Ilustraciรณn: Armando Fonseca

El hombre de negro

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I

Cuando el director de teatro Pedrito Adrianzรฉn concertรณ una cita con Antenor Montalvo en el Gijรณn โ€œpara tomarnos un cafecito y contarte un proyectoโ€, este รบltimo, actor fallido y en proceso de desintegraciรณn psicolรณgica y moral, vivรญa en la insolvencia en una pensiรณn de mala muerte de Lavapiรฉs que no pagaba hacรญa tres meses y estaba dรกndole vueltas en su cabeza a la idea de suicidarse. La carita de Adrianzรฉn lo sorprendiรณ. ยฟEra posible que ese director famosรญsimo lo llamara para ofrecerle un papel? ยฟA รฉl? Antenor, con sus cincuenta y pico de aรฑos, se sabรญa hacรญa tiempo un fracasado. Como actor, pues ya casi nadie lo contrataba, salvo para hacer de mayordomo o chofer en comedias de dudoso gusto o papelitos aรบn mรกs insignificantes en telenovelas y pelรญculas del montรณn; y tambiรฉn en amores, pues la รบltima mujer con la que conviviรณ lo habรญa abandonado hacรญa ya un par de aรฑos โ€œpor impotente y por inรบtilโ€ (se lo dijo asรญ en su brutal carta de despedida). Ya no tenรญa parientes vivos y la pobreza le habรญa ido haciendo perder amigos โ€“le avergonzaba que pagaran siempre ellos la caรฑa o la copa de vino en la tasca, asรญ que dejรณ de asistir a su vieja tertuliaโ€“ y aislado en una soledad neurรณtica y enfurruรฑada, salvo cuando conseguรญa algรบn trabajito, pasaba sus maรฑanas y sus tardes leyendo en la Biblioteca Nacional del Paseo de Recoletos.

Llegรณ al Gijรณn unos minutos antes de las once, la hora fijada para la cita, y Pedrito Adrianzรฉn ya estaba allรญ, juvenil y vistoso como de costumbre. Lo habรญa conocido vagamente, cuando iniciaba su meteรณrica carrera de รฉxitos con su espectacular montaje de La asamblea de las mujeres, de Aristรณfanes, que le mereciรณ el premio mayor en el Festival de Teatro Clรกsico de Mรฉrida, en Extremadura. Le pareciรณ mรกs joven todavรญa que entonces, con sus tatuajes en la cara y en los brazos, sus blue jeans agujereados y el pendiente bailoteรกndole en la oreja derecha. En vez de la larga peluca que Antenor le recordaba, llevaba ahora el pelo cortado al rape y tenรญa un manojo de collares de colorines sobre su blusita azul marino, abierta hasta el ombligo. Mientras se daban la mano, Antenor Montalvo se sintiรณ prehistรณrico con su terno antediluviano, su camisita de cuello y su corbata con el nudo diminuto que desde hacรญa por lo menos diez aรฑos llevaba siempre en las grandes ocasiones. (Hacรญa mucho tiempo que no se compraba ropa y con tantas lavadas y planchadas la que llevaba puesta lucรญa los brillos y la delgadez de una hoja de cebolla.)

โ€“ยฟQuieres un cafรฉ, un agua mineral? โ€“le preguntรณ el joven director, indicรกndole que se sentara frente a รฉl.

โ€“Si no te importa, preferirรญa un bocadillo de queso y jamรณn โ€“dijo Montalvo, ruborizรกndoseโ€“. Y un cortado.

โ€“Claro, claro โ€“asintiรณ Adrianzรฉnโ€“. Te estarรกs preguntando por quรฉ querรญa que nos reuniรฉramos.

โ€“Pues, sรญ, me llevรฉ una sorpresa โ€“respondiรณ Antenor, con la franqueza que siempre lo caracterizรณโ€“. Una gran ilusiรณn, tambiรฉn. Como te imaginarรกs, no soy un actor al que llamen todos los dรญas los directores famosos como tรบ.

