Foto: Ellan Lustosa/ZUMA Wire

(Re)Visiones desde la cuarentena: Rio de Janeiro

"Si todos somos obligados a recluirnos, la bĆŗsqueda de soledad del escritor deja de ser una transgresiĆ³n, se vuelve un mandato, la obediencia a la ley. Y si hay algo que la literatura detesta es la obediencia a la ley."
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El aƱo pasado, invitamos a un grupo de personas a participar en Visiones desde la cuarentena, un relato colectivo de las primeras y extraƱas semanas de confinamiento, segĆŗn transcurrĆ­an en distintas ciudades del mundo. Revivimos por unos dĆ­as aquella serie para saber cĆ³mo se mira, a 399 dĆ­as de distancia, la cotidianeidad pandĆ©mica.

– La redacciĆ³n

 

Algunas notas sobre literatura y aislamiento

Intentamos seguir con la vida mientras el mundo a nuestro alrededor parece desplomarse. Brasil supera las 400 mil muertes por covid-19. Trato de concentrarme en mi trabajo, pero la fuerza de dispersiĆ³n es muy grande. Leo un poco, cierro el libro. Veo las noticias. Trato de escribir. Abro otro libro. Veo las noticias. No consigo concentrarme en nada. Hace un aƱo que vivo en este estado de zozobra permanente.

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Leo en el periĆ³dico que los investigadores han documentado la forma en que una poblaciĆ³n generalmente reacciona ante los desastres. DespuĆ©s del choque inicial con sus componentes de negaciĆ³n y desorientaciĆ³n, viene una fase de ā€œluna de mielā€, con sentimientos de optimismo y altruismo que dan pie a gestos de solidaridad y comuniĆ³n en medio de la crisis. Es comĆŗn que siga una etapa de desilusiĆ³n, cuando la angustia ante la extensiĆ³n de la tragedia comienza a generar altas dosis de estrĆ©s. SegĆŗn los psiquiatras, este estado activa las Ć”reas del cerebro responsables de las reacciones de fuga o de defensa. Usamos esa respuesta del cerebro para huir de animales feroces o para protegernos en medio de una guerra. Pero no estamos en la selva, sino encerrados en nuestras casas, lo que genera un corto circuito en nuestro sistema nervioso. No estamos programados para quedarnos quietos frente al peligro ā€“y es justo lo que deberĆ­amos hacer ahora. DeberĆ­amos hacer, aunque muchos no quieran o no puedan hacerlo. Ese estado de alerta permanente nos impide concentrarnos en algo que no estĆ©, aparentemente, vinculado con el riesgo al que estamos expuestos.

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Mi analista me recomendaba estos dĆ­as dejar de ver las noticias para cuidar de mi frĆ”gil salud mental. Pero es difĆ­cil no hacerlo. Para confirmar mi sensaciĆ³n reciente, encuentro esta cita en el diario de Bertolt Brecht del 27 de noviembre de 1944, cinco meses antes de la derrota definitiva del Tercer Reich: ā€œSon casi las once horas de la noche. Estoy sentado con un whisky (lo que no es frecuente) leyendo el Diario de 1940 de Gide. Es tranquilo y es agradable estar aislado asĆ­, pero no logro resistir y enciendo el radio para escuchar el noticiero, aunque no haya en Ć©l nada de nuevo ā€“escuchĆ© el de las nueve y media y el de las diez y media. Aislarse del mundo es emerger en la furiosa corriente del vacĆ­o. AsĆ­ escribo esto ahora cuando escucho el radio y despuĆ©s seguirĆ© leyendo a Gide mientras escucho el radioā€.

AsĆ­ escribo esto ahora al tiempo que veo por tercera vez el noticiero, solamente para confirmar que las cifras de muertos y contagios no paran de crecer.

