Cuando Aurora Jiménez de Palacios ocupó su curul en Congreso mexicano en 1954, las mujeres del país aún no habían podido votar en una elección nacional. La joven de 28 años, bañada en confeti y acompañada por su hija pequeña, subió los peldaños de la Cámara de Diputados, convirtiéndose en la primera diputada federal y abriendo la puerta a siete décadas de creciente poder legislativo de las mujeres.
Empecé a descubrir la historia de Jiménez en octubre de 2024, cuando Claudia Sheinbaum tomó posesión como la primera presidenta de México, y mientras investigaba la trayectoria del país hacia la equidad en política de género. Hoy en día, México tiene el mismo número de hombres y mujeres en el Congreso, y una de las tasas más altas del mundo de representación femenina en la política. Pero la equidad de género en la política mexicana es paradójica: si se mide solo por la proporción de mujeres en el liderazgo político, la historia de México es una historia de éxito; si se mide por las experiencias de violencia y las brechas económicas vividas por las mujeres mexicanas, se queda corto. Tal vez esta paradoja también explique por qué el ascenso de Jiménez al poder, elogiado en su momento, fue olvidado en gran medida durante las décadas anteriores a que las mujeres mexicanas se afianzaran en la política.
Las mujeres mexicanas obtuvieron el derecho a votar y ser elegidas en 1953, pero no pudieron ejercer esos derechos en una elección federal hasta las elecciones intermedias de 1955, y no pudieron elegir a un presidente hasta 1958. En medio de todo, Jiménez ganó una elección especial en 1954 en el estado de Baja California. Su historia me llamó la atención no solo por su inesperado momento o porque rompió una barrera que conecta directamente con el presente político de México, sino también porque su historia de vida fue –y es– poco convencional para el ascenso de una mujer al poder político.
Lejos de provenir de una familia influyente, Jiménez nació en la pobreza en Tecuala, Nayarit, en la costa del Pacífico. Poco después, su madre, una mujer indígena de ascendencia cora, los trasladó al norte, a Sinaloa. Excelente estudiante, conoció a su futuro esposo, José Cruz Palacios Sánchez, siendo una adolescente en Culiacán. Se casaron cuando terminaron sus estudios en la Universidad de Guadalajara. En 1947, se mudaron a la ciudad natal de él, Mexicali, donde fundaron un despacho de abogados e iniciaron sus carreras políticas trabajando con sindicatos, una base importante para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó México durante la mayor parte del siglo XX. En 1948, la investigación económica de Jiménez ayudó a los trabajadores en huelga de la cervecería Tecate a obtener salarios más altos.
A pesar del impacto de Jiménez, las limitadas crónicas de su vida están plagadas de lagunas y contradicciones. Este no es solo el caso de Jiménez: las historias de muchas de las mujeres líderes de México no están documentadas. “No hay suficiente investigación, no hay suficientes libros para cotejar”, me dijo en una entrevista Gabriela Cano, experta en historia de las mujeres de El Colegio de México.
Buscando más información, encontré una pista en una breve biografía que mencionaba a la nieta de Jiménez, Karina Vildosola, a quien localicé a través de las redes sociales. Vildosola, que es asesora estratégica de varias congresistas, heredó la inclinación de su abuela por la política, junto con sus archivos personales. Vildosola comenzó a enviarme materiales ocasionalmente sobre la vida de Jiménez por WhatsApp. Entre documentos del gobierno, archivos de noticias y los relatos de Vildosola, recopilé muchas de las piezas que faltaban.
Descubrí cuán profundamente se entretejió la carrera política de Jiménez con la larga lucha de las mujeres mexicanas por los derechos políticos. En 1937, el entonces presidente Lázaro Cárdenas impulsó una reforma constitucional para otorgar el sufragio a las mujeres. El Congreso la aprobó, pero la ley nunca entró en vigor. La razón por la que se dejó morir ha sido objeto de debate durante mucho tiempo, pero algunos sostienen que el emergente PRI creía que las mujeres, consideradas más católicas y tradicionales, respaldarían a la oposición conservadora.
