Sobre “Psicología del poder”

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Una carta en respuesta a “Psicología del poder“, de Enrique Krauze.

 

Estimado Enrique Krauze :

Soy lectora frecuente de sus artículos en el periódico Reforma. En su colaboración del domingo pasado usted hace referencia a la personalidad de Gustavo Días Ordaz, un personaje que provocaba pavor y al que “nadie en su entorno se atrevió a sugerirle siquiera una reconsideración de sus decisiones irracionales”. Al respecto, déjeme contarle que tengo otros datos.

En 1968 mi padre, Rodolfo Brena Torres –amigo de la infancia de Díaz Ordaz y de juventudes de Adolfo López Mateo–, era gobernador del Estado de Oaxaca. Como a todo ejecutivo local, le tocó lidiar con los tremendos problemas estudiantiles de la época; basta recordar la marcha estudiantil dirigida por el Ingeniero Barros Sierra para ejemplificar la efervescencia del movimiento.

En aquel momento, mi padre entabló contacto con el presidente y le sugirió que aprovechara tal acción para mostrar su apertura hacia el movimiento, al cual era necesario poner freno. Díaz Ordaz, iracundo, respondió que estaba muy enojado con el rector y que de ninguna manera le perdonaría no haberle “pedido permiso” para unirse a la marcha. Insistió en este punto, a pesar de los intentos de mi padre por señalar las consecuencias que podrían derivar de una actitud tan cerrada.

Pasaron los días. Llegó el 2 de octubre y, antes de saber lo ocurrido en Tlateloco, Brena Torres se reunió con los dirigentes estudiantiles del estado. Llegó a algunos acuerdos sin que, desde luego, esto significara el fin de la problemática. El 3 de octubre, el periódico de Oaxaca dio reseña en primera plana de los trágicos sucesos de Tlatelolco, e hizo referencia en alguna de las interiores a las buenas gestiones del gobernador.

A los pocos días, Brena Torres acudió presuroso al requerimiento del presidente. Este, con su fuerte tono de voz, lo increpó: “Con que eres muy Ch…; tú sí resuelves los problemas que yo no pude detener”. Mentiría si dijera que conozco el resto de la conversación; solo sé que mi padre salió de Los Pinos convencido de que su carrera política había terminado. Y así fue. En diciembre de ese año tomó posesión como gobernador del estado Víctor Bravo Ahuja y, me niego a pensar que de motu proprio, se dedicó con toda minucia a borrar el legado de mi padre en Oaxaca. Programas como la Semana del Oaxaqueño Ausente, el de Trabajadoras Rurales y muchos mas que habían probado sus beneficios, desaparecieron. Más grave aun fue que se escondió el Plan Oaxaca, un estudio realizado por especialistas de la Organización de las Naciones Unidas para aprovechar las riquezas del Estado.

La ejecución del Plan Oaxaca hubiera significado para el Estado la salida de su pobreza ancestral. Todo perdido por a la osadía de Rodolfo Brena Torres, quien se atrevió a sugerirle al señor presidente cambiar de actitud frente al problema estudiantil de 1968. ¿Habrá ahora alguien que se arriesgue?

En espera de que estos datos le  resulten interesantes, le envío atentos saludos.

Ingrid Brena

 

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