โ€“Tengo un papel para ti en la obra que voy a dirigir โ€“entrรณ Adrianzรฉn en materia de inmediatoโ€“. Comenzaremos los ensayos el prรณximo lunes, en el Teatro Espaรฑol, de Los cuentos de la peste, de Vargas Llosa. Es una adaptaciรณn muy libre del Decamerรณn de Boccaccio. No tendrรกs que decir una sola palabra, pero estarรกs en escena de principio a fin. Serรกs โ€œel hombre de negroโ€, el kuroko, que aparece en todos los espectรกculos del kabuki japonรฉs. ยฟTe interesa?

Adrianzรฉn acababa de pasar una temporada en el Japรณn, invitado por The Japan Foundation, para familiarizarse con el teatro japonรฉs antiguo y moderno. Habรญa visto y charlado con actores, directores, autores y tรฉcnicos del teatro tradicional y contemporรกneo japonรฉs, desde el popular kabuki al exquisito no, asรญ como el arte sutil del teatro de tรญteres, el bunraku, con tambores y muรฑecos, en Kioto, y visitado talleres, maestros, escuelas de formaciรณn, academias, etcรฉtera. De toda aquella rica experiencia lo que mรกs le habรญa impresionado era la presencia del kuroko, โ€œel hombre de negroโ€, en las funciones del kabuki, el antiguo teatro popular japonรฉs.

โ€“Es un hombre que estรก en el espectรกculo โ€“lo escuchรณ decir Antenor, entusiasmado como un niรฑo con un juguete nuevoโ€“. Pero no es un personaje ni forma parte de la trama. Sin embargo, aparece todo el tiempo en ella: detrรกs de las puertas que se abren o se cierran, debajo de las mesas, encogido dentro de aparadores y roperos, alcanzando a los actores paรฑuelos o sombreros, sin que nadie en el escenario tome nota de su presencia, invisible para el elenco, pero no para los espectadores, a quienes sรญ se hace presente de continuo. ยฟCon quรฉ fin? Recordarles que aquello que estรกn viendo no es la verdad sino el teatro, no la vida sino una representaciรณn ficticia de la vida. El โ€œhombre de negroโ€ es un antecesor remoto โ€“naciรณ en el siglo XVI, imagรญnateโ€“ de lo que Brecht querรญa conseguir en sus montajes: recordar a los espectadores que no debรญan confundir lo que veรญan en el escenario con la vida real, que el teatro es solo un simulacro de la vida.

A Adrianzรฉn se le habรญa ocurrido hacer un trasplante de โ€œel hombre de negroโ€ del kabuki a su montaje de Los cuentos de la peste en el Teatro Espaรฑol y ese era el papel โ€“mudo, movido, invisible para los demรกs actores pero ostentoso para el pรบblicoโ€“ que le ofrecรญa a Montalvo. Cuando terminรณ de hablar se le quedรณ mirando, risueรฑo e inquisitivo: โ€œยฟAceptas?โ€

โ€“Era lo รบltimo que me faltaba โ€“exclamรณ Montalvo, haciendo una mueca tragicรณmicaโ€“. Que ya no solo me ofrezca ser mayordomo, portero o chofer, sino mudo e invisible. Descender a la condiciรณn de objeto, ni mรกs ni menos que un florero o una mesa.

Se rio con amargura y encogiรณ los hombros, como diciendo: ยกesa es mi suerte, quรฉ remedio!

โ€“Bueno, hay otra manera de verlo, Antenor โ€“le levantรณ la moral el director, dรกndole una palmadaโ€“. Serรญa considerar que el hombre de negro es el dios de la representaciรณn para los demรกs actores: estรก en todas partes aunque invisible para ellos y, en cambio, para los espectadores, visible en todas las escenas, aunque exonerado de toda forma de acciรณn.

โ€“ยฟPuedo preguntarte por quรฉ pensaste en mรญ para hacer de โ€œhombre de negroโ€? โ€“preguntรณ Antenor.

โ€“No fui yo โ€“repuso en el acto Adrianzรฉnโ€“. Fue Aitana Sรกnchez Gijรณn.

โ€“ยฟAitana? โ€“se sorprendiรณ Antenorโ€“. ยฟElla sabe que yo existo?

โ€“Dijo que de todos los actores que conocรญa el รบnico capaz de no existir en un escenario eras tรบ โ€“explicรณ Adrianzรฉnโ€“. No me preguntes quรฉ quiso decir, yo tampoco entendรญ. Pero, como ella es tan inteligente, me convenciรณ. ยฟQuรฉ dices? ยฟAceptas?

