Todos somos falibles: la confusión por paronimia

¿Cómo es posible que hablando o incluso escribiendo en nuestra lengua materna nos equivoquemos tanto?
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No sé si os habéis fijado en lo parecidas que son entre sí algunas palabras. Son tan similares que llevan a confusión. Estamos hablando y ¡zas!, donde debíamos incorporar una palabra, ponemos otra similar, lo que técnicamente se denomina un parónimo. Puede ser un simple fallo, que haga mucha gracia o tiña de rosa las mejillas (ay, ¿qué he dicho?); o puede ser un error más profundo: puede que realmente pensemos que se dice así. En cualquiera de estos casos, hablamos de “confusión por paronimia” y nos pasa a todos.

¿Cómo es posible que hablando o incluso escribiendo en nuestra lengua materna nos equivoquemos tanto? La razón principal es que la adquisición del léxico se produce de forma incidental, esto es, nadie nos da una lista de palabras en nuestro propio idioma para que las vayamos aprendiendo. Por el contrario, el vocabulario se adquiere en uso. Se reconocen palabras nuevas en la conversación y se añaden al diccionario mental de cada uno. Pero no siempre lo hacemos de la forma adecuada.

En la población general, la mayor dificultad aparece con el uso de las palabras muy infrecuentes. Es relativamente habitual que la gente confunda embestir por investir (y curiosamente, investir por embestir), filológico por fisiológico, sintáctico por sintético, gastronómicas por astronómicas, consumaciones por consumiciones, reminiscencias por reticencias, antiescamas por antiescaras, etc. Los siguientes ejemplos los hemos sacado de la etiqueta de Twitter #Twitterparalingüistas, donde podéis encontrar muchos más:    

En ocasiones, el problema es que se impone el uso de un neologismo antes incluso de que hayamos entendido bien la palabra. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con las pruebas de antígenos que pudimos escuchar nombrar de las formas más imaginativas. Otras veces son los hablantes los que se empeñan en usar neologismos que no hacen ninguna falta. Así, en los carteles surgidos a raíz del Covid podrían haber usado desinfectar, pero les pareció más técnico usar el neologismo y acabaron confundiendo sanitizar con satanizar.

Todos los ejemplos anteriores parecen indicar que los hablantes han adquirido de forma insatisfactoria determinadas palabras de su lengua. Otras veces, no necesariamente ha de haber un error de adquisición, sino simplemente un error de ejecución (estamos hablando deprisa y nos equivocamos, por ejemplo). En la escritura digital, puede ser incluso un problema del corrector que nos cambia la palabra sin que nosotros nos demos cuenta. Quizá el cambio de barranquismo a barroquismo o de ánfora a anáfora de los siguientes ejemplos se pueda explicar así:

Sea un error de ejecución o un error de adquisición, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Creo que es posible (y necesario) defender al mismo tiempo que los hablantes deberían tratar de cuidar su léxico (utilizando más el diccionario) y que los errores no se deberían señalar con el desprecio clasista con el que se señalan. Primero, porque todos, incluso el más cuidadoso, cometemos este tipo de errores. Segundo, porque la norma culta a veces asume el cambio de palabra, por lo que quizá alguna de estas confusiones termine siendo normativa con el tiempo. ¿No lo crees? Pues piensa en la acepción, ya aceptada en el Diccionario de la Lengua Española, de canelón como ‘canalón’.

Es más. Creo que es compatible no criminalizar la confusión entre parónimos en el uso oral cotidiano del lenguaje con reivindicar que no haya casos en la prensa escrita, en la publicidad, etc. La imagen de la empresa está en juego y es tan sencillo como contratar a un corrector/a. No tiene sentido que empresas con presupuestos nada desdeñables confundan un caldo de cultivo con un calvo de cultivo, totalmente naturales con tontamente naturales, infringir con infligir, orden de alejamiento con orden de alojamiento, Talón de Aquiles con Telón de Aquiles, circunvalar con circuncidar, telemática con telepática o craso error con graso error, etc.

Aceptémoslo. Los seres humanos somos falibles: intentemos fallar lo menos posible, seamos comprensivos con los errores de los demás en el discurso oral y acostumbrémonos a cuidar nuestra expresión escrita. Y una cosa más. Os animo a que, ahora que conocéis la existencia de parónimos, juguéis con ellos como se merecen. Los humanos nos equivocamos mucho, pero creando somos invencibles.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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