De tín marín de do pingüé

Después de ser un entusiasta partidario de Obama hace cuatro años, me confieso decepcionado.
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Se dice que Estados Unidos está por celebrar una elección presidencial que será coyuntural, de enorme importancia histórica y que definirá el rumbo que tomará este país en los próximos años. Por una parte, sí están sobre la mesa temas que son de enorme importancia debido al momento en el que se encuentra la economía mundial; por otro, ha habido muchos momentos igualmente significativos en elecciones pasadas. Laelección de 1964 entre Lyndon Johnson (demócrata) y Barry Goldwater (republicano), posterior a la promulgación de la Ley de Derechos Civiles de ese mismo año que, básicamente, erradicaba la segregación racial en los estados del sur de la Unión Americana, debe haber sido infinitamente más polarizante que esta donde se discute la validez o no del Obamacare (la reforma a cómo ofrece el estado acceso a la salud). La elección de 1972 entre el republicano Richard Nixon y el recientemente fallecido George McGovern, donde se discutía la participación estadounidense en la guerra de Vietnam en la que fallecieron casi 60 mil soldados de ese país, debe haber tenido más peso que esta donde se discuten los recursos y el rol que las fuerzas armadas estadounidenses deben tener en intervenciones militares futuras. Sin embargo, esta sí es una elección esencial para definir temas clave. Algunos han sido ampliamente discutidos en la campaña presidencial, otros han sido omitidos, pero no por ello son menos importantes.

Es importante reconocer que para el próximo presidente, sea quien sea, será extremadamente difícil hacer cambios de fondo y enfrentarse a poderosos grupos cuya influencia electoral ha crecido conforme lo han hecho los requerimientos económicos para una campaña exitosa. Aunque, como siempre, el primer paso para al menos aspirar a hacer cambios de fondo es simplemente reconocer que el problema existe.

Consideremos, primero, que en el mejor de los casos la economía mundial enfrentará años de bajo crecimiento económico, y en el peor podría enfrentar problemas mayores si se acentúa la crisis europea, la economía china se desacelera más allá de lo esperado o hay un conflicto armado entre Israel e Irán. En mi opinión, la economía estadounidense, que entre 1950 y 2011 creció 3.3% en forma anual, está enfrentando problemas estructurales que limitan su crecimiento a alrededor de 2.3% “con todos los cilindros funcionando”. Considerando el alto nivel de endeudamiento de las familias estadounidenses y el endeudamiento asumido por el gobierno para financiar estímulos fiscales y rescates, un entorno de bajo crecimiento económico es muy poco deseable.

En los años post crisis de 2008, la economía estadounidense ha logrado crecer debido al sector privado. Las empresas estadounidenses mostraron extraordinaria capacidad para adaptarse, hacerse más eficientes y productivas, incorporar mejores prácticas y acceder a mercados emergentes en crecimiento. Sin embargo, estos últimos empiezan a ser afectados por la caída en la demanda de materias primas chinas, pues entre otras cosas China padece la reducción de las exportaciones a la eurozona que se redujeron 16% el año pasado. Además, los asombrosos incrementos en la productividad de las empresas estadounidenses parecen haber llegado a su fin, como lo empiezan a mostrar los resultados del tercer trimestre de las compañías que cotizan en la bolsa estadounidense. El resultado de ese proceso de eficiencia fue que estas empresas lograron incrementar su producción por encima de niveles pre crisis, pero ahora lo hacen con ocho millones menos de empleados, lo cual le imprime una condición estructural al propio desempleo. ¿Qué hacer con millones de desempleados ya no tan jóvenes y con habilidades ya no tan mercadeables? ¿Están condenados a depender del estado? ¿Tiene el estado recursos para acogerlos?

La respuesta a estas constituye una parte importante en la definición de las plataformas electorales. El mayor crecimiento de la población estadounidense se dio entre 1946 y 1964 (70 millones de niños con la generación de los baby-boomers), dada la edad de retiro a los 65 años, diez mil personas se retiran diariamente. Esto implica que el envejecimiento de la población impone costos, que crecen exponencialmente, a las estructuras gubernamentales que dan servicios de salud. Es increíble que cuatro quintas partes de la recaudación total de impuestos vaya a parar a Medicare, Medicaid, pensiones del seguro social, servicios para veteranos de las fuerzas armadas, etcétera. En pocos años, será el 100% de los niveles actuales de recaudación.

