Mazel Tov es el término hebreo que se ha incorporado al inglés para desear buena fortuna, usualmente en un evento especial como, por ejemplo, un nacimiento. Y dado que estamos presenciando la feliz aparición de la burbuja en los mercados emergentes, es más que apropiado expresar nuestros buenos deseos.
Hoy se acepta como un hecho el que la burbuja en el mercado inmobiliario –que creció vigorosamente entre 2001 y 2005– fue ocasionada por la baja en las tasas de interés provocada por la Reserva Federal de Alan Greenspan; baja que se implementó como medida para combatir los efectos del estallido de otra burbuja –la de internet– en 2000. El abaratamiento del crédito provocó también que las familias estadounidenses recurrieran alegremente a endeudarse mediante muchos mecanismos –segundas hipotecas sobre sus casas, tarjetas de crédito, etcétera–, sabiendo que el valor de su principal activo –su casa– aumentaba todos los días. Hoy estamos en la resaca después de los excesos en esa fiesta, y la Reserva Federal, nuevamente, da patadas de ahogado inyectándole cantidades descomunales de liquidez a esta aletargada economía para ver si así, a billetazos, logran despertarla. En mi opinión, los billetes solo abanicarán un plácido sueño del cual la economía despertará en algunos años. Recemos porque sea un despertar sin sobresaltos.
En forma inquietante, los medios de información parecen empeñados en tratar esta crisis como si fuese una simple sucesión de incómodos y desafortunados eventos, marginalmente relacionados entre sí. Se empeñan en acelerar ficticiamente el lento ritmo de los ciclos económicos buscando que estos se ajusten a los de las cadenas noticiosas. Por ello, el estallido de la burbuja de internet del año 2000 ya solo se recuerda en los libros de historia. Mencionar términos como “activos tóxicos” o “deuda subprime” resulta francamente passé, aun cuando estuvieron incuestionablemente en boga hace apenas dos años.
En forma inquietante, los medios de información parecen empeñados en tratar esta crisis como si fuese una simple sucesión de incómodos y desafortunados eventos, marginalmente relacionados entre sí. Se empeñan en acelerar ficticiamente el lento ritmo de los ciclos económicos buscando que estos se ajusten a los de las cadenas noticiosas. Por ello, el estallido de la burbuja de internet del año 2000 ya solo se recuerda en los libros de historia. Mencionar términos como “activos tóxicos” o “deuda subprime” resulta francamente passé, aun cuando estuvieron incuestionablemente en boga hace apenas dos años.
Hay infinidad de razones para confirmar que estamos tan solo al principio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Como entonces, la progresión de esta crisis es paulatina y tiene el potencial de afectarlo todo. Como en aquel momento, ahora también se privilegia la solución de corto plazo pues se piensa que la solución de fondo es políticamente imposible; se insiste en curar los síntomas, más no el origen de la enfermedad; como entonces, cada país busca el remedio mágico que cure sus males, aun cuando su cura se acabe volviendo el padecimiento del vecino. Cada país se cree capaz de engañar al resto, para así evitar pagar el costo de la convalecencia. Pero en el siglo XXI esa posibilidad es delirante.
En Estados Unidos estamos presenciando una recuperación económica raquítica, a diferencia de otras que han sucedido a una recesión tan severa como la que oficialmente terminó en junio de 2009. En 1975 y en los tres años posteriores a la recesión en la era de Carter, la economía creció 6.2% y 4.5%, respectivamente; en la era de Reagan, el rebote fue de 7.7% y 5.8%, después de la recesión de 1983. Esta vez, la economía creció 3.3% en el primer año y, si todo sale muy bien, estará entre 2% y 2.5% en los siguientes tres. Podría escribir largamente sobre por qué esta vez la recuperación ha sido tan endeble; pero, para resumir, digamos que las razones son profundamente estructurales: reflejan vicios que llevan décadas acumulándose. Seguimos sin darnos cuenta de que el mundo cambió, y por ello aplicamos recetas de cocina que funcionaban muy bien en el comal, pero que se nos echan a perder en el horno de microondas.