Antenor dijo que sรญ, sin la menor alegrรญa.

II

Cuando comenzaron los ensayos, en un sรณtano del Teatro Espaรฑol, Antenor advirtiรณ que Aitana ni siquiera se acordaba de รฉl. Lo saludรณ con cierta sequedad el primer dรญa, murmurando: โ€œMucho gusto.โ€ Solo cuando รฉl le dijo su nombre, dio muestras de reconocerlo y le sonriรณ: โ€œHola, Antenor, vamos a trabajar juntos ยฟverdad?, quรฉ bien.โ€

Apenas comenzaron a leer el texto en grupo, Antenor se sintiรณ incomodรญsimo. No tenรญa funciรณn alguna y Pedrito, el director, jamรกs se dirigรญa a รฉl, solo a Aitana (la condesa de la Santa Croce), a Pedro Casablanc (Boccaccio), a ร“scar de la Fuente (Pรกnfilo) y a Marta Poveda (Filomena). Como no tenรญa nada que leer, Antenor asumiรณ su condiciรณn de fantasma o de bulto, con modestia, tratando de ser lo mรกs invisible que pudiera; apenas se movรญa y jamรกs abrรญa la boca para hacer alguna pregunta o comentario. Los demรกs actores terminaron tambiรฉn por ignorarlo; casi jamรกs le dirigรญan la palabra, incluso en las pausas que hacรญan para tomar agua, comer algo y algunos, como el director, fumarse un cigarrillo. Solo cuando terminaron las lecturas y Pedrito Adrianzรฉn comenzรณ a diseรฑar las escenas, Antenor tuvo la impresiรณn de que adquirรญa cierta vida; por lo menos, en lo relativo a la movilidad. De pronto, el director comenzรณ a darle รณrdenes: โ€œA ver, Antenor, ponte aquรญ.โ€ โ€œNo de pie, sino arrodillado.โ€ โ€œNo mires a los actores.โ€ โ€œTu mirada debe ser blanca, anodina, inexistente.โ€ โ€œSรบbete a esa silla. No, mejor encรณgete y acurrรบcate debajo de ella.โ€ โ€œA ver, ocรบltate a medias detrรกs de esa cortina.โ€ โ€œRecuerda que tu funciรณn no es la de existirโ€. โ€œร‰chate de espaldas y espรญa lo que ocurre a tu alrededor. Asume tu condiciรณn, guarda total inmovilidad.โ€ โ€œRecuerda que tu funciรณn no es la de existir, no formas parte del elenco ni de la historia; tu funciรณn es solo โ€˜estar allรญโ€™, nada menos y nada mรกs que โ€˜estar ahรญโ€™.โ€

Antenor obedecรญa y trataba de acatar escrupulosamente las instrucciones de Pedrito. A veces, este parecรญa olvidarse de รฉl; entonces, si la postura en que estaba resultaba demasiado incรณmoda y un mรบsculo o tendรณn le dolรญa demasiado, o tenรญa un comienzo de calambre, preguntaba a media voz: โ€œยฟPodrรญa moverme un poco? Estoy algo agarrotado.โ€ Las miradas de todos se volvรญan hacia รฉl y Antenor tenรญa la sensaciรณn de que solo ahora estaban descubriรฉndolo e, incluso, que Aitana, Pedro, ร“scar, Marta y el propio Pedrito Adrianzรฉn se sorprendรญan de que ese bulto tuviera el don de la palabra.