Si a esos gastos agregamos el estratosférico presupuesto militar, seguro de desempleo, ayuda a estados, planes de estímulo fiscal y otros gastos que ha hecho el gobierno de Obama (sin duda, muchos de ellos indispensables), el gasto público estadounidense rebasa a la recaudación por alrededor de 1.2 millones de millones de dólares, cerca del 8% del PIB. El déficit estadounidense es colosal y tratándose de la economía más grande del mundo, financiarlo impone lastres importantes al resto del mundo. Cuando el gobierno de Estados Unidos necesita financiar un déficit que equivaldría al PIB de México, al acceder a mercados internacionales de crédito o absorber ahorro generado en otros países, desplaza a muchos otros posibles deudores y algún día (cuando la Reserva Federal deje de imprimir dólares) ese voraz apetito por recursos provocará un encarecimiento global del crédito.

La respuesta ante esa problemática es radicalmente diferente entre demócratas y republicanos. El presidente Obama insiste en que deben mantenerse los niveles de gasto público y en que los derechos adquiridos por la población no pueden sujetarse a negociación alguna; su respuesta al creciente déficit fiscal está en incrementar la recolección de impuestos. Para hacerlo, propone no tocar a la clase media y simplemente hacer que los “millonarios y billonarios” cubran la factura. En esa peligrosa, y potencialmente divisoria (por no decir clasista) definición entran todos aquellos quienes ganen más de 200 mil dólares al año.

Los republicanos dicen que para cerrar el déficit lo primero es acelerar el crecimiento. Ciertamente, la recaudación de impuestos ha sido mermada debido a la crisis económica que inició en 2008. Cuando la economía estaba a todo galope,  en 2007, la recaudación de impuestos era 22% superior a lo que fue en 2010, con las mismas tasas impositivas. Proponen también reformar esos “derechos adquiridos” (entitlements), diezmar de una vez por todas al voraz estado benefactor que jamás tendrá los recursos para mantener el nivel actual de beneficios para una población que envejece y cuyo cuidado se encarece. La reforma consistiría en aumentar la edad de retiro por encima de 65 años (recordemos que esa edad se estableció cuando la esperanza de vida era de 63, y hoy es de más de 78 años), establecer que algunos de esos subsidios solo serán para quienes realmente los necesiten (es absurdo, por ejemplo, que Warren Buffet reciba pensión del seguro social) y bajar las tasas marginales de impuestos para estimular la inversión privada, pero eliminar deducciones.

Ciertamente, los republicanos siguen sin decir qué deducciones eliminarían. Lo que sí  sabemos es que el monto total de las deducciones anuales (se deducen intereses sobre créditos hipotecarios, donativos a entidades caritativas, aportaciones de empresas a programas de salud de empleados, ingresos obtenidos por inversiones en planes de retiro, etcétera) asciende a alrededor de 1.2 millones de millones de dólares, cantidad similar al déficit fiscal esperado para 2012. Es un hecho que quitar cualquier deducción implicará una guerra campal con grupos de cabildeo y poderosas entidades que de ellos se benefician. Sin embargo, una salida propuesta por Mitt Romney, candidato presidencial republicano, podría estar en no eliminar deducción alguna, sino en poner un límite al monto máximo (medido en dinero) de deducciones totales que pueden ser utilizadas en un ejercicio fiscal por un contribuyente. Esto querría decir que si el límite fuera de 20 mil dólares al año, por ejemplo, cada familia podría escoger si lo utilizará para deducir la totalidad de los intereses de su crédito hipotecario o para donaciones caritativas. Con esto los más afectados serían los millonarios que hoy deducen los millones de dólares que dan a iglesias, museos u otras entidades sin fin de lucro cada. Claramente, una medida así pondría en jaque la actividad filantrópica, pero nunca he entendido por qué se deben deducir donativos a entidades religiosas o a otras que tienen nulo beneficio para la sociedad.

