen opciรณn de construir y negociar sus proyectos turรญsticos […] La tierra manejada por el nrt es casi un 45% mรกs valiosa que la tierra que se encuentra afuera del programa, y anรกlisis de cadรกveres demuestran que solo un tercio de los elefantes que mueren adentro del territorio murieron por culpa del ser humano, frente a un 87% afuera del ltm.”
En entrevista telefรณnica, el coautor de The myth of wild Africa Jonathan S. Adams me asegurรณ que la Lewa Wildlife Conservancy (sede del ltm) es una de las iniciativas mรกs interesantes, capaz de “recaudar fondos y mantener la integridad ecolรณgica del lugar, asรญ como de vincular los mercados financieros globales con las comunidades locales”. Ademรกs, Lewa tiene un historial admirable en protecciรณn de animales. Desde su fundaciรณn ha perdido solo cinco rinocerontes.
“El turismo es esencial en ciertos contextos –me dijo–. La gente seguirรก pagando lo que sea para ver a los gorilas de montaรฑa. O para ir a la reserva Masรกi Mara. El problema con los parques es que los ingresos no van para la gente que asume el costo de los mismos, sino para el gobierno o para operadores de tours internacionales. Y esa es la injusticia fundamental que se deberรญa abordar.”
Dentro del esquema del nrt, el turismo en la zona ayuda a los habitantes de la localidad. La conservaciรณn Namunyak divide sus ingresos, de tal suerte que el 60% de las ganancias turรญsticas van para los costos operativos del lugar y el resto se dirige a proyectos de la comunidad.
Hacia 2014, el periodista Murithi Mutiga advertรญa que la conservaciรณn en รfrica (y, yo aรฑadirรญa, el mundo) tenรญa mucho que aprender de Nepal, un paรญs que en 2013 llevaba dos aรฑos sin un solo incidente de caza furtiva. “La ley nepalesa les da derechos especiales a las comunidades que viven alrededor de los grandes parques, creando zonas administrativas que sirven como bรบfer y juegan un papel integral en la conservaciรณn. Los grupos reciben regalรญas del 30% al 50% de los costos de entrada a los parques. Diez dรญas al aรฑo, la poblaciรณn local puede entrar al parque y obtener pasto, carrizo y materiales de construcciรณn. El resultado es una comunidad local que ve al parque como un tesoro que debe cuidar.” En Kenia, continuaba Mutiga, la mayorรญa de la gente apoya los esfuerzos de conservaciรณn. “Pero en un paรญs donde la tierra arable es escasa y alrededor del 10% del territorio estรก apartado para parques y reservas, las autoridades deberรญan intentar acercamientos mรกs sofisticados a fin de ganarse el apoyo local para iniciativas de conservaciรณn.” El nrt es exactamente eso.
El turismo ecolรณgico y sustentable, representado por los eco-lodges, tambiรฉn ha tenido un impacto positivo en Kenia. En Amboseli, donde pastores y granjeros tienden a matar mรกs elefantes que los cazadores ilegales, Satao Elerai, un eco-lodge de lujo que renta su propiedad a los masรกi, aporta alrededor de cien mil dรณlares anuales de sus ganancias a la comunidad, mismos que pagan iniciativas y programas educativos. Un reportaje dedicado a esta iniciativa, publicado en Foreign Policy en mayo pasado, citรณ a Nick Brandt, cofundador de la Big Life Foundation, quien sintetizรณ el problema de esta forma: si la conservaciรณn ayuda a la comunidad, la comunidad ayudarรก a la conservaciรณn.
En Kenia, las conservaciones parecen una soluciรณn viable para las tribus y las comunidades, en tanto que no las excluyen del territorio y permiten que su ganado utilice la tierra junto a las especies salvajes. Ademรกs, la mejor manera de solventar las relaciones entre las autoridades y las comunidades es asegurarse de que las ganancias de la vida salvaje le lleguen a la gente que convive con los animales. Y que conviviรณ con ella durante siglos, hasta que fuerzas externas –desde los romanos hasta colonizadores– destruyeron esas poblaciones. A riesgo de estropear la imagen del magnรญfico animal que adornaba la caja de su cinta Betamax, quizรกs National Geographic creyรณ conveniente no hacerlo, pero una foto fidedigna de รfrica habrรญa incluido a un miembro de las muchรญsimas tribus que habitan en Kenia junto al elefante, su gran tesoro nacional. ~
Coeditor del sitio de internet de Letras Libres. Autor de Tenebra (Seix Barral, 2020).