50 años de Small is beautiful

Frente a una cultura del progreso fascinada por el gigantismo, el libro de Ernst Friedrich Schumacher resultó contracultural: propuso un progreso accesible a todos.
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En 1973, se publicó un elogio de lo pequeño que se vendió en grande (más de un millón de ejemplares) y sigue vendiéndose: Small is beautiful (traducido al español como Lo pequeño es hermoso), de Ernst Friedrich Schumacher, un economista con sentido común y profunda originalidad.

Frente a una cultura del progreso fascinada por el gigantismo, el libro resultó contracultural: propuso un progreso accesible a todos.

Fue en los tiempos que estrenaron el concepto de contracultura, propuesto por Theodore Roszak (1969). Los tiempos libertarios en que la cantante negra Della Reese lanzó su elepé Black is beautiful (1970). Tiempos que inspiraron al editor del libro un título perfecto. No The homecomers, que le había puesto Schumacher, sino Small is beautiful.

Schumacher (1911-1977) era todo lo contrario de un jipi. Fue hijo de un economista alemán que lo envió a estudiar a Inglaterra, donde el joven economista llamó la atención de Keynes. Hasta lo invitó a su seminario en Cambridge.

Fueron también los tiempos de surgimiento del nazismo. No quiso volver a Alemania, donde fue mal visto por eso. Y, cuando estalló la guerra, también fue mal visto por los ingleses, que lo metieron a un campo de concentración por ser alemán.

Nunca había trabajado físicamente, y los 18 meses de peón agrícola, que fueron duros para él, fueron también reveladores de un mundo que desconocía: las herramientas.

Después de la guerra, su buena reputación siguió creciendo. Era brillante en la conversación y en los artículos que publicaba, muy solicitados. Leía de todo: Keynes, Marx, Gandhi, budismo, Ortega y Gasset, Teilhard de Chardin. Le ofrecían puestos desproporcionados para su edad.

Así acabó como principal economista del National Coal Board británico, donde estuvo de 1950 a 1970. Viajó mucho en misiones de ayuda a países subdesarrollados; ayuda que se entendía como financiar la transferencia de tecnología avanzada. Pero no perdió el sentido de la realidad. Sobre Birmania, escribe a su mujer:

Esta gente es encantadora. Vive con alegría. “Uno realmente quisiera ayudar, si supiera cómo”. Algunos de la misión dicen, con razón: “¿Cómo podemos ayudarles, si son más felices y buenas personas que nosotros?” (Barbara Wood, Alias Papa. A life of Fritz Schumacher, p. 244).

También descubrió que la tecnología que llevaban era inapropiada para las circunstancias. No necesitaban tractores ni cosechadoras para producir en grande, sino implementos agrícolas mejorados para producir más, en pequeño.

Empezó por compilar y publicar Tools for progress, una guía de herramientas que ya existían, útiles para aumentar la productividad. Tuvo una gran demanda, y eso lo animó a fundar en 1966 un pequeño grupo de ingenieros para desarrollar lo que no existía: el Intermediate Technology Development Group, cuyos servicios también tuvieron demanda. Con esas experiencias, escribió Small is beautiful, siete años después.

Fue un libro decisivo para buscar otras vías de progreso. Estimuló ideas afines: desarrollo desde abajo, microempresas, desarrollo sustentable, renovación de técnicas autóctonas, diseño para situaciones de pobreza, autoempleo, agricultura orgánica, etcétera.

Ahora, cuando se busca appropriate technology, se encuentran páginas de la Wikipedia en 20 idiomas, medio centenar de libros en Amazon, tutoriales y videos de YouTube, cientos de miles de referencias en Google. Hay centros de impulso a estas soluciones (con énfasis distintos) en muchos países.

Y material suficiente para que en las carreras de ingeniería, diseño, economía y administración se incluya un semestre de tecnología apropiada.

Muchos medios de producción baratos se pueden rediseñar o inventar para producir más y mejor en pequeña escala: estufas, hornos, bicicletas de carga; bicicletas estacionarias para mover bombas de agua, molinos de granos o de nixtamal; máquinas de coser de pedales, tejedoras; equipo para hacer adobes o tabicones, trabajos de carpintería o albañilería; lavadoras de ropa o refrigeradores sin motor, herramientas de mano, material eléctrico.

El gigantismo no es la única vía de progreso. Afortunadamente, en la tradición mexicana hay millones que sueñan en la independencia, como atestigua el dicho: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. Lo pequeño es hermoso. ~


Publicado en Reforma el 26/XI/23.

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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