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PodrĆ­amos pensar que aislarse del mundo serĆ­a la condiciĆ³n ideal para un escritor o para un lector. Algo cercano a lo que Kafka deseaba. AsĆ­ le escribe a Felice Bauer en enero de 1913: ā€œUna vez me dijiste que te gustarĆ­a estar sentada a mi lado mientras escribo; pero date cuenta de que en tal caso no serĆ­a capaz de escribir [ā€¦] nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribeā€. Kafka imaginaba el mundo ideal en una profunda caverna, con una lĆ”mpara y todo lo necesario para escribir. Su Ćŗnico paseo diario serĆ­a el de salir a recoger la comida. ā€œActo seguidoā€, escribe Kafka, ā€œregresarĆ­a a mi mesa, comerĆ­a lenta y concienzudamente, y enseguida me pondrĆ­a de nuevo a escribirā€. Ahora estamos obligados a resguardarnos en la cueva, pero parece que las cosas, al menos para mĆ­, no funcionan tan bien como Ć©l pensaba.

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Durante mucho tiempo imaginĆ© tambiĆ©n esa especie de utopĆ­a. No tener que salir a trabajar en una oficina. Quedarme todo el dĆ­a en casa leyendo y escribiendo, con las necesidades bĆ”sicas para sobrevivir. A diferencia de Kafka, Borges describĆ­a el paraĆ­so como una biblioteca: ā€œYo, que me figuraba el ParaĆ­so / Bajo la especie de una bibliotecaā€. Un deseo que se cumpliĆ³ en vida cuando asumiĆ³ la direcciĆ³n de la Biblioteca Nacional de Argentina en 1955. Sin embargo, dos aƱos despuĆ©s, debido a su gradual pĆ©rdida de la vista, un oftalmĆ³logo le recomienda dejar de leer y escribir. Esta situaciĆ³n paradĆ³jica inspira aquellos versos memorables del ā€œPoema de los donesā€: ā€œNadie rebaje a lĆ”grima o reproche / esta declaraciĆ³n de la maestrĆ­a / de Dios, que con magnĆ­fica ironĆ­a / me dio a la vez los libros y la nocheā€. Digamos que la ironĆ­a de Dios, en este caso, es que nos dio a la vez el ParaĆ­so y la amenaza del virus.

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En estos momentos, la soledad del escritor ā€“y tambiĆ©n la del lectorā€“ viene impuesta por un mandato externo. Como nos recuerda el escritor brasileƱo Silviano Santiago: ā€œEn tiempos sin covid-19, la soledad requerida por el libro exigĆ­a una situaciĆ³n artificial. Antiguamente, el ser humano, suelto y sociable āˆ’en casa, en la biblioteca, en el parque o en la playaāˆ’ decidĆ­a, o no, inventar la soledad. En nuestros dĆ­as, la soledad, que siempre ennobleciĆ³ la bĆŗsqueda del libro por el ser humano, es natural y exigida por gobiernos nacionales y por las organizaciones internacionales de saludā€. Si todos somos obligados a recluirnos, la bĆŗsqueda de soledad del escritor deja de ser una transgresiĆ³n, se vuelve un mandato, la obediencia a la ley. Y si hay algo que la literatura detesta es la obediencia a la ley.

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ā€œLeer es colocar en suspenso al mundoā€, me recordaba hace unos dĆ­as mi amigo Alberto, uno de los mejores y mĆ”s apasionados lectores y escritores que conozco. Pero es el mundo ahora el que, en gran medida, se encuentra en suspenso. QuizĆ” sea eso lo que crea el cortocircuito en mi sistema nervioso. SerĆ­a necesario entonces recuperar el fluir banal de la vida. Esa normalidad que puedo dejar en suspenso en cuanto leo o escribo. Ese mundo que antes corrĆ­a desenfrenado afuera y del que casi siempre querĆ­a, justamente, aislarme.

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ā€œAislarse del mundo es emerger en la furiosa corriente del vacĆ­oā€.

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es escritor, crƭtico literario, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad Federal de Rƭo de Janeiro y editor de PapƩis Selvagens EdiƧƵes


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