Tanto Barrack Obama como Mitt Romney juran que no tocarán a la clase media para pedir mayor pago de impuestos. Ambos mienten. El “grandioso” plan de Obama para cerrar el déficit haciendo que las tasas impositivas para “millonarios” regresen al nivel que tenían en la presidencia de Bill Clinton incrementaría la recaudación en alrededor de 60 mil millones de dólares, si las matemáticas no me fallan, eso equivale a 5% del monto total de déficit fiscal para este año. Igualmente, el plan de Romney podría implicar menor tasa impositiva, pero al poderse deducir menos aumentará el pago neto. En ambos casos tenemos que concluir que si lo que se busca es cerrar un déficit fiscal de esta magnitud, es imposible lograrlo sin hacerlo por ambos lados: incrementando recaudación y reduciendo gasto. Pero, una pregunta importante es: ¿va primero el huevo o la gallina? ¿Se debe cerrar el déficit antes para que eso imprima tranquilidad a la economía o primero hay que preocuparse por crecer? En mi opinión, hay que mostrar que hay un plan para eventualmente regresar a un balance fiscal razonable, pero permitiendo enfocar las baterías en crecer a corto plazo.

En cuanto a cómo reducir el gasto público también hay enormes diferencias. Romney insiste en eliminar todo gasto que no sea esencial, y de salir electo seguramente estará renuente a dar apoyo a los estados (muchos de los cuales tienen hoy serios problemas fiscales) para que mantengan su planta laboral. Obama ha otorgado enorme apoyo federal pues los sindicatos de burócratas son los principales contribuyentes a campañas electorales demócratas. Por otro lado, independientemente de lo que se diga en las campañas y en los medios, ni republicanos ni demócratas estarán dispuestos a revisar el gasto militar que ascendería este año a alrededor de un millón de millones de dólares (cuatro quintas partes del déficit fiscal total). El poderío del cabildeo del “complejo industrial militar” imposibilitará que uno u otro haga mella en ese colosal y absurdo presupuesto

En general, los estadounidenses ven con alarma cómo los grandes estados benefactores europeos están quebrando, y a la vez empiezan a percibir que muchos de los empleos que desaparecieron jamás regresarán. Recientemente Larry Summers, el ex secretario del tesoro y ex presidente de la universidad de Harvard, dijo que el tema estructural del empleo es un gran problema y puso como ejemplo lo que ha pasado con las librerías. Hace no mucho, había librerías en cada barrio, la gente iba a comprar libros; después, las mega librerías como Barnes & Noble y Borders borraron del mapa a los pequeños porque tenían más capacidad para comprar por volumen y para vender con grandes descuentos, ofreciendo cafés y espacios agradables para la clientela. En la última década estas han sido despedazadas por Amazon y otras librerías virtuales con costos aún más bajos. En ese proceso se perdieron decenas de miles de empleos que jamás regresarán. Y, peligrosamente, muchos de esos desempleados difícilmente accederán a trabajos similares con compensaciones comparables.

El resultado del proceso de pérdida de empleos ha sido que millones de personas se acogen hoy a programas de asistencia social. Hay 12.1 millones de desempleados (40.1% de ellos lo han estado por más de seis meses) y la participación de gente en edad de trabajar es la menor desde 1981 (desde 1948 en lo que respecta a la población de sexo masculino). Desde que Obama asumió la presidencia, el ingreso medio ha caído en cuatro mil dólares anuales y 25% de la población entre 25 y 55 años de edad no está trabajando. Independientemente de la retórica oficial, si consideramos una definición amplia de desempleo, es decir, si consideramos que todo aquel que está en edad de trabajar y no tiene un trabajo de tiempo completo está desempleado, el porcentaje de desempleados asciende a 14.7%.

Sin duda, la desigualdad ha crecido. Según The Economist, las 16 mil familias más ricas de Estados Unidos tenían 1% del ingreso nacional en 1980 y ahora tienen 5%. Más preocupante aún, el desempeño académico, medido por exámenes estandarizados, de los niños de familias acomodadas es entre 30% y 40% superior al de niños en familias pobres. La pregunta de fondo está en si la forma de resolverlo es con un esfuerzo redistributivo a la Robin Hood que simplemente le quite a los ricos para darle a los pobres. El uso de programas como el de Food Stamps (vales para la compra de alimentos) diseñados para la población más pobre ha alcanzado niveles récord. Durante la administración de Obama, ha crecido 51% y hoy uno de cada cinco adultos (46.7 millones) los utiliza. El costo del programa ha aumentado de 17 mil millones de dólares en 2000 a 78 mil millones en 2011.

