Tres vías para superar el capitalismo

El capitalismo global no está en crisis, pero en Occidente el debate sobre cómo superarlo está más vivo que nunca.
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Después de la crisis de 2007-2008, el capitalismo entró en una crisis ideológica en algunas partes de la opinión pública. (He escrito en algún sitio por qué creo que esto no es una crisis general del capitalismo sino una respuesta al declive de poder político y económico occidental). Sin embargo, el debate sobre la durabilidad o la no permanencia del capitalismo ha entrado de nuevo en el debate público, al contrario de lo que ocurrió tras la caída del comunismo. En muchos aspectos, en Occidente la situación está volviendo a los años setenta o antes, cuando se debatían con pasión alternativas socioeconómicas al capitalismo. Esto es algo que desapareció en las siguientes décadas, gracias al dominio del neoliberalismo en la economía, el colapso del socialismo soviético y la imposición de una pensée unique.

Ahora las cosas están cambiando y es comprensible que mucha gente proponga nuevas ideas sobre cómo hay que superar el capitalismo, es decir, sustituirlo por un sistema socioeconómico diferente. Quiero señalar aquí tres maneras en las que se ha planteado ese debate recientemente.

En un artículo académico reciente titulado “What is socialism today: Conceptions of a cooperative economy” (“Qué es el socialismo hoy: concepciones de una economía cooperativa”), John Roemer plantea tres pilares esenciales para todos los sistemas económicos: un ethos de comportamiento económico, una ética de justicia distributiva y una serie de relaciones de propiedad. En el capitalismo los tres pilares son 1) un ethos individualista, 2) laissez-faire (sin redistribución) y 3) medios de producción en manos privadas y beneficios para los capitalistas. Hasta ahora, afirma Roemer, todos los intentos de superar el capitalismo se centraron en el elemento 3, sustituir el capital en manos privadas con un capital estatal o colectivizado. Todos fracasaron.

Pero nuestro énfasis debería estar, según Roemer, en desarrollar un ethos solidario. Roemer usa terminología de la teoría de juegos y contrasta el ethos nashiano, en el que cada individuo busca maximizar su ganancia (algo que en algunos casos, como en el dilema del prisionero, conduce a resultados perversos), con el ethos kantiano, en el que nos comportamos de la manera en la que deseamos que el resto de la gente se comporte. Es un tipo de regla dorada (compórtate con los demás como desearías que se comportaran contigo) o, por usar un lenguaje económico más estrecho, un intento de internalizar (justificar) el comportamiento del resto de individuos.

En una conferencia reciente en CUNY en Nueva York, Roemer puso el ejemplo de la “tragedia de los comunes” para explicar la posición de Nash (individuos motivados simplemente por el beneficio): los individuos maximizan su propia pesca con el resultado de que al final no quedan más peces. La contrapone al comportamiento solidario kantiano en el que uno debe pensar que si aumenta su pesca todo el mundo hará lo mismo. El individuo, por lo tanto, “internalizará” el comportamiento de los otros y supuestamente evitará la tragedia de los comunes.

Roemer sostiene que, a medida que las sociedades se vuelven más ricas y a medida que aumenta un compromiso consciente, el porcentaje de kantianos aumentará en comparación con los nashianos y gradualmente nos moveremos hacia sociedades más solidarias y cooperativas. Roemer usa un buen ejemplo para explicar su tesis: la atención creciente que se le da al medio ambiente y los individuos que hacen un esfuerzo extra para ajustar su propio consumo o discriminar distintos tipos de basura, a pesar de que ninguna de esas actitudes son monitorizadas y desertar no tiene costes. Sin embargo muchos lo hacen esperando que el resto de los individuos también lo haga.

Una manera diferente de “trascender el capitalismo” la propuso recientemente Piketty en su nuevo libro Capital e ideología. En la última parte de la obra, después de analizar en 800 páginas cómo se han justificado ideológicamente diversas relaciones jerárquicas y de propiedad que hoy nos parecerían aberrantes, Piketty sostiene que hay que acabar con la ideología del fetichismo de la propiedad privada. Siguiendo la terminología de Roemer, Piketty vuelve claramente al punto número 2, pero al contrario que los marxistas y los soviéticos, no exige una eliminación profunda y dogmática de toda la propiedad privada sino que plantea formas en las que el poder económico de los propietarios puede ser limitado.

