Con toda mi solidaridad para Martha Luján, quien compartió todos los entusiasmos de su marido, y para su hijo Leonardo, quien siguió los pasos de su padre hacia el conocimiento del hombre en su diversidad cultural.
Alfredo López Austin ha muerto. No lo quiero ni lo puedo creer. Un hombre que deja una obra desafía a la muerte. Desde los tiempos más remotos, lo escrito conserva el espíritu. Y las aportaciones de López Austin son de aquellas que van a sobrevivir.
Escribió varias docenas de libros impactantes. En su obra se percibe una dinámica, una fuerza vital que irriga cada página. Esa fuerza no es solo el producto de la lógica y de la erudición; se trata de una fuerza de convicción que se apoya en el placer. Placer de la investigación bien hecha, placer de escribir, placer de compartir una reflexión a veces compleja. Se siente que Alfredo López Austin se complació en emocionarse por la cultura de los pueblos originarios, en reconstruir la cosmovisión de los antiguos mexicanos, en leer y releer a Sahagún, su mayor fuente de inspiración. Se nota una suerte de alegría íntima en la pluma de este hombre, quien se mostró a veces pesimista ante la marcha del mundo y crítico hacia las sociedades actuales.
Alfredo López Austin se impuso como destacado experto del mundo prehispánico, y los numerosos y prestigiosos premios que recibió dan testimonio de este reconocimiento. Pero es imposible reducirlo a un perito de la cultura mexica, pues constantemente entregó un mensaje que trasciende las disciplinas académicas.
En primer lugar, pensaba que el conocimiento y el saber son siempre compartidos. Compartidos con otros historiadores, otros antropólogos, otros investigadores, pero también con lectores, estudiantes, hombres y mujeres depositarios de una memoria popular o de saberes no académicos. Definió y puso en práctica una visión abierta del conocimiento, que no puede ser una verdad revelada por inscribirse en la larga duración y en un proceso de adquisición plural e interactivo. En este sentido, las certezas científicas no pueden ser sino provisionales.
Luego, una gran parte de su obra se puede leer como una reflexión sobre la construcción del pensamiento humano. Según Alfredo López Austin, cada sociedad es una construcción colectiva que agrega las visiones plurales de los individuos. A su vez, la sociedad influye en sus miembros y da forma a sus creencias y percepciones. La sociedad humana se encuentra pues en un estado de equilibrio entre el pensamiento de los individuos y la cosmovisión colectiva. A través de sus estudios de los mitos y creencias de Mesoamérica, López Austin, gran investigador y gran docente, inventó una suerte de materialismo espiritualista original, articulando sociedad e individuo.
Finalmente, hay que hacer hincapié en su combate a favor de la defensa y reconocimiento de los pueblos indígenas. Este aspecto de su personalidad corresponde a una certeza íntima: la diversidad cultural es una riqueza. Cada quien se enriquece al contacto con los demás. He aquí una gran lección de humanismo, en la cual encontramos este espíritu de tolerancia frente a la diversidad de opiniones que caracterizó al hombre y al investigador a lo largo de su vida.
Ciudad de México, 15 de octubre de 2021.
(Burdeos, 1948) es un reconocido historiador, especialista en el estudio del México prehispánico.