Tuve la oportunidad de hablar con gente del partido demócrata la semana pasada, el ex presidente Bill Clinton el más relevante de ellos. Lo que me alarma es, por una parte, el resentimiento de los demócratas más radicales, quienes sienten que en la administración de Clinton se desperdiciaron los primeros dos años en el poder. Desaprovecharon un momento de alta popularidad y control de ambas cámaras, y trataron de pasar reformas demasiado tarde, ya con los republicanos en control tanto del congreso como del senado, después de la elección de 1994. Esta vez no quieren correr riesgos, quieren pasarlo todo y crear un cambio drástico, pues confían en que es por esto por lo que la gente votó en la última elección. Como dicen, Obama no está haciendo nada distinto de lo que prometió durante su campaña.
Por otro lado, Clinton se manifiesta en contra del surgimiento de actitudes proteccionistas en el seno del partido demócrata, como la de Patrick Leahy (senador por el estado de Vermont), uno de los más radicales opositores al tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Colombia. Clinton está también en contra de las posturas anti-inmigrantes, como la prohibición de que los bancos que han recibido recursos del programa de alivio a activos en problemas (TARP) contraten a empleados extranjeros (quienes trabajan con una visa H-1), y afirma que si Estados Unidos no logra reducir el gasto en provisión de salud de 20% a 12% del PIB, este será el final del dominio económico estadounidense.
Mi comentario a la gente del partido sería que, si bien Obama está cumpliendo con su plataforma electoral, ésta fue diseñada hace un par de años, mucho antes de que fuera obvio el incendio. En mi opinión, ver las llamas debería ser una clara invitación para cambiar las prioridades. Estoy de acuerdo con las observaciones de Clinton, pero claramente su partido tomó la dirección opuesta.
Obama necesitará, tarde o temprano, del apoyo republicano. De forma curiosa, lo necesita para ratificar a su equipo. Si usted abre la página de Internet de la Secretaría del Tesoro, en la sección de funcionarios aparece uno solo: Timothy Geithner. La falta de un equipo alrededor de éste se explica por dos razones. Primero, porque Obama ha privilegiado a un grupo de súper secretarios [1] alrededor de él en la Casa Blanca, debilitando al gabinete. Segundo, porque ante la radicalización de posturas políticas en el senado y los escándalos alrededor de Daschle y del mismo Geithner, tiene que proponer solamente candidatos con un pasado inmaculado (y, como podemos sospechar, no hay muchos que merezcan el calificativo). Esto hace que muchos posibles candidatos hayan rescindido su candidatura (en esta secretaría: Annette Nazareth, Rodgin Cohen, George Cohen; además del mismo Daschle, Sanjay Gupta, Charles Freeman y otros para puestos clave en otras áreas).
Cabe señalar también que hay enormes dudas sobre la capacidad de Geithner, quien ha sido apodado “Tiny Tim”, haciendo referencia al personaje ficticio del “Cuento de Navidad”, de Charles Dickens; situación poco oportuna en medio de la mayor crisis financiera en ochenta años.
Entonces, ante un desafío tan importante, la gente alrededor de Obama no tiene equipo. Los organizadores de la gran cumbre del G20 en Londres, a celebrarse el dos de abril, se quejan de no tener con quien hablar en la Secretaría del Tesoro, para coordinar su participación.
La ausencia de equipo está provocando una situación mucho más delicada. Obama parece estar dejando que sea el mismo legislativo demócrata quien diseñe políticas cruciales, como el paquete de estímulo, que quedó infestado de gastos superfluos impulsados por los legisladores: siete mil millones de dólares para remozar los edificios del gobierno federal, seiscientos millones para nuevos automóviles del gobierno federal (sumados a los tres mil millones que eran ya parte del presupuesto), y la partida de 54 mil millones de dólares que la propia oficina para el manejo del presupuesto gubernamental (Office of Management and Budget) había clasificado como “ineficiente” y rechazado en auditorías previas.
A pesar de la mala experiencia, parece que será el mismo legislativo quien tome la iniciativa para el diseño del programa para proveer salud universal. ¿Qué tan factible cree usted que sea que el legislativo alcance el nivel de eficiencia presupuestal que tan terminantemente subrayó Bill Clinton?
Puede resultar arriesgadísima la apuesta para –simultáneamente– apagar el incendio y regar el jardín, pues la política complicará una situación que es, por sí misma, delicada.
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[1] Por ejemplo, Larry Summers para temas económicos y el general James Jones para temas de seguridad nacional. Tom Daschle hubiera sido uno más, pero fue víctima del proceso de ratificación.
Es columnista en el periódico Reforma.