Una metáfora de Cortés

Reconocer la permanencia de la obra de Cortés y valorar la continuidad de su legado no significa olvidar el lado atroz de la Conquista ni demeritar a la civilización que, en gran medida, destruyó. Es superar el mito, es restituirlo a la historia.
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En el umbral del quinto centenario de la Conquista, la Real Academia de la Historia de España ha organizado un ciclo de cuatro conferencias sobre Hernán Cortés. Tuve el honor de impartir la primera sobre la imagen de Cortés en México a través de cinco siglos.

Antes de emprender el viaje, después de muchos años de no hacerlo, visité el Hospital de Jesús, fundado por Cortés hacia 1524. Me acompañó Alejandro Garrido, notable conocedor de cada rincón del Centro Histórico, conocido en Twitter como @YoElResidente. Nos esperaban las autoridades ejecutivas y médicas del Hospital. La visita fue breve pero significativa. Al salir pensé que aquel recinto es una metáfora del tema que debía abordar.

Ante todo, una metáfora de permanencia: ahí siguen, después de casi cinco siglos, los patios y las nobles arcadas renacentistas del Hospital. También la copia del busto que esculpió Manuel Tolsá y que en 1794 se colocó en el cenotafio en honor del conquistador, erigido ese año en la contigua iglesia de Jesús Nazareno. Igualmente originales son las oficinas y el artesonado de los techos, así como dos cuadros. Ambos son del siglo XVII: uno muy famoso, de cuerpo entero, y otro de Cortés orante.

El Hospital de Jesús es también una metáfora de continuidad. Es el más antiguo de América y nunca ha dejado de prestar servicios. Ni siquiera durante la invasión estadounidense, cuando lo administraba Lucas Alamán, que estoicamente concedía a los soldados yanquis la posibilidad de ver el cuadro de Cortés. ¿Cuántos pacientes atienden?, pregunté al director médico. Me informó que en ese momento eran cuarenta y tres, y que practicaban dos cirugías diarias. Había un orgullo legítimo en sus palabras. El Hospital es una modesta institución privada, y lo ha sido siempre.

Salimos por el costado de República del Salvador, que da a la iglesia. Alejandro me informó que la portada herreriana es la original de la primera catedral, que en algún momento se trasladó al convento de Santa Teresa para terminar aquí, en Jesús Nazareno. Al cruzar la puerta, pensé en otra metáfora, la del abandono. Me entristeció el estado del mural “Apocalipsis”, uno de los últimos de José Clemente Orozco, pintado en las bóvedas del coro y del primer tramo de nave de la iglesia entre 1942 y 1944. Sin iluminación, sin trabajo alguno de restauración, casi no se distingue. La iglesia misma adolece de la misma incuria: un desorden de cables eléctricos afea su interior e impide el paso. Un solo feligrés rezaba en una esquina.

En el inaccesible presbiterio, en el muro izquierdo (el lado del Evangelio), una placa de bronce resguarda la urna con los restos del conquistador. La leyenda dice, escuetamente: “Hernán Cortés, 1485-1547”. La metáfora final es el carácter casi clandestino de ese nicho. Iturbide, otro condenado por la historia oficial, tiene un sitio prominente en la Catedral. Porfirio Díaz, exiliado eterno, tiene una tumba conocida en el cementerio de Montparnasse. Hernán Cortés, el villano mayor, tiene un sepulcro escondido, como si temiésemos que una vez más, como en 1823, del Congreso de la república salieran voces pidiendo quemar esos restos.

Permanencia, continuidad, abandono, supresión. ¿No son metáforas de Cortés en nuestro tiempo? Veracruz, la traza de la Ciudad de México (“será la más noble y populosa ciudad que haya en lo poblado del mundo”, escribió), otras ciudades y puertos, los mares que exploró, son testigos permanentes. La fe, el idioma, la cultura material (animales, plantas, cultivos) cambiaron por iniciativa de la empresa que encabezó. No fue el primer padre de hijos mestizos pero puso el ejemplo llamando Martín a su primogénito (como su padre), procreado con la Malinche. Todos estos actos constructivos tuvieron continuidad. ¿Abandono? Lo comparte con todo el período virreinal, el menos apreciado de nuestra historia. Pero en su caso se traduce en un olvido deliberado, casi obligatorio.

En 1985, quinto centenario del nacimiento de Cortés, Octavio Paz escribió: “Apenas Cortés deje de ser un mito histórico y se convierta en lo que es realmente, un personaje histórico, los mexicanos podrán verse a sí mismos con una mirada más clara, generosa y serena”.

Reconocer la permanencia de su obra, valorar la continuidad de su legado, revertir el abandono y debatir el rechazo de su figura no significa olvidar el lado atroz de la Conquista ni demeritar a la civilización que, en gran medida, destruyó. Es superar el mito, es restituirlo a la historia.

 

Publicado en Reforma el 30/06/2019. 

 

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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