El desempleo se mantiene cerca del 10%; las familias siguen moderando su consumo para reducir su excesivo endeudamiento; la amenaza deflacionaria sigue al asecho; las empresas siguen sentadas en un par de billones (millones de millones) de dólares en efectivo, y los bancos siguen empeñados en no prestar –también acumulando alrededor de 1.8 billones de recursos líquidos que mantienen a salvo, depositados en la Reserva Federal. Los pronósticos de crecimiento para el año próximo se siguen revisando a la baja, y parece que la economía estadounidense podría crecer, en mi opinión, entre 1% y 1.5% en 2011. En medio de tan lúgubre entorno, el retorno del mercado accionario estadounidense ha sido de casi 8% desde principio de año. ¿Cómo es esto posible?
El desempleo se mantiene cerca del 10%; las familias siguen moderando su consumo para reducir su excesivo endeudamiento; la amenaza deflacionaria sigue al asecho; las empresas siguen sentadas en un par de billones (millones de millones) de dólares en efectivo, y los bancos siguen empeñados en no prestar –también acumulando alrededor de 1.8 billones de recursos líquidos que mantienen a salvo, depositados en la Reserva Federal. Los pronósticos de crecimiento para el año próximo se siguen revisando a la baja, y parece que la economía estadounidense podría crecer, en mi opinión, entre 1% y 1.5% en 2011. En medio de tan lúgubre entorno, el retorno del mercado accionario estadounidense ha sido de casi 8% desde principio de año. ¿Cómo es esto posible?
Pero esto no explica toda la historia. Sigue siendo sorprendente la resiliencia de las empresas estadounidenses, capaces de sobreponerse a entornos francamente adversos y complejos. Los reportes de utilidades de las compañías cotizadas en bolsa siguen superando expectativas, a pesar de que las ventas totales e ingresos brutos han decepcionado. Las empresas siguen bajando gastos, recortando empleados e incrementando su eficiencia. A la larga, si las reducciones en áreas de investigación y desarrollo continúan, bajará el potencial de crecimiento de la economía estadounidense. Por otro lado, sin embargo, la combinación del alto desempleo con la relativa prosperidad en las empresas grandes quizá responda a motivos mucho más profundos.
Como dice Fareed Zakaria –editor de la revista Time y titular de GPS, programa semanal transmitido por CNN– a 16 meses del fin oficial de la recesión la economía sigue mostrando el segundo porcentaje de desempleo más alto desde la posguerra. Esto quizá se debe a que estamos presenciando el efecto de la revolución tecnológica que hacia fines de los noventa se empezó a traducir en eficiencia para las empresas. Jack Welch, ex CEO de General Electric, dijo que una empresa en la que hoy invierte tenía 26 mil empleados en 2007 y generaba 12 mil millones de dólares de ingresos. En 2013, regresarán al mismo nivel de ingresos, pero solo tendrán 14 mil trabajadores. Esto ocurrirá debido a la incorporación de tecnología de información en procesos productivos.
Sin embargo, dado que el consumo no se recuperará en Estados Unidos, es perfectamente razonable que las empresas resistan la presión de invertir en expandir capacidad que no necesitan o de contratar trabajadores que no requieren. Como dijera John Snow, ex secretario del tesoro y CEO de Alcoa, la única razón legítima para invertir es si hay demanda no satisfecha por los productos o servicios que genera una empresa. Claramente, ese no es el caso. Por eso, vimos a principios de año cifras récord de recompra de acciones con recursos de la tesorería de las empresas. Por ello, también, seguiremos viendo pagos razonables de dividendos provenientes de empresas que generan flujos de efectivo estables en este entorno. Pero la inversión no aumentará en forma significativa, no importa cuánto baje la tasa de interés. Y esa es una posición razonable y responsable, por parte de las empresas estadounidenses.
(El economista Fareed Zakaria, editor de Time y titular de GPS en CNN.Imagen)
Es columnista en el periódico Reforma.