Foto: Chris Ratcliffe/Bloomberg

El destino nos alcanzó I

Estamos a semanas de que se defina el curso que tomará la crisis europea y se perfilan tres escenario, ninguno es muy alentador.
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Es posible que estemos a semanas de que se defina el curso que tomará la crisis europea. Cada vez parece más claro que las alternativas son tres. La primera es mantener la eurozona tal y como está hoy, la segunda es expulsar inmediatamente a Grecia de la zona euro, y la tercera es hacer una amputación mayor que incluya a todos los países que ya recibieron rescates: Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre y España.

Dada la injustificable demora para adoptar soluciones de fondo, la situación se ha seguido deteriorando. Por ello, a estas alturas, cualquiera de las soluciones requiere de dos elementos para ser viable: una mutualización de la deuda emitida por países de la eurozona y una unión bancaria.

El primer elemento se refiere a la necesidad de que los países centrales (Alemania, Francia, Austria, Holanda, Finlandia) avalen la deuda emitida por los de la periferia (Italia, España, Portugal, Grecia, Irlanda, Chipre). Esto requiere cambios sustanciales en el marco legal original de Maastricht -que prohibía que un estado asumiera contingencias originadas por otro- y en la constitución alemana. Ambos procesos son todo menos automáticos. Los primeros significan incontables horas de discusión y análisis para reescribir las reglas (¿Se imagina poner de acuerdo a abogados que asesoren a los 17 países de la eurozona? Duele la cabeza de solo imaginarlo); la segunda implicaría no solo que el Bundestag (el legislativo alemán) vote a favor, sino que posiblemente la Suprema Corte exija un referéndum nacional.

El objetivo de la mutualización sería que, dado un aval alemán, el costo de financiamiento de los países de la periferia se reduciría sustancialmente, haciendo que sea sostenible pagar el financiamiento de la enorme deuda. Aunque, eso también implicaría que aumente el privilegiado costo que paga Alemania (un bono alemán a 10 años paga alrededor de 1.15%, mientras que un bono similar italiano o español paga más de 7%). De hecho, las calificadoras de riesgo crediticio ya le advirtieron a los teutones que tomar contingencias de terceros provocará la pérdida de su calificación triple A. La revista The Economist estima que la convergencia le costaría a Alemania alrededor de 15 mil millones de euros al año, al tener que pagar más por su deuda.

La unión bancaria buscaría que desaparezca de una vez por todas el fantasma de una posible corrida contra los bancos europeos. El nerviosismo proviene de dos riesgos, primero de la posibilidad de que bancos en la periferia quiebren, conforme individuos y empresas dejan de pagar sus adeudos, como consecuencia de una recesión que se agudiza; segundo, de que si Grecia deja la eurozona, eso fuerce a una especie de “corralito”, en el que depósitos en bancos griegos sean convertidos arbitrariamente de euros a dracmas. Ante ese riesgo, muchos ahorradores optan por sacar esos euros y guardarlos bajo el colchón o depositarlos en bancos alemanes.

Hace un par de años escribí que el principal problema que enfrentaría Europa era el político, en la medida en que se le impusiera austeridad a países de la periferia ya azotados por desempleo, reducciones en el gasto público (más aún en países con grandes estados benefactores), contracción de sus economías y caídas nominales de salarios. Igualmente, los electores en los países centrales empezarían a protestar al ver que sus propias economías empiezan a mostrar los efectos de sucesivas recesiones y rechazarían las demandas de seguir aportando recursos para rescatar a países periféricos que, desde su perspectiva, son caóticos y haraganes. Ambos escenarios se han dado, y como era lógico esperar, se han traducido en caídas de gobiernos y ascensos de nuevos dirigentes que son una opción muy diferente, como en el caso de Hollande en Francia (con el mayor apoyo que haya tenido cualquier gobierno en la Quinta República); o demasiado parecida, como la coalición griega compuesta por los mismos partidos que provocaron la debacle y que por lo mismo tiene un mandato muy frágil.

El malestar de los electores en los países centrales se empieza a acentuar debido a que la eurozona vive su segunda recesión en tres años. Alarma que el tercer país que más contracción mostró en el segundo trimestre -después de Grecia y Portugal- fue Finlandia, cuya economía se contrajo 1% (relativo al primer trimestre) como consecuencia de la critica situación en la industria del papel y de los problemas de Nokia. Alemania creció 0.3% (un poco más de lo que se esperaba, porque la caída del euro ayudó a sus exportaciones hacia Estados Unidos), pero el deterioro en el ambiente económico que presagia una situación más recesiva es claro. Holanda, otro país “central”, creció 0.2% y Francia estuvo flat, subrayando que cada vez están más cerca de cruzar esa frontera que separa a los países que son parte de la solución de aquellos que son parte del problema.

Y es precisamente la condición de los países centrales lo que reduce el margen de acción europeo. En su número de agosto 11-17, la revista The Economist expresó una opinión que me sorprendió, viniendo de la publicación más respetada en materia económica del mundo: la única alternativa que garantiza la supervivencia del euro es la amputación masiva de los cinco países que ya recibieron rescates. Eso, de hecho, hace sentido. La revista estima que esta costaría €1.15 billones de euros (millones de millones), de los cuales estiman que Alemania pagaría €500 mil millones, 20% de su PIB. A juicio de la revista, las economías de España, Grecia, Portugal, Irlanda y Chipre no van a lograr recuperar competitividad internacional sin una devaluación. Estoy de acuerdo. No solo están persiguiendo una meta que se les sigue moviendo -conforme tratan de mejorar su situación fiscal, la recaudación se contrae como consecuencia de que la propia economía se está haciendo más chica-, sino que además es obvio que muchos grupos afectados se defienden como gato boca arriba para evitar que se les quiten recursos (en estados que llevan décadas afectados por estructuras clientelares).

Los países en esa lista tienen algo en común. En todos los casos la diferencia entre sus activos externos y su deuda externa excede 80% del PIB. Italia se salva de la lista primero porque esa diferencia es solo 21% (pues, a pesar de su alto endeudamiento, una parte importante de este se financia localmente con los grandes fondos de pensiones italianos), y segundo porque sería inconcebible una eurozona sin Italia y sin Francia.

Claramente, algo que invita a contemplar tan radical solución es lo cerca que se encuentra Francia de volverse un problema. De hacerlo, quizá sea el catalizador para el colapso y desaparición del euro. En cierta forma, la amputación masiva permitiría una eurozona más compacta, más homogénea y con suficientes recursos para blindar a Italia, Francia y Bélgica, otro país con problemas en potencia. La opción es pagar un costo que todavía se puede cuantificar versus asumir el riesgo de que el costo de preservar la integridad del euro exceda a los recursos de los países del centro y a la voluntad de sus habitantes de desembolsarlos.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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