En las largas esperas, mientras los otros actuaban e iban cuajando las escenas bajo la batuta de Pedrito Adrianzรฉn, Antenor Montalvo tenรญa tiempo de sobra para pensar. Sobre todo, con una tendencia que se manifestaba en รฉl con fuerza desde que cumpliรณ la cincuentena, recordaba su infancia y juventud, en el lejano Perรบ natal, cuando, ante la sorpresa y el disgusto de sus padres, les anunciรณ que, de grande, รฉl no serรญa dentista como papi, ni maestro como mami, sino actor. ยฟActor? Sus padres se rieron de รฉl, no lo tomaron en serio, dijeron que a todos los niรฑos les daban esas ventoleras, ser domadores de fieras o    exploradores en el รrtico, pronto recapacitarรญa y entrarรญa en razรณn. Pero la verdad es que les hablaba muy en serio y que esa vocaciรณn que descubriรณ cuando llevaba todavรญa pantalรณn corto era una de las pocas cosas de las que estuvo siempre seguro: รฉl, de grande, serรญa actor o no serรญa nada. ยฟCรณmo descubriรณ su vocaciรณn? Eso no lo sabรญa. Pero recordaba muy bien que, en el colegio San Agustรญn, desde los primeros aรฑos de primaria, siempre se habรญa ofrecido como voluntario para todas las actuaciones, recitales, espectรกculos que los padres agustinos y los profesores laicos organizaban en el colegio. Y que, desde esos remotos aรฑos, รฉl habรญa organizado tambiรฉn en el patio de su casa actuaciones y veladas con sus amigos de barrio, nรบmeros musicales, recitales de poesรญa o pequeรฑas escenas que รฉl mismo escribรญa imitando episodios de pelรญculas, la radio o las revistas. Preparaba esas actuaciones con pasiรณn โ€“construyendo escenarios, improvisando telones, decoradosโ€“, ni mรกs ni menos que con el mismo entusiasmo con que sus amigos organizaban los partidos de fรบtbol en el barrio o las excursiones al Estadio Nacional a ver jugar a la โ€œUโ€ y al Alianza Lima o las fiestecitas bailables de los sรกbados.

Se saliรณ con su gusto. Al terminar el colegio entrรณ a la Universidad Catรณlica, a estudiar Letras, pero, en verdad, a matricularse en el TUC (Teatro de la Universidad Catรณlica), uno de los pocos lugares donde podรญa formarse un actor en aquel tiempo en el Perรบ. Estuvo allรญ apenas un aรฑo, trabajando solo una vez ante el pรบblico, en un papelito menor, en una obra de Calderรณn de la Barca dirigida por Ricardo Blume. Pues al aรฑo siguiente su padre, resignado ya a que su รบnico hijo se dedicara a ese incierto oficio, lo mandรณ a Espaรฑa a que completara allรญ su formaciรณn y โ€œalcanzara el รฉxitoโ€. Antenor nunca mรกs habรญa vuelto al Perรบ.

โ€œEl รฉxitoโ€, pensรณ el hombre de negro, apoyado en una supuesta columna, a menos de medio metro de la condesa de la Santa Croce y el duque Ugolino, enfrascados en ese momento en una violenta disputa en la que chasqueaba un lรกtigo. ยฟHabรญa tenido alguna vez en su vida de actor la sensaciรณn de รฉxito? Pensรณ, recordรณ, fantaseรณ: โ€œCreo que nunca. Aplausos, menciones al paso, felicitaciones de los amigos, sin duda. Pero esa cosa grande, impersonal, envolvente y milagrosa, el รฉxito, no, jamรกs.โ€ Eso no lo habรญa conocido y era seguro que tampoco lo conocerรญa en lo que le quedaba por vivir.

No era por la falta de รฉxito que habรญa decidido suicidarse; era por haber perdido las ilusiones y la admiraciรณn y el respeto que durante su juventud y primera madurez le producรญa el teatro, en aquellos aรฑos en que todavรญa soรฑaba con encarnar en un escenario a Segismundo, Hamlet, Harpagรณn o don Juan. Su formaciรณn habรญa sido bastante buena. Despuรฉs de Madrid, viviรณ un par de aรฑos en Parรญs, aprendiรณ francรฉs, fue aceptado en la academia de Jacques Lecoq, y practicรณ allรญ un par de temporadas las estrictas enseรฑanzas fรญsicas y teรณricas del antiguo luchador convertido en funรกmbulo y teรณrico de la actuaciรณn.

