Todo tiene que ver con la energía

La transición energética avanza, pero a un ritmo más lento de lo necesario. Agilizar el camino a la neutralidad de carbono exige innovación tecnológica y un compromiso global.
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La semana pasada participé en la Cumbre Anual de Concordia 2025 en Nueva York. En apenas quince años, Concordia se ha consolidado como uno de los foros globales donde confluyen presidentes, directores generales, filántropos, académicos y líderes sociales para dialogar sobre los grandes desafíos de nuestro tiempo.

La ciudad, vibrante y simbólica durante la Asamblea General de la ONU, fue un escenario idóneo para debates que cruzaron la transformación digital, la seguridad global, la gobernanza democrática, la sostenibilidad y la migración. Pero hubo un tema que se impuso sobre todos los demás: la energía como nervio vital de la economía y como corazón de la geopolítica contemporánea.

El subsecretario de Estado de E.U., Christopher Landau, subrayó que la energía ya no es un asunto meramente técnico o ambiental: es un imperativo estratégico. Defendió la innovación, la inversión y las alianzas internacionales como motores de un futuro energético seguro, asequible y sostenible. Recordó que, para Washington, la política energética es sinónimo de seguridad nacional, competitividad económica y preparación militar.

De regreso a México, mientras repasaba estas conversaciones, leí un informe del Financial Times Energy Source Forum titulado “Rethinking the energy transition: Bottlenecks, levers and credible pathways to 2030–2050”. El diagnóstico es contundente: la transición energética avanza, pero a un ritmo insuficiente frente a las exigencias climáticas, tecnológicas y sociales del mundo actual.

Un contexto de urgencias cruzadas

A casi una década del Acuerdo de París, los compromisos de limitar el calentamiento global a 1.5°C parecen lejanos. 2024 fue el año más caluroso desde que existen registros y la última década ha sido la más cálida en la historia. Las emisiones globales por combustibles fósiles alcanzaron 37.4 gigatoneladas de CO₂, un aumento de 0.8 % respecto a 2023, y también crecieron las emisiones por cambio de uso de suelo.

Las tensiones geopolíticas –la invasión rusa a Ucrania, la rivalidad entre E.U. y China, la volatilidad de los mercados energéticos– han desplazado prioridades: muchos gobiernos favorecen seguridad y asequibilidad antes que descarbonización. Al mismo tiempo, la demanda eléctrica global creció 4.3% en 2024, muy por encima del promedio de la década anterior, impulsada por el auge industrial, el transporte electrificado, las olas de calor y el explosivo desarrollo de centros de datos para inteligencia artificial (IA).

La paradoja es clara: la electrificación es necesaria para cumplir los objetivos climáticos, pero el 60 % de la electricidad mundial aún se genera con combustibles fósiles.

El triple desafío: renovables, eficiencia y firmeza

La Agencia Internacional de Energía (AIE) calcula que entre 2022 y 2030 la capacidad renovable crecerá 2.7 veces, lo que llevaría su participación del 30% al 46% en la matriz eléctrica. Sin embargo, lo requerido es triplicar esa capacidad para mantener la meta de cero emisiones netas.

La lección es clara: no basta con sumar megavatios solares o eólicos; es necesario invertir simultáneamente en redes de transmisión modernas, almacenamiento de energía y mecanismos de flexibilidad que garanticen un suministro estable y resiliente.

El Rocky Mountain Institute estima que casi dos tercios de la energía primaria fósil se desperdicia antes de generar utilidad. La eficiencia, por tanto, sigue siendo el “recurso más barato y más ignorado”. Aquí, la IA puede convertirse en aliada: desde redes inteligentes capaces de anticipar consumos, hasta edificios que podrían ahorrar más de 300 TWh de electricidad en 2035 gracias a sistemas de control automatizados.

La disrupción de la inteligencia artificial

La IA representa un nuevo cuello de botella. Los centros de datos ya consumen 1.5% de la electricidad global (3% en Europa y hasta 20% en Irlanda). En E.U., su consumo eléctrico se duplicó entre 2017 y 2023, y podría llegar a 12% de la demanda nacional en 2028.

El problema no es solo la magnitud, sino la falta de transparencia: las grandes tecnológicas no publican información detallada sobre el origen de su electricidad ni sobre el consumo específico de sus modelos. La consecuencia es que buena parte de esa demanda adicional probablemente se cubre con redes dominadas por combustibles fósiles.