Despliega una propuesta radical y sin embargo realista para alcanzar ese objetivo, en la que todas las empresas, cuando alcancen un determinado tamaño, tendrán que ceder participaciones a los trabajadores, que tendrán un 50% de las acciones de la empresa, y ningún socio capitalista (independientemente de la cantidad de capital que haya invertido en la compañía) podrá tener más de una décima parte. (Así incluso el mayor propietario tendrá un límite de capacidad de voto del 5%). Piketty permitiría a las pequeñas empresas seguir con el modelo de capitalistas ostentando todo el poder y contratando el trabajo, pero cuando alcancen determinado umbral, la participación de los trabajadores entraría en vigor. Este sistema a dos niveles en el nivel de producción se combinaría con el sistema de la llamada “propiedad temporal”, que consiste en una severa imposición a la riqueza privada e impuestos de sucesiones progresivos.

El objetivo de los dos sistemas (en producción y fiscalidad) es alterar fundamentalmente las relaciones de producción en favor del trabajo y limitar la acumulación de riqueza privada. Esto último no solo cambiará los niveles de desigualdad que existen hoy sino que restringirá estructuralmente la habilidad de los ricos para controlar el proceso político y transmitir su riqueza a través de las generaciones. Por lo tanto, cambiará sustancialmente la movilidad intergeneracional. Pero, más importante aún, cambiará las relaciones jerárquicas dentro de las empresas entre propietarios y trabajadores.

(Esta idea de Piketty se ha criticado –aquí, por ejemplo– por no ser marxista en el sentido de que no va más allá de la lógica del capital o de la socialdemocracia, no deja de lado las relaciones de poder derivadas de la propiedad. También se critica que su idea de cambio social es idealista, no materialista.)

Una tercera vía para alcanzar cambio en el capitalismo moderno es relativamente diferente y la menciono brevemente al final de Capitalismo, nada más. Es materialista y está enraizada en la relación “objetiva” entre dos factores de producción (trabajo y capital), o más exactamente en sus relativas “escaseces”. Se basa en el tripartito estándar que establecen Marx y Weber para definir el capitalismo: a) la producción se lleva a cabo usando medios de producción privados, b) el trabajo es legalmente libre, pero es contratado por el capitalista (es decir, la función emprendedora la ejercitan los propietarios) y c) la coordinación de la toma de decisiones está descentralizada.

Ahora bien, como digo en Capitalismo, nada más, la apoteosis actual del capitalismo se debe en buena medida a la debilidad creciente del poder del trabajo como consecuencia del aumento de la fuerza laboral global, que trabaja bajo condiciones capitalistas tras la transición al capitalismo de los países del bloque soviético, China, Vietnam y la India. Además, el capitalismo digital ha permitido la comercialización (commodification) de muchas actividades que no habían sido comercializadas antes, lo que ha abierto nuevas maneras de entrar en nuestra vida privada. El dominio del capitalismo se ha extendido tanto geográficamente (hasta alcanzar todo el globo) como internamente, al desplazarse a la esfera privada e individual.

Pero si las relaciones subyacentes de escasez relativa entre el trabajo y el capital cambian en este siglo o el próximo, si la población alcanza su pico y se mantiene ahí (como todas las proyecciones indican) y si la participación del capital sigue aumentando, quizá nos enfrentemos a una relación completamente diferente entre el capital y el trabajo, básicamente la opuesta a la que existe en el mundo desde los años noventa. La abundancia relativa de capital quizá permita a los individuos convertirse en emprendedores simplemente pidiendo prestado el capital y no dejando que los proveedores de financiación tengan un rol decisivo en la gestión. Es lo que observamos actualmente en el mundo de las start-ups.

Quizá no parezca importante, pero lo es: la capacidad de acción que tienen exclusivamente los capitalistas podría transferirse a los “trabajadores”. El componente b) de la definición estándar de Marx-Weber sobre el capitalismo –la existencia de trabajo asalariado– desaparecería. El sistema seguiría manteniendo la propiedad privada de los medios de producción y una coordinación descentralizada: sería una economía de mercado, pero no sería una economía de mercado capitalista.

Esta “superación” del capitalismo sería diferente a las otras dos. Al contrario que en la idea de Roemer, no dependería de un cambio en nuestro ethos, y al contrario que en la idea de Piketty, no dependería de un cambio constructivista en las reglas sino que surgiría de manera “orgánica” a partir de una relación cambiante entre los dos factores de producción. Al ser “orgánico”, el cambio será más sólido y duradero.

Traducción de Ricardo Dudda

Publicado originalmente en el blog del autor

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, Mayo de 2024).


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