Hubo un momento en el que solo parecía haber dos entrenadores en el mundo. Cada partido, en cualquier rincón, en cualquier liga, se medía según su parecido o su distancia con los de Real Madrid y Barcelona. Tácticas y estrategias. Todo, fuera y dentro del campo, se convirtió en una metáfora del enfrentamiento entre Guardiola y Mourinho. El fútbol, como tantas veces, pasó a ser una forma de entender el mundo pero una forma peligrosamente agresiva, de tensión constante, de dedo en el ojo y “putos amos”.
Rivalidades de ese tipo han existido siempre (ahí está, por ejemplo, la de Menotti y Bilardo). Lo que sorprendió de aquel fenómeno fue su universalidad, el hecho de que la narrativa creada en torno a nuestros dos protagonistas –y no solo a sus equipos- trascendiera cualquier frontera. Las redes sociales se llenaron de avatares con “LQDM” (“Lo Que Diga Mou”) por delante y sesudos especialistas intentando desentrañar la penúltima variación táctica de Guardiola.
Quizá el apogeo de esta rivalidad coincidió precisamente con el partido de vuelta de la Supercopa de España de 2011, cuando Marcelo se llevó por delante a Cesc Fábregas en el descuento y ambos banquillos salieron a repartirse empujones ante la imperturbable mirada de Francesc Satorra, bautizado desde entonces como “The Observer”. Aquel final del partido, el del citado dedo en el ojo a Tito Vilanova, fue la liberación definitiva del odio acumulado, un odio que iba más allá de las rivalidades históricas y que exigía que cada frente se aferrara a su líder como si fuera un Mesías.
Aquellos meses, insoportables, acabaron con Guardiola enfrentado a buena parte de su plantilla y su directiva y con billete a Nueva York para tomarse un año sabático, mientras Mourinho se peleaba con todo aquel que se le pusiera delante incluso después de haber ganado por fin la liga con récord incluido de puntos y de goles.
Pasado el terremoto, Guardiola fichó por el Bayern de Munich y Mourinho fichó por el Chelsea. Curiosamente, ambos debutaron enfrentándose en la Supercopa de Europa de 2013 y como no podía ser de otro modo el partido acabó con expulsados, prórroga y penaltis. Lejos del imán mediático que era la liga española, su rivalidad se fue calmando, aunque nadie se atreviera a discutir su cetro deportivo: Guardiola arrasó en Alemania, ganando todo lo posible, pero se topó con el muro de las semifinales en sus tres intentos europeos. Mourinho siguió su trayectoria habitual: un primer año competitivo, un segundo excelso con título de liga incluido y un tercero desastroso que acabó con despido después de enfrentarse a dueño, plantilla e incluso fisioterapeuta.
Y justo cuando las aguas parecían calmarse, el destino les volvió a cruzar en forma de ciudad: Manchester. Guardiola anunció en enero de 2016 su fichaje por el City y pocos meses después Mourinho hacía lo propio con el United, el sueño de toda su carrera. Los periodistas se frotaban las manos, como lo hacían los fanáticos que aún quedaban repartidos por el mundo. Los dos equipos se reforzaron a lo grande: el United fichó al jugador más caro de la historia –Paul Pogba- mientras el City volvía a dejarse casi doscientos millones de dólares en jugadores listos para explotar. El duelo estaba servido.
La primera vez que se enfrentaron, en Old Trafford, el City ganó 1-2. La temporada apenas si empezaba y el equipo de Guardiola ya iba como un tiro frente a un United en el que Mourinho se empeñaba en confiar en Fellaini como estrella. Pocas semanas después, el enfrentamiento se repitió en la Copa de la Liga y fueron los rojos los que se impusieron, por la mínima, a los azules; un 1-0 que suponía el principio de la remontada del United y el primer aviso de la caída a los infiernos que sigue viviendo el City hoy en día.
Porque el caso es que, contra todo pronóstico, Mourinho y Guardiola se han visto condenados hasta ahora a la irrelevancia. En una liga donde Conte, Klopp y Wenger parecen destinados a jugarse el título, sus equipos no pasan de la cuarta y quinta posición, separados por tan solo dos puntos. El United confía en ir sumando copas menores para matar la abstinencia. El City sueña con una Champions que, viendo su nivel de juego, parece poco menos que un milagro.
¿Cómo es posible que se haya llegado a tal falta de competitividad? Quizá, después de todo, ambos no sean sino humanos. Cuando Florentino Pérez presentó a Mourinho como entrenador del Real Madrid, hace ya seis años y medio, dijo aquello de “el modelo es ganar”, como si para ello bastara con fichar al portugués y ya los hados obrarían. No fue así: Mou se fue del Bernabéu con una liga y una copa en tres temporadas. Fue a su marcha cuando los blancos sumarían dos Champions con entrenadores de perfil tan bajo como Ancelotti y Zidane.
Puede que Mourinho no sea tan especial o que solo lo sea a ratos, como cualquier profesional brillante en su oficio, y que no mereciera ni tanta devoción ni tanto odio encendido. Del mismo modo, puede que Guardiola no sea un genio o no lo sea continuamente y tampoco pase nada. Martí Perarnau, en su excelente libro “La metamorfosis” (Editorial Corner, 2016) ya presagiaba una adaptación dura a la liga inglesa y durísima está siendo, desde luego: el equipo recibe muchísimos goles, no consigue jugar al mismo nivel durante más de media hora y carece de jugadores que se asocien como su estilo de juego requiere más allá de David Silva. En otras palabras, puede que Guardiola tenga muchas de las llaves del éxito pero la inglesa, al menos, le falta todavía. Probablemente sea cuestión de tiempo y de crecer desde atrás, como siempre han hecho sus equipos, los menos goleados temporada sí y temporada también.
Para eso convendría, eso sí, fichar a algún defensa verdaderamente desequilibrante y con habilidad para sacar el balón jugado… y si de paso pueden llegar dos extremos de verdad –Nolito, Sterling y Navas no son precisamente Ribery, Robben y Douglas Costa- tanto mejor para el City.
Una vez humanizados, con una relación que parece cordial y respetuosa, puede que Mou y Pep encuentren el modo de crecer uno al lado del otro, como lo hicieron durante sus años como segundo entrenador y capitán respectivamente del Barcelona, ambos a las órdenes del siempre olvidado Louis Van Gaal. Ahora que la lucha no consiste en defender el trono sino en lamer las heridas y levantarse, puede que veamos otros registros y otras opciones. No les quedará más remedio si quieren volver a aquellos tiempos de titulares continuos y aficiones divididas…
Unos tiempos deseables, sin duda, porque, si algo ha quedado claro de toda esta historia, es que las polémicas, las adhesiones y las manías solo existen cuando hay títulos de por medio. En otras palabras, que nadie se va a partir la cara en Twitter por el cuarto clasificado de ninguna liga extranjera.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.