Desde que sucedió lo que le sucedió ha pasado ya más de un año. Como suele pasar, no fue la crisis sino lo que esa crisis reveló. Por ejemplo, sirvió para quitarse algunos lastres-lapas que se quedan pegados esperando agazapados el momento de saltar. También para librarse de compromisos, de chapas lastimeras en forma de audio que siempre apelaban a la compasión. Doce meses después, aún me llegaba algún coletazo de todo aquello. Es curioso que la gente más privilegiada –en el sentido de las necesidades básicas cubiertas– suele ser la más quejica –sobre esas mismas necesidades básicas.
Lo que sucedió fue una tormenta en un vaso de agua, como suelen ser las cosas que pasan en internet, raramente desbordan la burbuja. Lo que pasó es que yo cuestioné el genuino interés de editoriales y medios en las escritoras y lo que escriben. Lo cuestioné porque respeto la literatura y desprecio el mercado. Veo una maniobra de aprovechar, por un lado, la reparación que se quiere hacer a años de desprecio y desinterés a lo que escribían –hablo no de las últimas décadas, hablo con perspectiva histórica y mitológica si me apuras–, y por otro, el gusto del público, que parece elegir o haber descubierto a las escritoras (hay quien dice que esa predilección tiene que ver con que hay más mujeres lectoras, lo que haría que eligieran leer a otras mujeres). El capitalismo fagocita todo, hasta el punk, así que con el feminismo no iba a ser menos, como demuestran desde las camisetas con mensajes feministas (identificando lo enunciado con haberlo realizado) hasta Barbie, la película, ese chiste alargado convertido en un anuncio estirado con otro anuncio dentro en el que se nos quiere convencer de que Barbie, la muñeca de las tetas gordas y la cinturilla fina, la sempiterna rubia que ni siquiera puede doblar los codos, es en realidad más feminista que Simone de Beauvoir.
Cuando mandé el texto, mi miedo estaba en cabrear a los jefes, en parte porque al contarle un poco mi idea, el jefe me dijo: pero no te pases que al final son también anunciantes. Esa me la sé también, trabajé en una redacción. Mi sorpresa fue que no se cabrearon los jefes sino los indios. El incendio vino de quienes suplieron la falta de comprensión lectora con narcisismo. Es decir, no entiendo lo que dice, voy a rellenar este hueco con mi vanidad.
Anónimo García ha escrito un manual para el canceladito, cosa que no me considero, pero sí diría que lo mío fue, a escala mínima, casi de nicho, un linchamiento en redes –a pesar de que quien bien me quiere me prohibió hablar de eso como linchamiento, y hacerle caso fue un acierto–. Seguí, sin conocerlo –lo que prueba la eficacia del mismo– el método ANO: Aguanta, Nida, Orienta. Aguanté (no respondí), nidé (ya no hago el podcast que hacía), orienté (quizá me pasé con lo de mudarme a un pueblo de la costa, pero la motivación no fue esa, sino la fantasía familiar y los libros de Charmian Clift). Anónimo es zaragozano, como yo, pero debe de ser un poco mejor persona, porque no habla del rencor que te queda contra esos que por miedo a verse arrastrados al ostracismo conmigo, apestadilla, aplaudieron con mayor o menor entusiasmo a los apedreadores. En mi caso, es bastante. No es que desee ningún mal, más allá de que se les quede el pie atascado entre coche y andén un segundo, pero cada vez que aparecen sus perfiles con su aura de buenas personas asomando en mis redes, me sube una oleada de mal genio tan intensa que me pregunto si será visible.
Antes de esa tormentilla, había tenido un par de beefs en redes, pero como eran con personas fuera de mi círculo, fuera de mi grupo, digamos, no me afectaron: también porque no vi los insultos. Y eso que los dos artículos que provocaron los dos beefs sí desbordaron la burbuja y se leyeron fuera del nicho: lo sé porque recuerdo que uno de ellos se lo mandó la cuñada de un técnico de la radio por whatsapp al técnico y eso es algo que no suele pasar cuando se habla de asuntos literarios. O sea que sí, en ese episodio había un plus de que te estaban apartando los tuyos, en este caso, las tuyas.
Hay una cosa que no dice Anónimo y que a mí me pasó: durante la primera fase del método, Aguanta, vi el peligro de que esa resistencia se convirtiera en soberbia. Es un peligro que está ahí, alcanzar un estado en que no te afecte que una publicación en la que te insultan tenga mil likes está críticamente cerca del otro lado: el de volverte loco. Un ejemplo: mi minilinchamiento me pilló leyendo Cuchillo, de Salman Rushdie, y yo Zelig como soy, empecé a llamar al episodio la “femifatua”, con todos mis respetos hacia Rushdie. Mi soberbia asoma también en que lo que realmente me molestó de la publicación que tuvo los likes, etc., no fue que la autora se aprovechara de su lugar de superioridad en todos los sentidos, ni siquiera el desprecio a mi trabajo porque ella considera que no tengo lectores ni éxito, etc., sino que se apropiara de las ideas de mi artículo.
Aprendí algunas lecciones: en esas situaciones, todo da igual, nadie lee nada, no se trata de lo que yo hubiera escrito sino de que había que posicionarse. No sirvió de nada, por ejemplo, que unos días después se anunciara la publicación de un libro de una famosa hablando de su recentísima maternidad. Para mí fue un deus ex machina que venía a salvarme, pero no. Dio igual. La gente puede decir o aplaudir barbaridades sin que les tiemble la mano y luego hacerse pasar por víctimas, incluso gente con poder y un cargo se permite bajar al barro y azuzar. No importa que hayas sido amable y generoso con ellos. Y otra cosa: tus linchadoras nunca te perdonarán, no lo que dijeras, sino su propia mezquindad, porque cuando te vean, lo que verán es su propia cobardía e indecencia. Por otro lado, no ven nada raro en escribir una columna alertando de los peligros del bullying. La lección más importante es que a la mañana siguiente, bajas a por el pan y tus vecinos te saludan y por muy culpable que te hayan hecho sentir en las redes sociales, no has matado a nadie, como en Ensayo de un crimen. En todo caso, un día de entre los muchísimos días en que tienes que escribir has escrito un artículo y hay gente que no está de acuerdo, eso suponiendo que lo han leído, lo cual es mucho suponer. Más cosas buenas que sucedieron: hubo gente que sí leyó el texto y lo entendió e intentó parar la tergiversación (también las insultaron a ellas). Tienen mi agradecimiento.
Siguiendo la estela de Buñuel, se me ocurrieron venganzas íntimas y humorísticas: siempre mando mis reseñas al medio en que se publicó el artículo original con saludos a un crítico que fue paternalista durante el episodio, llamándolo por su nombre de pila, que a él le debe de parecer tan rancio que lo oculta de su firma. Fantaseo con la idea de titular un fanzine o lo que sea así: Con mis saludos a Josep Maria. También guardo un taco de pegatinas con una faja falsa sacada de la respuesta de la autora de los mil likes en la portada del libro de la famosa sobre su experiencia como madre. Si quieres una, silba, te la mando de mil amores.