ยฟPor quรฉ nunca habรญa tenido รฉxito? Durante mucho tiempo, lo atribuyรณ a su mala suerte, a su escasa aptitud para conquistar amigos influyentes, a su incapacidad para adular o, incluso, hacerse simpรกtico a quienes podรญan ayudarle a abrirse camino, conseguir buenos contratos, papeles relevantes. ยฟHabรญa sido un imbรฉcil creyendo que existรญa una justicia inmanente, que en su caso terminarรญa por imponerse, premiando tarde o temprano su constancia, su profesionalismo, el rigor con que estudiaba y trataba de componer el personaje cuando conseguรญa actuar? A lo largo de aรฑos, pese a no haber salido jamรกs de esa mediocre existencia profesional en la que nunca conseguรญa sobresalir, habรญa mantenido la esperanza de que cambiara su suerte y, de pronto, las cosas mejoraran para รฉl en el mundo del espectรกculo. ยฟCuรกndo la perdiรณ? Hacรญa varios aรฑos ya, pero no de golpe, sino poco a poco. Sus ilusiones fueron diluyรฉndose como un dรญa que anochece. Hasta que una tarde se dijo que no podรญa seguir engaรฑรกndose, tenรญa que aceptar que nunca mรกs le ofrecerรญan un rol protagรณnico en una obra de teatro, una telenovela o una pelรญcula, que lo que le quedaba de vida profesional lo pasarรญa hundiรฉndose cada vez mรกs en esa gris mediocridad en la que siempre viviรณ.

ยฟQuรฉ habrรญa querido decir Aitana Sรกnchez Gijรณn con aquello de que รฉl era el mejor actor para represen- tar la inexistencia en un escenario? Le habรญa hecho gracia al principio, aunque no lo entendรญa del todo, pero al cabo de cierto tiempo le pareciรณ que la frase era dolorosa y hasta cruel. ยฟQuรฉ mรฉrito podรญa tener representar la inexistencia? Ninguno. La frase querรญa decir, simplemente, que รฉl pasaba siempre inadvertido, cualquiera que fuera su papel; que era incapaz de dar un asomo de vida a esos personajes de segunda o tercera que encarnaba; que su pobre trabajo contribuรญa mรกs bien a subsumirlos en la nada.

A medida que se hundรญa en la ociosidad y en la escasez y la pobreza por la falta de trabajo, Antenor fue aceptando que no era tanto la mala suerte ni su carรกcter poco afecto a la adulaciรณn y el oportunismo lo que habรญa hecho de รฉl un fracasado sino, ay, su falta de talento. Su suerte no era una injusticia sino, pura y simplemente, consecuencia de su falta de inspiraciรณn, de su intrรญnseca poquedad. Fue cuando llegรณ a esta conclusiรณn que decidiรณ suicidarse. No fue una decisiรณn desgarradora, dramรกtica. Todo lo contrario: una elecciรณn tranquila, serena, tomada en una tarde fresca de otoรฑo, mientras daba un paseo alrededor del lago del Retiro, luego de haber pasado varias horas leyendo a un autor belga vinculado al simbolismo que hasta entonces no conocรญa, Michel de Ghelderode, en la Biblioteca Nacional. Hacรญa de esto unas tres o cuatro semanas: mejor morir antes de tocar fondo y pasar una decadencia humillante, de miseria e idiotismo. Lo habรญa preparado todo con detalle. Serรญa con pastillas de anfetamina โ€“con un frasco entero sobrarรญaโ€“, a la hora del sueรฑo. Dejarรญa un sobre con una carta junto a su cadรกver, pidiendo a la Sociedad de Actores, si es que se encargaba de financiar su entierro pese a no estar รฉl al dรญa en sus cuotas, que lo incineraran pues lo entristecรญa imaginar su cadรกver devorado por gusanos. La inesperada oferta de Pedrito Adrianzรฉn de ser โ€œel hombre de negroโ€ en Los cuentos de la peste habรญa aplazado su decisiรณn. ยฟHasta cuรกndo? ยฟHasta terminar las ocho semanas programadas para la obra?

III

Aquello ocurriรณ al comenzar la sexta semana. La crรญtica no habรญa sido muy buena con la obra, tampoco muy mala, y, por supuesto, nadie habรญa mencionado siquiera al โ€œhombre de negroโ€. Pero el pรบblico respondiรณ bastante bien. Trabajaron casi todo el tiempo con la sala llena y muchos dรญas en la boleterรญa se colgรณ el cartelito de โ€œLocalidades agotadasโ€. La gente se emocionaba, reรญa, aplaudรญa y Antenor comiรณ ese mes y medio dos veces al dรญa, algo que no le ocurrรญa hacรญa tiempo.