A principios de la década de 1950, el PRI había consolidado su poder y el candidato presidencial Adolfo Ruiz Cortines prometió el derecho al voto para las mujeres. Cuando Ruiz Cortines hizo campaña en Mexicali, Jiménez ayudó a organizar una manifestación de 10 mil mujeres en la Plaza de Toros de la ciudad para recordarle que tendría que cumplir la promesa. En el primer año de la elección de Ruiz Cortines en 1952, la reforma se llevó a cabo.
Para entonces, Jiménez era militante del PRI, una conocida defensora sindical y locutora de radio local. Cuando Baja California, un estado recién creado, obtuvo un segundo asiento en el Congreso, se postuló sin oposición para ocuparlo. Vildosola me dijo que los trabajadores y agricultores que respaldaban a Jiménez no consideraban su género. “La miraron y dijeron: ‘Ella puede ser nuestra voz en el Congreso, porque está calificada, porque sabe lo que queremos'”.
En el cargo, Jiménez se enfocó en temas sociales apoyando a los niños, las mujeres y los trabajadores. No obstante, aunque se centró en la política más que en el simbolismo político, era consciente de la importancia de su posición. “Me ha correspondido […] un privilegio que será el legado más honroso que dejaré a mis hijos: ser la primera mujer en la historia de México, que dirija su voz emocionada al país, con el carácter honroso, magnífico, de diputada al Congreso de la Unión”, dijo durante un discurso el 12 de octubre de 1954. “Comparto desde luego esta distinción memorable, con todas las mujeres de mi patria”.
Su paso por el Congreso duró poco. Debido a que ganó una elección especial, estuvo en funciones solo un año. De vuelta en Mexicali, su destino político cambió. Fue pasada por alto como candidata a la alcaldía y finalmente asumió el cargo de síndica municipal en 1956.
Posteriormente, el 17 de abril de 1959, abordó un pequeño avión con destino a la Ciudad de México. El vuelo nunca llegó.
Vildosola dice que durante la época en que su abuela era funcionaria local, descubrió pruebas de que el gobernador del estado estaba involucrado en actos de corrupción. Su familia sospecha de juego sucio en el accidente aéreo en el que murieron la exdiputada de 32 años y otros 25 pasajeros. Después de su muerte, la familia enfrentó amenazas y se mudó temporalmente a California.
Durante décadas, la historia de Jiménez fue en gran parte desconocida. Luego, en 2008, un auditorio del Congreso fue nombrado en su honor para conmemorar los 10 años desde la fundación del Comité de Género y Equidad de la legislatura, establecido para promover políticas que nivelen el campo de juego para las mujeres y los grupos marginados. En marzo, visité el espacio con Vildosola, quien me dijo que había estado allí para la ceremonia inaugural, al igual que su propia madre asistió a la toma de posesión de Jiménez décadas antes.
Vildosola está trabajando en un libro que espera le otorgue una nueva vida a la historia de su abuela. “Estaba muy adelantada a su tiempo”, me dijo. De hecho, en los años posteriores a que Jiménez asumiera el cargo, el número de mujeres en el Congreso de México creció a cuentagotas. Vildosola escuchó los ecos de las palabras de su abuela 70 años después, cuando las palabras inaugurales de Sheinbaum celebraron el momento como uno que pertenece a todas las mujeres. “Mi abuela fue la primera en decir: ‘Ya llegué. Y todas las mujeres de México llegaron conmigo’”.

Este artículo se publicó originalmente en Zócalo Public Square, una plataforma de ASU Media Enterprise que conecta a las personas con las ideas y entre sí.
Forma parte de Cruce de ideas: Encuentros a través de la traducción, una colaboración entre Letras Libres y ASU Media Enterprise.