Sijena: el apoyo de los medios a Goliat

Aragón ha recuperado, legítimamente, un patrimonio que se vendió de manera ilegal, y reclama la devolución a su lugar de origen de unas pinturas arrancadas durante la guerra y que no se retornaron jamás. No hay catalanofobia, sino reclamaciones con un sólido sustento legal.
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Tengo una sugerencia para los sociólogos: que estudien la diferencia de trato que se ha dado en los medios de comunicación a las dos partes en conflicto en los litigios por el arte del monasterio de Sijena. A mí me parece notable, pero no solo en cuanto a la abundancia de testimonios en favor de la parte catalana, sino en cuanto al trato de fondo que se da a los aragoneses: para un sociólogo tiene que ser muy interesante comprobar cómo todavía a día de hoy planean sobre la mentalidad española y se perpetúan gracias al periodismo los absurdos tópicos acuñados en el XIX. El catalán, industrioso y culto; el aragonés, atrasado y bruto. Es algo fascinante.

El último ejemplo nos lo proporciona hoy, 3 de agosto, El País, con un reportaje (visualmente muy chulo) sobre “el periplo por el mundo de las otras obras de Sijena”, asunto que, según se destaca en el texto, “ha vuelto a convertirse en un encarnizado debate cultural, político y judicial”. Pero no, ese asunto no ha centrado ningún debate, y menos en el ámbito judicial; se trata tan solo de una falacia esgrimida por algunos influencers mediáticos de Cataluña, y difundida por tierra, mar y aire, para tratar de convencer al público de una falsedad muy burda: que el motivo de este litigio radica en el “anticatalanismo” de los aragoneses. Por eso, dicen, se reclaman solo las obras que están en Cataluña; las demás, como están en otros lugares, no interesan.

Esta estupidez (discúlpenme los lectores, pero es que es una estupidez) ha sido desmentida muchas veces, pero ahí sigue y El País la compra. Insistiré una vez más, aunque van miles: se reclamaron, por un lado, los bienes de Sijena que habían sido vendidos ilegalmente y, por otro, las pinturas murales del monasterio, que están en depósito en Barcelona, arrancadas unas en la guerra y otras (sin permiso y ocultando que eran de Sijena) en 1960. Las obras que salieron del monasterio legalmente, es decir, antes de su declaración como Monumento Nacional en 1923, no se han reclamado; incluidas bastantes que siguen estando pacíficamente en el Museo de Lérida y en el MNAC. Por cierto, más pacíficamente que nunca, porque las que conserva el MNAC, aunque son de primera categoría, han sido enviadas hace pocos meses a los almacenes. No veo a nadie de los que se indignan porque “si las pinturas vuelven a Sijena las verá menos gente” protestar por el hecho de que las obras enviadas a la reserva no vayan a ser vistas por nadie. Incluso los abogados independentistas de “Acció Cassandra”, que han presentado un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional arguyendo (sin fundamento, pero eso es otra historia) que la sentencia del Supremo que obliga a devolver las pinturas vulnera “el derecho fundamental de acceso al patrimonio”, no dicen nada sobre estas magníficas piezas condenadas a los almacenes.

Pero volvamos a El País. El reportaje contiene tantos errores que sería tedioso destacarlos todos. Solo me centraré en algunas cuestiones de interés. La primera es que se habla de que “las monjas se deshicieron de una gran parte del patrimonio”; pero del que se llevaron otros sin su permiso no se habla. Parte de los bienes que se resguardaron en Lérida para la guerra no se devolvió y sigue en su museo; y gran cantidad del patrimonio monástico salió de Sijena en 1970. Cuando las monjas se trasladaron a Barcelona en 1970, se llevaron consigo lo que pudieron transportar, que eran las joyas, y la priora las depositó en el MNAC, para preservarlas. Lo que quedó en Sijena se trasladó a Lérida por orden del obispo en dos camiones, sin notificarlo a nadie, aunque tendría que haberlo comunicado, al menos, al Ministerio, pues se trataba de un Monumento Nacional. Todo ese patrimonio se dispersó, por quienes no tenían derecho a disponer de él, después de que muriera la última priora de Sijena.

Casi todas las piezas que aparecen en el reportaje corresponden a un único conjunto: el antiguo retablo mayor del monasterio que, sí, se dispersó (no cuando “irrumpió el Barroco en España”, cosa risible) entre finales del siglo XIX y principios del XX, como ocurrió con tantísimas otras obras en todo el país, por desgracia. No se reclaman, insisto en ello, porque fueron vendidas antes de 1923, incluidas las que todavía están en Cataluña, que son cinco tablas.

La autora hace una mezcolanza terrible cuando se ocupa del Museo de Lérida: las obras de Sijena que hoy quedan allí no se depositaron en 1970 ni se compraron en el 83; si está hablando de lo que se conserva en el museo, no sé a qué viene detenerse en el asunto dramático de las que volvieron a Sijena el 11 de diciembre de 2017; Alberto Velasco no es responsable del Museo de Lérida ni dimitió como tal; la Generalitat no es la responsable única ni de este museo ni del MNAC; las pinturas murales de Sijena no están en Lérida sino en Barcelona; y en Lérida hay, de este monasterio, no seis piezas sino, al menos, dieciocho. Las que relaciona la propia redactora, para empezar, son diez; pero faltan, al menos, una Virgen yacente, una talla de San Gregorio y seis tablas del retablo de San Pedro. Es posible que haya más piezas pues en los 70 las monjas de Sijena reclamaron varias al obispado, entre ellas una Virgen del Pilar, una imagen de talla del altar de la Virgen del Coro y “tres rollos de frescos terminados de extraer hacía poco”; pero todo esto no está localizado. 

Finalmente, no aparece el MNAC en el reportaje. Esto es muy sorprendente, pues allí se conservan no solo las pinturas murales de la sala capitular y el conjunto de pinturas profanas, sino también el retablo gótico de la Virgen de Sijena, tres tablas del retablo de San Juan Bautista, el retablo de San Pedro mártir de Verona, una bacina gallonada gótica, varios fragmentos de una techumbre de madera pintada (que nunca se ha dado a conocer) y algunas pinturas murales arrancadas del coro. Ninguna de estas piezas se expone y falta otra que fue robada en 1991: un portapaz gótico, una joya de la orfebrería medieval que se sacó sin violencia de la caja fuerte del museo, y de ella nunca más se supo.

Aragón ha recuperado, legítimamente, un patrimonio que se vendió de manera ilegal, y reclama la devolución a su lugar de origen de unas pinturas arrancadas durante la guerra y que no se retornaron jamás, además de otras extraídas después, todas ellas en depósito. Le ha costado muchos años de pelea en los tribunales, que siempre le han dado la razón porque la tenía. Lo único que pasa aquí es que en Cataluña se han perdido dos juicios. ¿Tan difícil es de asumir que se presenta como un ataque contra los catalanes, lo que implica agraviar duramente a los aragoneses? No hay aquí catalanofobia o anticatalanismo, sino reclamaciones con un sólido sustento legal. Ha sido una lucha de David contra Goliat y ha vencido David. Pero algunos medios de comunicación todavía no se han interesado por hablar con David y siguen dando un cerrado apoyo a Goliat.


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