Foto: Xinhua via ZUMA Wire

Visiones desde la cuarentena: Santiago de Chile (segunda entrega)

La negación de la realidad como recurso de defensa adaptativo ha acompañado al devenir del ser humano desde el principio de los tiempos. Reunimos en esta serie testimonios de la cuarentena más extensa de la historia.
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Frivolidad e irresponsabilidad

Una buena parte de los chilenos hemos venido acatando –fieles a nuestra tradición de disciplina y espíritu reconstructivo, propio de un país al que la naturaleza le recuerda con frecuencia quien en verdad manda– las medidas de cuidado y cuarentena que las autoridades de salud nos han indicado. Desde luego, hay quienes no asumen la magnitud de lo que estamos viviendo y prefieren, indistintamente, continuar en la protesta permanente que nos acompaña desde octubre pasado o, presa de la irresponsabilidad y la irreflexión, darse “gustitos personales’ y hacerse retratar en el epicentro del malestar.

Ya lo relató magníficamente Edgar Allan Poe en “La máscara de la muerte roja”, el Príncipe Próspero elige la frivolidad y la inconsciencia para enfrentar el destino que tiene frente a sí. La negación de la realidad como recurso de defensa adaptativo, como una posición de sobrevivencia, no es nueva, de hecho, ha acompañado al devenir del ser humano desde el principio de los tiempos. “No quiero que pase lo que está pasando”: ¿quién no le ha exigido a la vida que eche pie atrás?

Históricamente, individuos y sociedades han echado mano de todos los recursos psicológicos y culturales que han podido para construir respuestas que permitan sostener la idea del yo persona y del yo social cuando se han debido enfrentar al caos y a la destrucción, a la muerte. Las religiones, las grandes mitologías y las épicas son hijas de ello, pero también lo son los nacionalismos y las grandes barbaries cometidas en nombre de la sobrevivencia. El Lebensraum no fue un invento del nazismo; la noción de este viene de mucho antes, a lo largo del tiempo se utilizó cientos de veces para justificar el aniquilamiento de quienes se concebía como amenaza real o imaginaria.

Los dictadores y los populistas siempre han sido hábiles para identificar las grietas sociales y políticas que se dan en los procesos históricos para inocular el virus del miedo, la inseguridad y la noción de enemigo que les permita construir una plataforma desde la cual puedan conseguir adherentes atemorizados, precarios en lo económico y frágiles psicológicamente que respalden su voracidad narcisista maligna. Los Trump, Bolsonaros y AMLOs del mundo, como el Príncipe Próspero, harán pagar dolorosamente a su corte y pueblo por su frivolidad y liviandad intelectual. Pero soterradamente, no solo en ellos, sino que en muchos otros futuros líderes que surgirán, inevitablemente, en los próximos meses, el recurso fácil del nacionalismo aparecerá como la mejor respuesta para cimentar su poder, esconder sus errores y prometer el “nuevo paraíso” que nuestras naciones necesitarán que se les ofrezca como consecuencia de la pandemia y la enorme crisis económica que hará crujir hasta sus cimientos a nuestras democracias.

El coronavirus se ha transformado en nuestro gran titiritero, nosotros, colectiva e individualmente bailamos a su ritmo; más vale que seamos capaces, muy pronto, de seleccionar la música.

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es psicólogo, lingüista y artista visual. Sus libros más recientes son La revolución del malestar (2020) y En defensa del optimismo (2021). Es vicepresidente de Amarillos por Chile.


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