Su relaciรณn con los demรกs actores fue buena, pero no intimรณ con ninguno; compartรญan bromas o pequeรฑas charlas antes o luego de la funciรณn y algunas veces se tomaban un bocadillo con una caรฑa o un vaso de vino en la pequeรฑa cafeterรญa del teatro intercambiando ideas sobre cosas banales. Con la que menos habรญa tenido esos intercambios era con Aitana Sรกnchez Gijรณn, a la que nunca se atreviรณ a preguntarle quรฉ habรญa querido decir exactamente con aquello de que รฉl era el actor que representaba mejor la inexistencia en un escenario. ร‰l la admiraba como actriz y habรญa soรฑado trabajar alguna vez con ella, algo que por supuesto nunca consiguiรณ; pero lo intimidaba un poco la actitud distante, ligeramente altiva, que, le parecรญa, establecรญa entre ella y sus interlocutores una invisible frontera que nadie, salvo un puรฑadito de privilegiados, conseguรญa cruzar.

Desde el principio, cuando la obra llegaba al episodio de โ€œEl halcรณnโ€, en las postrimerรญas del espectรกculo, a Antenor le entraba un curioso desasosiego, la inquietante sensaciรณn de que algo inesperado e importante iba de pronto a ocurrir, algo que no figuraba en el texto ni el montaje de la obra. Y que, por lo demรกs, nunca ocurrรญa. Pero aquella sensaciรณn resucitaba cada vez que la obra llegaba al episodio de โ€œEl halcรณnโ€, una bonita historia en la que un empobrecido galรกn, Federico de Alberigue, sacrificaba a su querido halcรณn para poder ofrecer un almuerzo decente a Dama Johane, la mujer de sus sueรฑos. El galรกn relataba su historia al pรบblico mientras Aitana, transformada en la heroรญna de โ€œEl halcรณnโ€, daba tres vueltas y media a una fuente circular, a muy poca distancia de โ€œel hombre de negroโ€, a quien Pedrito Adrianzรฉn habรญa instalado durante toda la escena sentado a ras de tierra, hecho una estatua. Era al llegar a este momento de la obra cuando Antenor se sentรญa inquieto, con la impresiรณn de que algo tremendo, imprevisible, iba a suceder en cualquier instante. Pero nada ocurrรญa y minutos despuรฉs รฉl recuperaba la normalidad.

Hasta ese viernes de la sexta semana en que, efectivamente, algo ocurriรณ. Algo que Antenor percibiรณ antes de verlo, antes de que su conciencia tomara cuenta cabal de que aquello, pese a ser imposible, estaba realmente ocurriendo a medio metro de distancia de sus ojos, cada vez que Aitana โ€“la viuda que daba vueltas a la fuente mientras su galรกn relataba sus frustrados intentos para seducirlaโ€“ pasaba a su lado, rozando el ruedo de su tรบnica el cuerpo y la cara del hombre de negro. Estaba descalza y tenรญa unos pies muy blancos y bonitos, armoniosamente dibujados, que se deslizaban en torno a ese cรญrculo con una notable suavidad y ligereza como si โ€“y en ese momento el corazรณn de Antenor empezรณ a latir con furiaโ€“ no estuviera realmente tocando el suelo, sino deslizรกndose en el aire a milรญmetros de รฉl. Y eso era, sรญ, sรญ, sus ojos lo habรญan advertido y en esta segunda vuelta lo confirmaron, y lo volvieron a confirmar en la tercera, lo que efectivamente estaba ocurriendo: ยกesos pies no tocaban el suelo! En algรบn momento habรญan despegado ligerรญsimamente de la tierra sin que nadie โ€“salvo Antenorโ€“ lo advirtiera, y flotaban discretamente a una mรญnima pero inequรญvoca distancia del suelo. En la รบltima media vuelta, cuando Aitana dejaba de circular, aquellos pies blancos, con la misma discreciรณn, habรญan regresado ya a la tierra y se hundรญan en la falsa hierba del escenario.