La conclusión del informe es tajante: si la digitalización quiere ser verde, debe apoyarse en energía limpia firme, más capacidad de transmisión y mejores mecanismos de gestión de la demanda.

El renacimiento nuclear

Frente a la necesidad de electricidad estable y sin emisiones, la energía nuclear resurge. En E.U., empresas como Microsoft, Google, Meta y Amazon exploran acuerdos con proveedores de reactores modulares pequeños (SMR) para alimentar sus centros de datos. Se reabren plantas como Three Mile Island y Palisades, y se extiende la vida de instalaciones como Diablo Canyon.

Asia también acelera: China opera 58 reactores y construye 33 más, mientras que Japón analiza construir su primera planta nueva desde el desastre de Fukushima. La Agencia de Energía Nuclear de la OCDE sostiene que triplicar la capacidad nuclear para 2050 aparece en la mayoría de trayectorias creíbles hacia la neutralidad de carbono.

El reto está en los sobrecostos y retrasos: el proyecto británico Sizewell C pasó de 20 mil millones de libras a 38 mil millones de libras. La gobernanza de proyectos, la estandarización tecnológica y la financiación estable son las claves para que la nuclear cumpla su promesa.

Hidrógeno y captura de carbono: promesas y límites

El hidrógeno verde es señalado como opción para descarbonizar sectores difíciles de electrificar (acero, cemento, transporte pesado). Pero su costo duplica al del hidrógeno gris, los electrolizadores son caros e ineficientes, y la infraestructura presenta fugas y complejidades logísticas. En 2025, se cancelaron proyectos por decenas de miles de millones de dólares en E.U., Reino Unido y Australia.

La captura y almacenamiento de carbono (CCUS) también genera escepticismo: si bien es vital en industrias donde las emisiones son intrínsecas, los riesgos de fuga y sismos asociados al almacenamiento masivo la vuelven una herramienta de nicho, no una bala de plata.

Redes, interconexión y almacenamiento: la nueva fábrica

El apagón europeo de la primavera de 2025, que afectó a España, Portugal y Francia, mostró que la generación renovable no sirve de nada sin redes modernas. Europa tiene un sistema interconectado, pero 40% de sus redes tiene más de cuatro décadas.

La moraleja es obvia: cada euro invertido en renovables debe acompañarse de un euro en redes y almacenamiento. La interconexión ayuda a estabilizar precios y compartir excedentes, mientras que el desplome en los costos de baterías abre posibilidades de despliegue rápido para suavizar la intermitencia solar y eólica.

El talón de Aquiles: el financiamiento

El financiamiento verde global alcanzó 8 billones de dólares en 2024, frente a los 250 billones de los mercados de crédito y capitales. Según la Energy Transitions Commission, se necesitan 3.5 billones anuales hasta 2050 para alcanzar la neutralidad climática.

El problema no es solo de volumen, sino de costo desigual del capital: países con enorme potencial solar, como Egipto, instalan poco por sus elevados riesgos-país. Sin garantías, financiamiento combinado y reglas claras, la transición corre el riesgo de ser un privilegio de países desarrollados.

La salida de bancos como Barclays, HSBC o JPMorgan de la Net-Zero Banking Alliance refleja otra verdad incómoda: los compromisos voluntarios no son suficientes. El futuro depende de políticas vinculantes y marcos regulatorios predecibles que obliguen a cumplir.

Conclusión: energía como sistema

Al terminar Concordia 2025, me quedé con una idea central: todo tiene que ver con la energía. No hay transformación digital, desarrollo industrial, ni transición climática sin electricidad abundante, limpia, confiable y asequible.

La transición no está descarrilada, pero sí desfasada. La buena noticia es que ya conocemos los cuellos de botella (redes, financiamiento, permisos, flexibilidad) y las palancas (eficiencia, renovables x3, nuclear, almacenamiento).

El futuro dependerá menos de un descubrimiento milagroso y más de nuestra capacidad para construir sistemas: redes inteligentes, marcos regulatorios claros y estructuras de capital justas.

La pregunta ya no es si llegaremos a la neutralidad de carbono, sino cómo y a qué velocidad. Y esa respuesta exige liderazgo político, innovación tecnológica y un compromiso global que reconozca, sin evasivas, que todo tiene que ver con la energía.

¿Y México? ~


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