Dora Reym en Auschwitz

Todas las historias de supervivencia se parecen, pero al mismo tiempo todas son distintas. La de Dora Reym es la historia de una mujer de inmensa fortaleza y carácter, que salvó una y otra vez a su marido y a su pequeña y única hija de ser atrapados por los nazis. Reym escribió en inglés sus memorias de esa época oscura. De ellas proviene este fragmento.
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Había estado nevando todo este tiempo y la nieve estaba amontonada. Las SS acompañadas de sus perros y látigos abrieron las puertas del tren y gritaron: «RAUS! SCHNELL!»(«¡Salgan de aquí, ahora mismo!»), llevándonos a todos a la plataforma. Nos empujaron y subieron en camiones, desde lejos pudimos ver a los prisioneros de pijamas de rayas en el frío congelante.

Delante de una de las barracas nos bajaron y empujaron dentro de un gran salón. Nos dijeron que dormiríamos ahí durante la noche y que en la mañana un médico vendría y seleccionaría a algunos jóvenes para trabajar.

Un kapo judío estaba a cargo de nosotros, su nombre era Berliner y era de Varsovia. Él nos dijo que los jóvenes sanos tenían una oportunidad de sobrevivir, que muchos judíos y otros continuaban trabajando aquí en Auschwitz, así como en las cercanías de Birkenau. Dijo también que no debíamos entrar en pánico y que nos ayudaría. Trajo lápiz labial y rubor para las mujeres y nos pidió que nos arregláramos en la mañana, así luciríamos frescas y saludables para la visita del doctor Mengele.

Agotados, algunos de nosotros nos acomodamos en las bancas de madera para pasar la noche, otros en el piso frío de concreto. Pero la mayoría estábamos preocupados y temerosos de que la mañana traería la muerte. Una mujer joven trató de suicidarse tragando una píldora de veneno, pero otro prisionero la detuvo. Durante la noche, los prisioneros que trabajaban ahí vinieron y trataron de tranquilizarnos diciéndonos los nombres de las personas de Będzin que trabajaban y sobrevivían en Auschwitz.

Este fragmento aparece en Spinoza en el Parque México, de Enrique Krauze.

Llegaron las primeras horas del día. Kapo Berliner alentó a todos a lucir lo mejor posible para la llegada del doctor Mengele. Poco después llegó un joven alto, oficial de las SS de rango elevado. Se sentó en un escritorio y comenzó a enviar a los ancianos y a las familias con niños pequeños hacia la izquierda, a la derecha a los jóvenes solteros. Estábamos aterrorizados, con nuestros sentimientos fuera de control. Una mujer corrió hacia el grupo de solteros, dejando atrás a sus dos hijos pequeños. Otra hizo lo mismo, abandonando a su hijo e hija adolescentes. Había una madre suplicando a su hija que se salvara, que la dejara. Pero la niña se negó y las dos fueron juntas hacia la cámara de gas. Fue trágico ver cuán diferentes eran las reacciones individuales, cuán duro lucharon algunos por mantenerse vivos. Todavía puedo verlos a todos, y especialmente a las madres y niños destinados a la muerte.

Finalmente, a un grupo de mujeres jóvenes se les dio la orden de desvestirse y, completamente desnudas, ponerse en fila y desfilar lentamente delante del doctor Mengele. Una por una, muertas de miedo, nos movimos delante del hombre que decidiría quién de nosotras debía vivir y quién debía morir. Solo treinta y cinco fuimos elegidas para seguir con vida.

Más tarde, kapo Berliner nos contó lo cerca que habíamos estado todos de una muerte inmediata. Originalmente, el transporte completo desde Będzin-Sosnowiec estaba programado para, al llegar, ir directamente a la cámara de gas. Sin embargo, por razones de eficiencia, las ss nos mantuvieron en el gran salón durante la noche porque éramos un grupo muy pequeño como para que nos gasearan solamente a nosotros. Ellos nos mantenían a la espera de un grupo de judíos de Holanda para juntarnos, pero el transporte en el que viajaban se había retrasado. Mientras tanto, necesitaban gente joven y saludable para trabajar. Así que por la mañana hicieron una selección y algunos pocos nos salvamos una vez más trabajando para los alemanes.

Después de la selección, los kapos alemanes nos condujeron con palos, como manada, a otra barraca, donde tuvimos que entregar nuestras joyas, dinero y ropa. Nos afeitaron la cabeza y el vello del cuerpo, y vi mi cabello muerto caer sobre el suelo. En el sauna, los kapos nos sumergieron en agua hirviendo y luego en agua helada. Finalmente, nos ordenaron hacer una fila para recibir los harapos y los zapatos de madera que nos arrojaron. Teníamos que vestirnos con esas pijamas de rayas que llamábamos pasiaki*, con las mangas rotas y sin botones, o vestimentas demasiado grandes o muy pequeñas. En el campo principal, la mayoría de los prisioneros vestían pijamas azul grisáceo pero nuestra ropa aquí, en las barracas de Cuarentena, tenía rayas rojas anchas pintadas en la espalda. Éramos afortunados si atrapábamos un zapato izquierdo y uno derecho, de otro modo teníamos que caminar con dos zapatos de madera izquierdos o dos derechos. Temerosos de ser derrotados por los kapos alemanes, no nos atrevimos siquiera a pedir un cambio de zapatos.

Cuando nos vemos unos a otros después de todo esto, nos cuesta trabajo reconocer incluso a nuestros amigos. Sintiéndonos humillados y vulnerables, tuvimos que hacer fila de nuevo, esta vez para que nos tatuaran números en el antebrazo izquierdo. Me convertí en el prisionero número 74733. Ahora éramos esclavos, sin nombres ni derechos.

Mientras todos estábamos confundidos y desconcertados, quedé sorprendida conmigo misma por haber logrado mantener, a pesar de todas las inspecciones y caos, el billete de cien marcos escondido en mi vagina y la pequeña fotografía que había pegado debajo de mi pie. La fotografía, tomada por Mark en 1941, me mostraba usando el brazalete judío y sosteniendo la mano de mi hija en su tercer cumpleaños. ~


* Argot polaco de los campos de concentración para referirse a los uniformes de rayas azules.

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