En mi opinión, es extremadamente peligroso darle al estado el papel de gran “ecualizador”, pues la distribución de recursos fiscales siempre se ve afectada por criterios políticos y electorales, y potencialmente por prácticas de corrupción. Por ejemplo, el Senado (de mayoría demócrata) aprobó este año 420 mil millones de recursos para subsidios al campo, de la mano del presupuesto para vales de comida. Los beneficiarios de estos beneficios, lejos de ser campesinos que van arando la tierra con una mula, son las grandes multinacionales que entienden cómo sacar provecho de la beneficencia pública. Igualmente famosas son las historias de gente que apuesta sus food stamps en Las Vegas. El estado siempre es un pésimo y parcial administrador. Hugo Chávez, por ejemplo, es un experto en cómo generarle necesidades al pueblo para fomentar dependencia a cambio de votos. A la larga, en mi opinión, el énfasis tiene que estar en crecer, en incrementar productividad, en educar como vehículo para emparejarle el terreno a los jóvenes de cualquier clase social, como dijera el economista Robert Lucas de la Universidad de Chicago: “…del grueso del incremento en el bienestar de cientos de millones de personas que ha ocurrido en el transcurso de 200 años de la Revolución Industrial a la fecha, nada puede ser atribuido a la redistribución de recursos de rico a pobre. El potencial para mejorar la vida de gente pobre encontrando formas diferentes de distribuir la producción actual es nada cuando se compara con el aparentemente ilimitado potencial de incrementar la producción”.

Una persona que se retira el día de hoy recibe en promedio, de los programas públicos como Medicare y seguro social, 150 mil dólares más de lo que aportó. Negarse a reformar esos programas equivale a decirle a los jóvenes que lo que ellos aportan no estará ahí para su retiro, sino que el grueso de esos recursos será consumido por quienes se están retirando ahora. Desafortunadamente para los jóvenes, los retirados votan en mayor proporción que ellos, por lo que es políticamente redituable darle gusto a estos últimos.

Otra diferencia sustancial entre Obama y Romney está en torno a cómo ven el papel del estado en la actividad industrial. El presidente Obama ha destinado enormes recursos fiscales al desarrollo de energía renovable, por ejemplo, a pesar de que el mercado para esta no está ahí. En mi opinión, esta estrategia ha probado ser un error no solo porque se han invertido decenas de miles de millones de dólares en empresas que han quebrado sino porque se ha negado a aprovechar gasoductos como el Keystone proveniente de Canadá y ha obstaculizado la explotación de gas natural por vías convencionales como el procedente de shale gas. Casualmente, algunas de las empresas en que el gobierno invirtió son propiedad de grandes donantes a campañas demócratas. Es un escándalo, por ejemplo, que Al Gore, ex candidato presidencial demócrata saliera de la vicepresidencia de Estados Unidos con un patrimonio declarado de dos millones de dólares en 2001, y en 2011 declaró tener más de cien millones, parece que eso de ser ecologista es buen negocio.

Si bien el gas es un energético no renovable, es limpio y de este hay suficientes reservas en el subsuelo estadounidense como para garantizar no solo autosuficiencia por décadas (en un momento en el cual la situación geopolítica en Medio Oriente amenaza con volverse una pesadilla), sino la reducción de emisiones de carbón por parte de la economía más grande del mundo.

En mi opinión, el único elemento que permitiría que Estados Unidos vuelva a incrementar su tasa de crecimiento potencial se basaría en una agresiva “reforma energética” para incrementar dramáticamente la producción de gas. Esta no solo implicaría cientos de miles de millones de dólares de inversión, sino que proveería de energía a la industria estadounidense a una quinta parte del costo que Europa le paga a Rusia por gas. Eso garantizaría un resurgimiento natural de la industria manufacturera estadounidense, sin necesitar de subsidios o intervención gubernamental. Dicho sea de paso, en dos de los tres debates presidenciales, Mitt Romney señaló que sería deseable acelerar la búsqueda de autosuficiencia energética “norteamericana” (evitando llamarla estadounidense) dándose cuenta de que al incorporar a México y Canadá en el proceso, podrían acortar el camino quizá en una década. Creo que aún si estamos preocupados por el calentamiento global, el uso de gas puede constituirse en un puente limpio, realista y eficiente para darle más tiempo al avance de la ciencia y tecnología para producir energía renovable a costos económicamente viables.

