Entendimiento

En el placer de descubrir lo que se busca se hallan placeres que no se buscaron.
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Richard Feynman tiene un libro titulado El placer de descubrir. Habla de aprendizaje, búsqueda y descubrimiento científico. Luego de su premio Nobel, se dio el lujo de decir: “No veo qué importancia puede tener que alguien en la Academia Sueca decida que este trabajo es lo bastante bueno como para recibir un premio. Yo ya he tenido mi premio. El premio está en el placer de descubrir, en la excitación del descubrimiento”.

En las primeras líneas del libro declara su desinterés por las humanidades. “Siempre he estado muy sesgado hacia la ciencia y cuando era joven concentré casi todos mis esfuerzos en ella. No tenía tiempo de aprender ni tenía mucha paciencia con lo que se denominan las humanidades, incluso si en la universidad era obligatorio seguir cursos de humanidades. Hice todo lo posible para no tener que estudiar mucho ni trabajar en ello.”

Quienes estamos enamorados de las humanidades, pensamos que se perdió de algo bello e importante; pero no hay modo de juzgarlo mal, pues puso su mira en la ciencia y se dedicó a ello y logró lo que logró. Si desarrolló los diagramas que llevan su nombre para ilustrar la “vida” de las partículas subatómicas, es justo que no haya memorizado ningún soneto de Shakespeare.

En ciencias o humanidades hay placer en descubrir, averiguar, aprender y crear.

En Los Buddenbrook, tenemos un personaje al que se le ilumina la conciencia tras esforzarse en entender un libro de Schopenhauer. Luego leemos:

La actividad de su cerebro cesó, el conocimiento que había vislumbrado se desvaneció, y su interior volvió a quedar vacío, sin nada más que oscuridad muda. “¡Pero regresará!”, se decía. “¿Acaso no lo he poseído?” Y, mientras sentía cómo iba perdiendo la conciencia y el sueño se apoderaba de él sin remedio, se hizo el solemne juramento de no dejar que se perdiera jamás esa inefable dicha, de reunir todas sus fuerzas y aprender, aprender y estudiar hasta conseguir apropiarse por completo, de forma sólida e inalienable, de la concepción del mundo de la que había partido todo.

«Inefable dicha», dice, de la mano con «aprender, aprender y estudiar.»

Y pienso en Solón, que al final de su vida decía “me hago viejo aprendiendo siempre muchas cosas”. Sor Juana no se hizo vieja, pero igual dedicó su vida a aprender y a entender. En cierto poema suelta unos versos que dan para pensar:

Si es para vivir tan poco,
¿de qué sirve saber tanto?

Aislada de todo el poema, la pregunta es retórica. Puede servir o no, pero el saber no se busca por su utilidad. Si bien, Sor Juana cita a Gracián para hablar de las ventajas de ese saber.

Como dijo doctamente Gracián, las ventajas en el entendimiento lo son en el ser. No por otra razón es el ángel más que el hombre que porque entiende más; no es otro el exceso que el hombre hace al bruto, sino solo entender; y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y confesará que otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso y aun que es más docto; pero que es más entendido apenas habrá quien lo confiese: Rarus est, qui velit cedere ingenio. Por eso es tan eficaz la batería contra esta prenda.

Aquí peco al simplificar las palabras de Sor Juana, pues para ella saber, aprender, estudiar, no lleva necesariamente al entendimiento. Dice que a algunos “hace daño el estudiar”, y pone como ejemplo a Pelagio, Arrio y Lutero, “a los cuales hizo daño la sabiduría», y «estos malévolos, mientras más estudian, peores opiniones engendran”. Pero sacando el credo de la ecuación quizás aprender y entender puedan ir de la mano.

Porque ya el Diccionario de Autoridades, daba un par de acepciones para entendimiento. Una inclinada a lo etéreo y otra a lo terrenal.

La primera: Una de las tres potencias del alma, que, según San Agustín, es aquella virtud que entiende las cosas que no ve. Y más claramente, es una potencia espiritual y cognoscitiva del alma racional, con la cual se entienden y conocen los objetos, así sensibles como no sensibles, y que están fuera de la esfera de los sentidos.

La segunda: Vale también por capacidad y conocimiento; y así se dice del que es capaz y tiene noticia y conocimiento de las cosas, que tiene buen entendimiento.

Pero como no ando muy entendido en estas cosas, vayamos a la fuente de la cita de Sor Juana. Vayamos a Baltasar Gracián.

En busca de lo que buscaba, me encontré otra cosa. Escribe Gracián sobre la erudición. “Tanto se vive cuanto se sabe.” Entonces hace una letanía de epítetos:

Tales la llamó parte de la felicidad; Sócrates, arreo del ánimo; Bion, tesoro de toda la vida; Demócrito, gozo de los dichosos y refugio de los desdichados; Aristipo, el ser hombre; Platón, salud del alma; Aristóteles, luz del entendimiento; Diógenes, alivio de la vida; Teofrasto, viático de todo el mundo; Glicón, asilo de la desdicha; Metrocles, merced del tiempo; Demades, ramo de divinidad; Hierón, trono de la virtud; Antístenes, jardín del espíritu; Séneca, armonía de la mente; Alejandro Magno, única ventaja de vivir; Dionisio, escudo contra la mala fortuna; Ladislao, distinción de la irracionalidad; Segismundo, riqueza de los pobres y suntuosidad de los ricos; Carlos Quinto, su comida; y nuestro Alfonso el Magnánimo, su verdadero reino.

Tras la lectura de este párrafo dan ganas de ser erudito. Al menos de aprender. Aristóteles dice: «Aprender algo es el mayor de los placeres no sólo para el filósofo, sino para el resto de la humanidad». Compara este placer con otros, por ejemplo con la comida, y ve que el placer de comer acaba por saciar el hambre, pero el de aprender siempre agudiza la propia hambre de aprender.

Sin embargo, el placer del aprendizaje es selectivo. Ya vimos que a Feynman no le provocaba placer aprender sobre Shakespeare o Platón o sobre la decadencia del imperio romano, aunque sí tocaba los bongós; y habrá a quién no le seducen las partículas elementales ni las percusiones.

Mientras continuaba buscando el pasaje de Gracián, encontré este otro que vale la pena. Es sobre un hombre sabio que pasó la primera parte de su vida hablando con los muertos; la segunda, hablando con los vivos; y la tercera, hablando consigo mismo.

Descifremos el enigma. Digo que el primer tercio de su vida destinó a los libros, leyó, que fue más fruición que ocupación; que si tanto es uno más hombre cuanto más sabe, el más noble empleo será al aprender; devoró libros, pasto del alma, delicias del espíritu. ¡Gran felicidad, topar con los selectos en cada materia! Aprendió todas las artes dignas de un noble ingenio, a distinción de aquéllas que son para esclavas del trabajo.

“Tanto se vive cuanto se sabe” y “Tanto es uno más hombre cuanto más sabe”, se acercan a lo que citó Sor Juana, pero no es lo mismo.

Para quien busque el placer de aprender lo que dice Gracián sobre la segunda y tercera parte de la vida de este hombre o para quien busque la cita en que dice o sugiere que “las ventajas en el entendimiento lo son en el ser”, ahí están sus obras completas. Yo seguiré buscando porque en el placer de descubrir lo que se busca se hallan placeres que no se buscaron. ~


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