Karl Marx está de vuelta en Occidente. Después de un tour du monde en el que pasó de ser un filósofo alemán emigrado a la cabeza pensante de la socialdemocracia, para luego convertirse en un pensador revolucionario global, su influencia vuelve en algunas partes del mundo que estudió y donde vivió. La actual crisis del capitalismo, provocada al principio por las estafas del sector financiero (algo que no habría sorprendido a Marx) y luego exacerbada por el aumento de la desigualdad, la pandemia y una crisis climática que parece irresoluble, ha hecho que las lecturas de Marx resulten más relevantes de lo que lo fueron para generaciones pasadas, y sus ideas resultan más atractivas para los jóvenes.
¿Pero se parece en algo el capitalismo de Marx al de hoy? ¿Sus ideas pueden ser relevantes ahora, más de un siglo después de que fueran formuladas y en un periodo durante el cual la renta per cápita se multiplicó por siete, y en el caso de Estados Unidos por ocho?
Las principales diferencias entre el mundo capitalista clásico del siglo XIX y el de hoy no están solo en el hecho de que los salarios son más altos (a Marx no le habría sorprendido mucho ya que dijo que los salarios reflejan las condiciones “histórico-morales” de cada país) o de que el Estado de bienestar es mucho más amplio. Las principales diferencias están en la naturaleza de la clase dirigente, y en el efecto en las clases medias en los países líderes globales.
La cima de la distribución de la renta en las economías avanzadas está formada por personas que tienen altos ingresos de su trabajo pero también del capital. Esto no ocurría en el pasado. Los rentistas y capitalistas eran la clase dominante en el capitalismo clásico, y raramente tenían ingresos que no fueran de sus propiedades. Algunos habrían considerado algo impensable o incluso insultante tener que complementar sus ingresos con salarios.
Esto ha cambiado. Actualmente, del 10% más rico de los estadounidenses, un tercio de ellos está entre los más ricos por ingresos del capital y los más ricos en ingresos del trabajo. Hace menos de cincuenta años, ese porcentaje era inferior a uno de cada cinco; antes, probablemente menor (Berman y Milanovic). Esto transforma el conflicto de clase. Ya no hay solo dos grupos, claramente diferenciados por sus niveles de ingresos y el origen de esos ingresos, sea a través del trabajo o de la propiedad. Además en vez de publicarse libros sobre la clase ociosa (Thorstein Veblen, Nikolái Bujarin) y la élite avariciosa (“enriquecerse era una actividad pasiva para los acaudalados”, escribió Stefan Zweig sobre los ricos europeos de antes de la Primera Guerra Mundial), hoy tenemos unas clases altas a las que se les puede reprochar que trabajan demasiado: “los estajanovistas de hoy son el 1% más rico”, como dice Daniel Markovits en The meritocracy trap.
Estos ricos trabajadores, que heredan su capital original o lo construyen a través de ahorros a lo largo de sus vidas laborales, que se casan entre ellos y que juegan un papel cada vez más importante en la política a través de donaciones, son una nueva élite. Desean transmitir sus privilegios a sus hijos pagándoles la mejor educación. Su éxito se puede comprobar con numerosos estudios que demuestran la reducción de la movilidad de la renta intergeneracional. Por eso tanto el origen de la riqueza de la élite como su comportamiento son diferentes a la clase capitalista que conocía Marx.
La segunda gran diferencia es internacional y tiene que ver con la globalización. A finales del siglo XIX, los salarios reales en Reino Unido estaban aumentando. La explicación de Marx era que este crecimiento estaba causado por la globalización del gran hegemón británico, el periodo de la Pax Britannica. A la élite británica no le importaba compartir con las clases bajas las migas de su expolio imperial, y usó el aumento de los estándares de vida como una herramienta para exigir complacencia o directamente una aceptación implícita del orden existente.
¿No pensaría Marx que la élite estadounidense, que desempeña un papel similar hoy al de la élite británica de entonces, defenderá políticas similares? Le habría sorprendido lo contrario. La élite estadounidense, sin embargo, ha permanecido indiferente mientras su clase media se reducía por culpa de la globalización, y sus salarios se estancaban. Al contrario que la élite británica, la estadounidense probablemente no pensaba que su poder político pudiera ser cuestionado desde abajo. Es imposible saber si pensaba esto porque creía que podría manipular el proceso político o porque pensaba que los perdedores de la globalización no serían capaces de organizarse. Estos elementos, y probablemente muchos más, desempeñaron un papel. El despertar vino de la mano de las protestas llamadas populistas en Francia, España, Reino Unido, Alemania y también Estados Unidos, donde Trump consiguió construir, quizá por accidente, una coalición de descontentos. Hizo falta un esfuerzo especial de las élites y una pandemia global para recuperar el control.
Estos dos desarrollos muestran cómo ha evolucionado el capitalismo de hoy en las economías más avanzadas. Son desarrollos ambiguos desde una perspectiva política o filosófica. Romper la distancia de clase explícita y tener una clase alta que no privilegia a sus compatriotas podrían verse como avances. Pero una clase alta cuya posición no se ve afectada por los movimientos en el mercado de trabajo (porque puede refugiarse en sus activos de capital) ni en la bolsa (porque tiene aptitudes y ingresos altos del trabajo) y que está comprometida con transmitir sus privilegios a través de las generaciones quizá no sea algo tan positivo.
Publicado originalmente en el blog del autor.
Traducción de Ricardo Dudda.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).