Por esta última razón y debido a que las grandes reformas migratorias (como la Simpson Rodino de 1986 que dio amnistía a millones de migrantes) han sido hechas por republicanos y no por demócratas, me permito afirmar que no sería la elección de Obama sino la de Romney la que más convendría a América Latina. No dudo que en un segundo periodo de Obama podrían adoptarse políticas energéticas más agresivas, pero creo también que le sería mucho más difícil alejarse de su discurso en pro de energía renovable (dada la fortuna que ya dilapidó con ese propósito), así como creo también que le sería imposible hacer una reforma migratoria integral y profunda, pues se echaría encima a los sindicatos, clientela esencial de su partido. Quizá por eso no cumplió con la promesa de campaña que hizo el 28 de mayo de 2008 de que presentaría una iniciativa de ley para una reforma migratoria en sus primeros cien días en la presidencia, seguimos esperándola.

Dado que también creo que lo que se requiere para sacar a la economía estadounidense del atolladero son menores tasas impositivas (quitando deducciones) y una revisión real de los programas de entitlements, me declaro a favor de la elección del candidato republicano. Por más que trato, no entiendo qué sería diferente en un según mandato de Obama después de que ha probado que es absolutamente incapaz de articular estrategias legislativas. Se dice que ha sufrido por el “bloqueo republicano”, pero a la gente se le olvida que tuvo dos años de mayoría demócrata en ambas cámaras y no logró pasar leyes relevantes, o que en el último presupuesto que sometió al Senado ni un solo senador demócrata votó a favor. Un dato explica, en mi opinión, la diferencia entre los éxitos legislativos de Clinton, otro presidente demócrata, y los fracasos de Obama. El primero tenía como práctica usual jugar golf todos los viernes con los líderes republicanos de ambas cámaras. Obama ha jugado 104 rondas de golf en estos cuatro años y de estas solo incluyó a un congresista republicano en un grupo con el que jugó una sola vez.

A mí como a muchos nos cuesta trabajo apoyar a un partido que se ha vuelto crecientemente conservador en temas sociales, y cuando me encuentro con cavernícolas como Mourdock en Indiana o Todd Akin en Missouri, me dan ganas de salir corriendo. Sin embargo, estoy seguro de que Romney está ideológicamente muy lejos de ellos, y la mejor prueba de ello es que fue gobernador de Massachusetts, el estado más demócrata de la Unión Americana, y logró disciplina fiscal y cambios importantes a pesar de tener que interactuar con una legislatura 70% demócrata. Al final del día, creo que Romney no es el ideólogo ultraconservador que la campaña demócrata ha querido pintado, sino un pragmático y buen administrador. Justo lo que hace falta.

Después de ser un entusiasta partidario de Obama hace cuatro años, me confieso decepcionado. Me conmovió que este país fuera capaz de elegir a un presidente de una minoría racial y creo que eso habla muy bien de la sociedad estadounidense y de su democracia. Pero, creo que la actitud menos racista incluye evaluar a Obama con objetividad total, independientemente del color de su piel. Su discurso anti empresarial me asusta y su creencia de que la solución está en más gobierno me parece equivocada. En una era electoral donde uno y otro candidato evita decir lo que realmente piensa y repiten como loros las frases clave que provienen de horas de sesiones en focus groups con consultores profesionales, uno tiene que leer entre líneas y juzgar a partir de evidencia empírica. Me gusta más la de Romney como gobernador de Massachusetts, que los primeros cuatro años de Obama.

Por ello, a veces creo que simplemente hay que taparse la nariz y votar con sentido práctico. Más aún, creo que el gran riesgo de una fallida segunda presidencia de Obama sería que el electorado estaría inclinado a votar por cualquier republicano en 2016, y ahí se correría el enorme riesgo de que la base dura de ese partido impusiera a alguien mucho más conservador, partiendo de que el problema de Romney era ser demasiado “de centro”. Ahí sí, una presidencia de un Rick Santorum me parecería aterradora. Esta vez, creo que sería importante demostrar que un republicano moderado puede ser electo.

 

 

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Es columnista en el periódico Reforma.


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