ยฟHabรญa ocurrido aquello? Por supuesto que no. Ni Aitana ni nadie tenรญa en este mundo la facultad de levitar. Lo que habรญa visto Antenor โ€“lo que habรญa creรญdo verโ€“ era una falsa impresiรณn, una ilusiรณn, un disparate, la invenciรณn de sus ojos aburridos. Por eso no comentรณ aquello con nadie, ni bromeรณ al respecto, y esperรณ con impaciencia que llegara la funciรณn de la noche siguiente โ€“la del sรกbadoโ€“ para comprobar que, con todo lo buena actriz que era, tampoco Aitana tenรญa la facultad sobrenatural de elevarse del suelo para que su vuelta alrededor de la fuente alcanzara la fluidez de un desliz inmaterial, de un vuelo.

En los instantes que precedieron la primera vuelta de Aitana a la fuente, el corazรณn de Antenor comenzรณ a latir con tanta fuerza que tuvo que abrir la boca, asustado. Pensaba que podรญa ahogarse, aturdirse y perder el sentido. Felizmente, los espectadores no lo miraban a รฉl, estaban concentrados en la historia del joven galรกn o en la vuelta que comenzaba a dar Aitana alrededor de la fuente. Pero cuando esta pasรณ frente a sus ojos no le cupo la menor duda: esos pies no tocaban el suelo, flotaban sobre รฉl, a una distancia escasa pero inequรญvoca. Antenor echรณ una mirada circular a los espectadores: ninguno de ellos miraba esos pies, ni, tampoco, si lo hubieran hecho, habrรญan advertido lo que รฉl, solo รฉl, por estar sentado en el suelo, tenรญa la perspectiva suficiente para comprobar: que algo imposible, en contradicciรณn de todas las leyes fรญsicas, estaba ocurriendo allรญ, en ese escenario circular, en ese patio de butacas que el decorador habรญa convertido en un jardรญn del Renacimiento florentino, algo que solo podrรญa llamarse extraordinario, รบnico, milagroso, sobrenatural. Durante esas tres vueltas y media de Aitana a la fuente Antenor no apartรณ los ojos un segundo del suelo. No era una sugestiรณn, no era una fantasรญa: esos pies no lo tocaban, se habรญan apartado, elevado de รฉl, apenas, es verdad, pero lo suficiente como para que ella no tuviera que andar, para que flotara graciosamente como si una invisible plataforma la estuviera haciendo girar con suavidad y elegancia en torno de la fuente.

Solo cuando Aitana dejรณ de girar, subiรณ a la fuente, dejรณ de ser la viuda de la historia del halcรณn y se convirtiรณ en la condesa de la Santa Croce, se atreviรณ Antenor a buscar sus ojos. Querรญa saber si ella era consciente de lo que hacรญa, de esa increรญble mutaciรณn que perpetraba su cuerpo elevรกndose del suelo por uno o dos minutos para que su desliz alcanzara esa delicada perfecciรณn. Pero no lo consiguiรณ; ella no miraba a nadie en particular cuando actuaba.

Las dos semanas siguientes, las รบltimas de la representaciรณn, estuvo Antenor concentrado en aquellos instantes; y todas las veces vio ocurrir aquel fenรณmeno que lo maravillaba, aceleraba su corazรณn y le quitaba el aliento. Y todas las veces, cuando, luego de ocurrido, รฉl buscaba la mirada de Aitana para saber si ella era consciente o no de que en aquel episodio levitaba, ella esquivaba sus ojos y no podรญa averiguarlo. Varias veces tuvo la tentaciรณn de comentar el hecho con Pedrito Adrianzรฉn o con algunos de los actores del elenco, pero, cada vez que iba a hacerlo, se desanimaba, convencido de que se reirรญan creyendo que les hacรญa una broma, o comenzarรญan a tomarlo por un delirante o un loco. ยฟQuiรฉn iba a creerle semejante cosa? Y, por otra parte, temรญa que, si lo divulgaba, aquello dejarรญa automรกticamente de ocurrir, que, si lo compartรญa con alguien, Aitana volverรญa en ese episodio, vulgarmente, a caminar.

IV

El รบltimo dรญa, luego de la funciรณn, todo el equipo de Los cuentos de la peste cenรณ en un pequeรฑo restaurante italiano de la calle Echegaray. Con una audacia infrecuente en รฉl, Antenor se las arreglรณ para sentarse junto a Aitana. Buena parte de la cena le fue imposible entablar una conversaciรณn a solas con ella; todos hablaban con todos y nadie se enfrascaba en un diรกlogo particular. Pero, a la hora de los postres โ€“helados, tartufo o tarta de fresaโ€“, en una pausa, Antenor se atreviรณ a dirigirse a ella directamente, en voz baja:

โ€“En esa escena en que das vueltas a la fuente, cuando la historia de โ€œEl halcรณnโ€ โ€“comenzรณ a decir, pero no pudo continuar porque vio que Aitana palidecรญa de golpe y sus ojos se atolondraban; pestaรฑaba como presa de un ataque de terror, miraba a uno y otro lado como queriendo escapar de aquello que Antenor querรญa decirle o preguntarle. La vio tan turbada, que no se atreviรณ a continuar. โ€œยฟSรญ, sรญ?โ€, la oyรณ decir, mirรกndolo con unos ojos en los que โ€“Antenor no tuvo la menor dudaโ€“ habรญa una sรบplica manifiesta, tan elocuente, que รฉl se apresurรณ a cambiar de tema.

โ€“Nada, nada โ€“dijo, sonriendo, encogiendo los hombros, levantando su copaโ€“. Una tonterรญa. ยกSalud, Aitana! Ha sido un gran placer para mรญ trabajar por fin contigo, ojalรก coincidamos en las tablas otra vez.

โ€“Claro, por supuesto โ€“le agradecieron los mismos ojos, aliviados, y su copa chocรณ la suyaโ€“. Espero que sรญ, y no una sino muchas veces, Antenor.

Esa noche, cuando en un Madrid desierto ya de noctรกmbulos, donde pronto comenzarรญa a amanecer, Antenor regresaba andando despacio a su pensiรณn del Lavapiรฉs, una extraรฑa sensaciรณn se habรญa apode- rado de รฉl. De alegrรญa y optimismo. Hacรญa mucho tiempo, muchos aรฑos, que no se sentรญa asรญ, convencido de que, pese a todo, esta vida, probablemente la รบnica con que contรกbamos, valรญa la pena de vivirse hasta el final. Porque en ella ocurrรญan a veces cosas extraordinarias que solo ciertos seres โ€“ยฟextraordinarios, tambiรฉn?โ€“ tenรญan la facultad de percibir. Y, quiรฉn lo hubiera dicho, รฉl, el pobre y mediocre Antenor Montalvo, era uno de esos elegidos. Testigo y cรณmplice de una facultad sobrenatural โ€“o, por lo menos, inusitada y fantรกsticaโ€“ de Aitana Sรกnchez Gijรณn, de la que ella era muy consciente por supuesto, y que por una misteriosa razรณn sobre la que no querรญa hacer suposiciones ni enterarse de la causa, le habรญa sido permitido descubrir. Y compartirlo con ella. ยฟNo era eso, en cierta forma, algo equivalente a gozar de ese รฉxito que a รฉl se le habรญa escurrido de las manos en su vida de actor? Lo sentรญa como un desagravio, una compensaciรณn. Ahora lo tenรญa, pues, aquel รฉxito que sus padres lo mandaron a buscar en Europa. Era secreto, nadie se enterarรญa nunca. ยกQuรฉ importaba! Por lo menos Aitana sabรญa que รฉl sabรญa y eso creaba entre los dos, aunque no volvieran a verse ni a trabajar juntos, un vรญnculo, una alianza, algo irrompible, que a Antenor, aunque el resto de su vida siguiera siendo sรณrdida y mediocre, lo recompensaba de las mil y una frustraciones de su carrera y le inyectaba de nuevo a sentir desde su remota juventud. Carajo, despuรฉs de todo, la vida, el teatro eran algo formidable, ยฟno, Antenor Montalvo? ~

Madrid, agosto de 2015

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Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perรบ, 1936) es escritor. En 2010 obtuvo el premio Nobel de Literatura. En 2022, Alfaguara publicรณ 'El fuego de la imaginaciรณn: Libros, escenarios, pantallas y museos', el primer tomo de su obra periodรญstica reunida.


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